No
era muy difícil llegar a Lomié desde donde se encontraba el viajero insatisfecho, en la ciudad de Abong
Mbang, de paso hacia la capital camerunesa, Yaoundé. Claro, también
paró en aquella ciudad de nombre sonoro con la intención de ir a la Reserva
Dja que limitaba con la población de Lomié.
En
la estación central tomó un vehículo de cuatro plazas, donde en realidad
viajaron siete más un montón de equipaje, que el gordo, opulento y simpático conductor
colocó entre risas y chanzas, algunas –intuyó- a costa del ‘blanco’ mochilero.
Hablaban entre ellos el idioma local.
Era
una población tranquila o esa fue, al menos, la primera impresión. Una vez
allí, con el polvo hasta en las orejas y rescatada la mochila entre un montón
de fardos, sacos y paquetes, alquiló un moto-taxi para que le llevara al único
hotel, medio decente, que había en Lomié. Estaba relativamente alejado,
y un poco abandonado en cuanto a habitaciones y servicios (así es África) pero
la simpatía del empleado y la tranquilidad del lugar le predispusieron a no ser
muy exigente. Tampoco tenía muchas alternativas. Como único cliente, había una
japonesa poco agraciada pero agradable y nada esquiva. Llevaba por la zona
varias semanas, según dijo, y se dedicaba al estudio de los pigmeos baka, su vida, costumbres, asentamientos
y tradiciones.
Tomó
una ducha de ‘cubo y cazo’ y salió a
dar una vuelta por la población. Siempre era necesario alquilar un moto-taxi
pues el alojamiento estaba bastante alejado.
Ya
en el centro de Lomié hizo un intento por contratar los servicios oficiales
para la visita de la Reserva Dja, con la lejana
posibilidad de poder avistar gorilas de llanura, pero los servicios eran muy
caros para un único individuo y, entonces allí, solamente estaba este mochilero
leonés y, previsiblemente, ningún viajero más en las próximas semanas.
Desistió
del trekking selvático (¡otra vez
será!) y, al día siguiente, se dispuso a recorrer los alrededores para visitar
los muchos, aunque pequeños, asentamientos de pigmeos, a orillas de la
carretera, llenos de niños, pobreza y polvo. La selva servía de fondo para
todos los ‘mongulus’/vivienda pigmea.
Su vegetación primera, también cubierta de polvo rojizo, quitaba autenticidad y
le daba un aspecto más tétrico.
En
todos y cada uno de los poblados y viviendas le recibieron con simpatía, muchas
veces, según quién, mezclada de tímidas miradas. Niños en pantalones cortos,
llenos de suciedad, le miraban inquietos, curiosos, a veces sonrientes; otras temerosos.
El V(B)iajero Insatisfecho estaba rodeado de niños pigmeos
En el guía-motero, contratado después de un largo regateo, eran todo atenciones. Paraba en cualquier enclave que despertara la curiosidad del viajero y le enseñaba todo con tranquilidad y sonrisas. En uno de los poblados, se encontró con un joven pigmeo que hablaba con esfuerzo pero con claridad un poco de español. Con él y sus amigos estuvo largo rato. Estaban encantados de practicar el idioma aprendido en la escuela con un parlante nativo sorpresa.
Gente
afable que, sin tener gran cosa, tenía la educación de la
inocencia y la sabia naturaleza que les rodeaba.
¡Larga vida a los pigmeos baka!
¡Larga vida a los pigmeos baka!
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