25 de enero de 2021

La casa de los esclavos, en Ilha Moçambique

Una de las calles de Ilha Moçambique

Estaba en Ilha Moçambique, una isla, una ciudad. Aquella mañana encontró lo que buscaba, la casa de los esclavos, documento viviente -o mejor moribundo pues estaba abandonada a su suerte, ubicada en la ciudad de piedra- y monumento histórico que sirvió durante varios años en la época de la esclavitud como lugar de almacenamiento de esclavos. Se mantenían allí por un período indeterminado, bajo un régimen de “cuarentena”, con el objetivo de recuperar sus fuerzas y nutrientes antes de ser vendidos a comerciantes. Según fuentes orales, muchos de los esclavos murieron allí mientras esperaban a sus futuros jefes.

Comercio vil y vergonzoso, en aquellos siglos (XVII y XVIII), no solamente por la intervención de los esclavistas árabes y europeos sino por la responsabilidad de los propios africanos, sobre todo jefes y reyezuelos que, por el sentido de posesión y por intereses también económicos, participaban y facilitaban este mercadeo. Estos jefes africanos consideraban a los súbditos como objetos de su propiedad y comenzaron a intercambiarlos por abalorios, collares o armas de fuego. Primero serían los siervos condenados por su propia ley penal, pero luego se extendería, ante la generosidad de los traficantes, a todos los miembros de la comunidad o tribu en su condición de vasallos. Constituía todo un entramado de caza mayor pues el negrero o esclavista pagaba, como ahora se paga en los safaris de caza, por raptar jovencitas, hombres musculosos o niños con futuro prometedor. No tenían nada más que penetrar en el interior del territorio africano, surtirse de un buen grupo y en condiciones infrahumanas traerlo a la costa donde comenzaba la distribución hacia el exterior en barcos negreros. Obligados a caminar, como muestran algunos documentales, atados y maltratados, al llegar a Ilha Moçambique, a aquella casa de los esclavos que visitó el viajero insatisfecho o a cualquier otro paraje costero, serían lavados y acicalados para una minuciosa y detallada inspección de los compradores. ¡Tremendo!

También conoció la residencia del poeta portugués Luís de Camões que ¡pásmense!, poco antes de su ocupación había sido lugar de subasta de esclavos, donde eran vendidos o comprados.

¡Cuántos recodos tenían aquellas viejas calles!


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5 de enero de 2021

Nocheviejas lejos


De manera tradicional, tras las enseñanzas en la infancia, las aventuras de la juventud y el reposo de la madurez es necesario reconocer que las nocheviejas tienen algo especial. Debemos acudir al Imperio Romano para comenzar a tener datos de su relevancia. Los romanos dedicaban el mes de enero al dios Janus, dios que mira al año que termina y al principio del que viene. Se le representaba con dos rostros, uno viejo y con barba, y otro joven, como el nuevo año que comienza. Este pueblo romano comía ese día con sus familiares y amigos, y se intercambiaban higos y dátiles con miel, con la intención de empezar el año de la manera más dulce posible.

O sea, si es especial la nochevieja, tiene su historia, sus anécdotas y sus tradiciones. El viajero insatisfecho ha pasado varias nocheviejas lejos. Deja aquí, después de cumplir este año 2020 con familiares y amigos, algunas breves historias sobre ellas.

2019 (Costa de Marfil)

Quería conocer la mezquita de Kong, una tradicional mezquita de estilo sudanés. Original construcción y belleza de formas. Estos singulares edificios religiosos se caracterizaban por su material de construcción común: ladrillos de barro reforzados por grandes troncos de madera y vigas de soporte que sobresalían de la pared de manera irregular, sin tallar. Estas estacas de madera, llamadas ‘torones’, se utilizaban como andamios de cuando en cuando, según las necesidades de retocado de sus paredes.

Era 31 de diciembre, estaba en Korhogo a una relativa cierta distancia de Kong y se lanzó a la aventura. Apareció allí sobre las cinco de la tarde, tiempo suficiente para visitar las mezquitas, había dos del mismo estilo, aunque una de ellas, la menos famosa, de tamaño menor. Paseó, sacó fotos y cuando la noche empezaba a caer se retiró al único hotel que había en la población. Allí, tenían organizada la despedida del año para varios invitados y a la entrada habían montado una auténtica terraza con mesas, música y follón.

Se fue a dormir.

Letrero en el hotel de Kong
Mezquita de Kong

2012 (Benin)

“¿Qué estoy haciendo aquí?” se preguntaba sobre las diez de la noche, solo, delante de unos espaguetis a la boloñesa, o algo parecido, con una cerveza La Beninoise al lado, la ciudad norteña de Natitingou al fondo, con escasas luces y en silencio, solo roto por algún que otro bocinazo de los pocos coches que a esa hora circulaban. Era 31 de diciembre (Nochevieja) y acababa de llegar a la ciudad después de un cansado día de bus y baches.

En la terraza del hotel, en Natitingou

2016 (Indonesia)

Era 31 de diciembre en Bukit Lawang, isla de Sumatra, y en el resto del mundo. Madrugó como estaba previsto, desayunó como era necesario y esperó como era de suponer. El guía contratado para visitar la selva y orangutanes se presentó, una vez finalizado el café, con ganas de negociar, aunque -diría- más bien con necesidad de imponer: “la nochevieja es una noche de celebración”. Quería pasarla con su familia.  No había más clientela para pasarla en la selva como había contratado y tenía previsto.

Le miró en principio al muchacho con intención de presionar, pero en una ágil batida mental, rápido encontró sensatos sus razonamientos. ¿Qué haría él en la selva durmiendo al más puro estilo de vagabundo sin techo con un guía para él solo y sin posibilidades de socializar con otra gente?  Aburrido ¿no?. Como lo contratado eran dos días, el guía le ofreció como alternativa dos excursiones mañaneras y tardes de relax en el pequeño poblado repleto ya de turistas locales.

Aceptó, sin más exigencias.

Bukit Lawang

2017 (Birmania/Myanmar)

En la ciudad de Khata, al norte del país. Había llegado en tren desde el norte, desde Myitkyina. Se encontró con una ciudad relativamente tranquila, siendo 31 de diciembre. Una ciudad que acogió a George Orwell a primeros del siglo XX. Allí escribió su libro Los dias de Birmania y, gran parte, está basado en su larga estancia de meses. Allí pasó también este mochilero aquella nochevieja.


Secaderos de pescado en Khata


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