31 de marzo de 2018

La roca dorada / Myanmar (Birmania)

Roca dorada

La pasión que sienten los birmanos, las gentes de Myanmar, por una piedra que mantiene un equilibrio inestable en lo alto de una montaña ha convertido la zona en lugar de peregrinación, en uno de los templos más visitados (si no el más) de Myanmar, en especial, por el turismo local. Este hecho no ha pasado desapercibido al turismo extranjero que, por supuesto, también lo frecuenta. El templo en cuestión es el monte Kyaiktiyo (Roca Dorada). El viajero insatisfecho aunque ya había visto cientos de fotografías de la roca dorada quería tener la experiencia de ponerse a su sombra y sentir, como preveía, la religiosidad que allí imperaba. Una vez más, como en todos los templos birmanos.
Le recordaba, aunque no fuera tan evidente el parecido, a las Bismarcks Rock, a orillas del lago Victoria, en la ciudad tanzana de Mwanza. Un grupo de rocas que emergían del lago sobre las que se levantaba una especie de menhir en un -también- equilibrio inestable. En estas rocas tanzanas, paseaban de vez en cuando unos animalitos que llamaban pinkisEn la roca dorada birmana, en cambio, no paseaban animalitos pero sí las gentes de Myanmar se encargaban de tenerla, precisamente dorada, con las pequeñas plegarias en forma de pan de oro. Sólo los hombres (sólo ellos) podían cruzar un pequeño puente sobre el abismo que llevaba a la roca para colocar los cuadrados de pan de oro en su superficie.
Birmanos en el camión de ascenso a la roca dorada

Para hacer la ascensión a la roca desde la población más cercana, Kyaikto, era necesario tomar unos camiones, o subir andando, misión ardua y difícil ésta para cualquier persona que carezca de preparación. Estos camiones salían con gran frecuencia a lo largo de la jornada, cargados a tope de peregrinos o curiosos y serpenteaban por las laderas del monte durante 11 largos kilómetros hasta llegar a las inmediaciones de la roca. El trayecto de los camiones duraba alrededor de 45 minutos, o más, y dejaban a los viajeros-peregrinos a la entrada de un moderno telesilla que les ascendía los últimos metros, ahora sí, hasta la roca. La vuelta, sin utilizar el telesilla, se hacía completa en los camiones desde la parte más alta. Un último tramo bastante estrecho y peligroso para la subida y bajada de vehículos había forzado a las autoridades birmanas a construir aquel telesilla.
Desde la terminal de camiones en la parte alta hasta el templo de la roca dorada había que afrontar un largo paseo por la cima repleto de vendedores de comida, baratijas, flores, frutas, refrescos, cocos, agua,… y los viajeros foráneos debían pasar, de nuevo, por caja.
¡Así es el turisteo de monumentos allí, y en el mundo entero!.
Una vez cumplido el ritual de quitarse los zapatos se entraba a una gran explanada de mosaico, relativamente limpio (sólo relativamente) hasta llegar a la roca dorada. Familias y familias enteras sentadas en el puro suelo adoquinado tomaban sus bocados y bebían agua con ansiedad en botellas de plástico. Corrillos y grupos de gente conversaban a la sombra de unos tenderetes. Unas mujeres encendían pequeñas velas en una ristra de candelabros metálicos colocados a la entrada de la famosa roca, que ya se veía en todo su esplendor.
El ambiente distendido en aquella explanada donde no faltaban otros recintos de budas, no impedía encontrarlo intimista al lado de la roca en sí. En aquellos momentos, varios birmanos en actitud penitente contribuían a dorar la roca con sus plegarias de oro. El día soleado convertía en más mágico aún aquel asentamiento de dioses en aquella roca de equilibrio inestable.
Y dorada.
Roca dorada, a lo lejos

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17 de marzo de 2018

Playa de Maungmagan / Myanmar (Birmania)




Casa de madera de la época colonial

En su recorrido por territorio birmano, el viajero insatisfecho también transitó el sur, por la lengua de tierra que forma el país con la frontera tailandesa. Aquella estrecha franja bajaba cientos de kilómetros bordeando el mar de Andamán cerca de multitud de playas que no tenían nombre ni renombre turístico. Pero allí estaban sin explotar, ni expoliar.
Frente a estas largas playas de arena se situaba un extenso archipiélago de pequeñas islas, muchas de ellas solitarias. En aquel estrecho territorio se encontraba el estado de Kayin y la región de Tanintharyi, el sur profundo de Myanmar. 
Bajó muy al sur hasta la ciudad de Myeik pero no la encontró mucho atractivo y decidió permanecer poco tiempo. En su inevitable ascenso por la misma y única carretera longitudinal de nuevo hacia Yangón, donde al final debería tomar el vuelo de vuelta, paró, entre otros sitios, en Dawei, ciudad habitada, según señalaba el libro-guía, desde “hace cinco siglos o más, principalmente por marineros mon y tailandeses”. Desde luego la ciudad tenía vestigios más modernos, más de la época colonial inglesa. A pesar de ser relativamente pequeña, Dawei poseía mucha arquitectura interesante, con numerosas casas de madera antiguas de dos plantas, con tejados a cuatro aguas y abundante decoración de madera tallada. Paseó y paseó, aquella primera tarde, por la ciudad, sacó fotos de la arquitectura de sus casas y dispuso que al día siguiente iría a visitar su primera playa de aquel país en el viaje.




La playa de Maungmagan, una de las más famosas, estaba a unos 20 kilómetros de donde se encontraba, por lo que decidió alquilar una moto para dicho propósito. El primer intento fue fallido pues no consiguió comunicarse con el motorista que no hablaba ni una palabra de inglés. Lo logró al segundo, cuando al menos pudo hacerse entender sobre el destino del trayecto.
La carretera hasta la playa serpenteaba entre plantaciones de caucho y verdes matorrales ribereños. En el trayecto, ‘de paquete’ en aquella moto alquilada, pudo ver la vida campestre, cotidiana y diaria de mucha gente; un grupo de jóvenes birmanos sobre aquel tuk-tuk, que durante unos kilómetros precedió a la moto, saludaba con cierta timidez al motero extranjero; el agradable joven birmano que le porteaba sonreía cuando el mochilero leonés le hacía parar (stop, stop, please!!) para recrearse con unas fotos a los cuencos colocados en los árboles del caucho que recogían su consabida savia o resina, y, por sorpresa, a orillas de la carretera, en un camión con guirnaldas, un grupo tocaba y bailaba una canción religiosa local. No entendía nada. 
Pura vida birmana. 
Aquella inmensa playa de más de 10 kilómetros de extensión no le pareció espectacular. Como era un día entre semana y fuera de la época vacacional se encontró aquella arena semivacía, tan sólo ocupada por unos ocasionales pescadores que reparaban sus aparejos de pesca. Aprovechó la coyuntura para darse un paseo en la moto, a toda pastilla, por la dura y lisa arena a sólo un metro del agua. 
Esto, junto a las risas, las boberías de todo turista y el agua de coco tomada en un pequeño chiringuito, fue lo único reseñable. 
No obstante debió reconocer que un día así, ordinario y reposado, valía un viaje.
























Instantáneas en la playa de Maungmagan


VÍDEO

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2 de marzo de 2018

Bagan / Myanmar (Birmania)


Se levantó temprano aquella mañana, desayunó muy bien en la guest-house que tenía el desayuno incluido en el precio de la habitación y salió a la calle. Estaba en la población de Nyaung U (Myanmar), una bulliciosa ciudad, destino de muchos viajeros-mochileros que la utilizaban como centro de operaciones para visitar Bagan. Como en el Antiguo Bagan solo permanecían unos cuantos hoteles caros, carísimos, esta población de Nyaung U, y Nuevo Bagan, a escasos kilómetros, eran el habitual punto de salida matinal para recorrer la llanura de templos. Como había llegado allí la noche anterior no conocía absolutamente nada de esta población pero, una vez recibidas las indicaciones del recepcionista, parecía sentirse capacitado aunque dudada, y se veía perdido en la maraña de calles, entre los bocinazos de coches y motocicletas. “Is very easy”, se empeñaba en decirle el simpático muchacho de recepción cuando el viajero insatisfecho insistía en poner trabas a una excursión sin conocer absolutamente nada del recorrido.
Animado, se precipitó a la calle.


Justo frente a la guest-house, nada más tomarse aquel opíparo desayuno, alquiló una bicicleta eléctrica para desplazarse más cómodamente por el entramado de templos y caminos terreros. Estas bicicletas funcionaban casi como las motocicletas pero llevaban una batería eléctrica que duraba ’70 kilómetros’, según el zagal que se la alquiló.
Salió de aquel lugar céntrico de Nyaug U con la sensación de que volvería al cabo de unos minutos pero, al final, regresó ocho horas más tarde, (in)satisfecho, con la misión cumplida, visitas, paseos, críticas, una legión de fotos y reafirmando sus viejas conclusiones de ‘no me gustan las piedras’ (pero se había empapado de ellas). Hizo cien paradas, había cientos de templos. Rodeó aquellas construcciones observando su antigüedad, sus líneas y belleza. Vio cientos de budas, había miles. Se sentó bajo algún árbol para tomar ligeros respiros. Se descalzó cientos de veces, tantas como entradas al interior de aquella infinidad de templos. Imágenes irreales de aquellos vetustos inmuebles entre árboles y arbustos. El marrón de las piedras contrastaba con el verde paisaje natural.
Ahora, y una vez finalizado el recorrido, puede decir que aquellas bicicletas eléctricas (con aspecto de motocicletas) eran el mejor y más práctico medio para moverse ágilmente por la zona. Tenía razón el joven de la recepción: ‘Is very easy’.
Y promete no dar nombres de templos ¿para qué?. Templos con nombres como Gawdawpalin Pahto, Mimalaung Kyaung, Pahtothamya, Nathalaung Kyaung, Upali Thein, Mahabodhi Paya,….. (¿continúa?).
Más que describir la aventura del paseo va a volcar aquí fotografías.
¿Para qué si no sirve este ‘blog’ ya añejo?.

Ananda Temple






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