22 de abril de 2017

Yakarta, o Jakarta

Mona, en la plaza Mendeka

Yakarta era una ciudad sorprendente, inmensa, bulliciosa y, en determinadas zonas, muy moderna. Sorprendieron al viajero insatisfecho los grandes edificios que parecían formar un skyline al estilo del de Nueva York.
Se hospedó en una zona de mochileros, en un hotel muy decente para su ubicación (zona Jalan Jaksa) y precio. Nada más tomar posesión se dispuso a salir a ‘romper’ Yakarta. En lo que le quedaba de tarde visitó la plaza Mendeka, donde se encontraba el monumento Monas, vulgarmente conocido con cierta sorna como ‘la erección de Sukarno’. Esta especie de obelisco de 132 metros de altura en el centro de la gran plaza o parque, constituye la figura emblemática de la ciudad y la más reconocida y delirante construcción del antiguo presidente. Hecha de mármol italiano y coronada por una llama esculpida, recubierta de pan de oro. Paseó poco por allí pues para acceder al recinto había tenido que rodear el extenso parque y, después de aquel completo día de cambios de cuidad a ciudad, estaba ligeramente cansado.
Ya tendría tiempo de hacerlo al día siguiente, cuando visitó la parte vieja, o cuando ‘se dejó ir’ en manos de un experto blogger, conocedor de Yakarta como si de su finca privada se tratara: Gildo Kaldorana. Ambos días tuvo momentos intensivos, donde disfrutar de la ciudad suponía descansar poco, coger todo tipo de transportes o encomendarse a largas caminatas.

Puente del mercado del pollo

La zona vieja era la antigua ciudad de Batavia, ahora conocida como el barrio de Kota. Fue antaño el corazón de la colonia holandesa en Indonesia, pero lo que existía hoy en día se reducía a unos edificios históricos, convertidos muchos de ellos en museos, o la plaza Taman Fatahillah, adoquinada y rodeada de más fachadas coloniales. Circuló toda una mañana sin rumbo por ella y sus alrededores, y sintió la vida indonesia muy cerca. Estuvo en el Puente del mercado del pollo, una singular pasarela rodeada ahora de otros puentes más modernos, aunque mantenido allí como vestigio de una época ya pasada, y se adentró en callejuelas con cierto aire peligroso. No sabe si era una realidad o una impresión sobrevenida. Visitó alguno de los museos, entre ellos al de Sejarah Jakarta, en el edificio del antiguo ayuntamiento de Batavia.
Y paseó, paseó y paseó.
Al día siguiente fue Gildo Kaldorana (‘el rey de Yakarta’), quien se encargó de cumplir con su papel de experto conocedor de la ciudad. Conoció con él la zona de los mega-rascacielos y le enseñó otros rincones, aunque dejaron que el día transcurriera sin grandes sobresaltos ni agobios turísticos.
¡Gracias, Gildo! (en realidad, un ‘alias’ pues su nombre real es otro).
Era una ciudad tan grande que no parecían suficientes tres días para conocerla bien, ni esta entrada será algo que ayude a desgranarla mejor. 
Solo son unos pequeños apuntes para el recuerdo.

Moderno skyline de Yakarta

Edificio del antiguo ayuntamiento de Batavia

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9 de abril de 2017

Una decepcionante visita / Isla de Komodo

El V(B)iajero Insatisfecho posa con uno de los dragones

El viajero insatisfecho tenía ganas de ver y disfrutar de los enormes lagartos o dragones de Komodo, que ya había visto en diversos documentales de La 2. Lagartos siempre ‘vendidos’ en el imaginario viajero como peligrosos por su agresividad y voracidad. Pero la tan ansiada visita pasó a convertirse en algo decepcionante.
El Parque Nacional de Komodo, creado para defender a sus dragones, estaba formado por varias islas, siendo Komodo y Rinca las más grandes. Fue creado en 1980 para proteger los dragones de Komodo, endémicos de estas islas.
Aunque había alguna opción más, el mochilero leonés optó por una de las formas más habituales de visitarla: un tour en un pequeño barco (a veces, una 'batidora' a merced de las olas) desde la población de Labuan Bajo, en la cercana isla de Flores, que regresaba el mismo día. Eran unas tres horas y media de ida; otras tantas de vuelta. En medio, una parada en una chica pero preciosa isla donde se ascendía una pequeña cota para admirar un bonito paisaje de ensenadas y playas. Aunque en la parte más alta se acumularon muchos turistas de otros barcos, se destilaba una sensación de belleza y libertad. Estaba muy cerca de la isla de Komodo. Se veía a lo lejos, inmensa, verde, montañosa y enigmática. Como algo grandioso. La llegada del barco a ella fue alrededor de mediodía, hora no muy apropiada pues era cuando los dragones se ocultaban para protegerse del sol, como haría cualquier animal que tuviera un mínimo de instinto de supervivencia.

Entrada al Parque Nacional

Una vez cumplimentados los trámites de entrada al Parque Nacional y después de una breve explicación de los rangers que acompañarían al pequeño grupo, el trayecto era muy breve: poco más de una hora. Únicamente se trataba de adentrarse unos metros dentro de un paisaje verde y semi-selvático hasta que en un claro, pisado y pateado al extremo, aparecieron ante los visitantes cuatro o cinco dragones con aspecto de estar hartos de comer. Parecían adormilados y deseosos de descansar. No se inmutaron mucho con la presencia de la panda de turistas, guiados por los rangers. Estos, a su vez, más parecían hacer un acto teatral que proteger al grupo de unos ‘peligrosos’ animales adormilados.


Dragones de Komodo

Uno de aquellos guías, siguiendo su propia sugerencia e idea, se encargó de sacar fotografías con las cámaras de los visitantes para que así cada uno de ellos pudiera llevar una de recuerdo. Este mochilero por supuesto no se libró de semejante atractivo que guarda como un hecho anecdótico. Pasearon un poco más por los alrededores en busca de nuevos dragones con relativo éxito. Se cruzaron con dos baby-dragones que, al percatarse de la presencia del grupo, corrieron desesperados hacia el fondo de la maleza y encontraron otro individuo adulto a la sombra de un tupido árbol. Con las mismas, regresaron al punto de partida.
La visita había finalizado.
No sabe cómo sería la ruta por Rinca, otra de las islas con gran número de dragones, pero el recorrido por la isla de Komodo fue escaso, falto de atractivo y con la sensación plena de estar viviendo una ‘turistada’.
Que lo fue.
Así, no vayáis a la isla de Komodo.
El guía-ranger, con su única defensa ante los dragones: un palo terminado en V

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