La imagen de aquel lejano hipopótamo recibiéndole al acercarse al nacimiento del Nilo Azul, quedará en la mente del viajero insatisfecho como una postal vivida. Sí, allí mismo, en uno de los rincones del lago Tana (Etiopía) se situaba su nacimiento, harto difícil de demostrar -aunque siempre fué necesario concretar y ubicar- pues cerca desembocaba algún arroyuelo llamado Gishen Abay River que, antes de aparecer por allí, correteó por lejanos valles y apartadas montañas.
¿No será, en sus fuentes, donde arranca el Nilo Azul?.
No importaba, para este mochilero nace/nacía en el misterioso mundo de aquel cabezón de hipopótamo que apareció y se sumergió al instante, aunque le dió tiempo a captarle con su cámara.
Hacía unos días, una amiga 'blogger' le recordaba que para Javier Reverte, periodista/escritor viajero, el lago Tana olía a flores. Y sí, olía a flores. Pero, también, al papiro que crecía en algunas partes de su orilla; olía a bondad de la naturaleza que colocó el lago en aquel lugar tan apartado pero necesario; olía a sus ribereños que se sentaban en masa al atardecer a inspirar la tranquilidad de sus aguas, ellas mismas perfumadas por el suave rocío devuelto por la ya pasada noche; olía a monjes mandones y algunos pasados guerreros; olía al brusco remar de los muchachos en sus pequeñas embarcaciones de papiro y, también, al verdor agradecido de sus orillas.
Se sentó un día al atardecer, imitando a los ribereños, y se entretuvo mirando las minúsculas olas que más tarde reflejarían algunas luces del cielo. Y luchando en esa terrible batalla con sus pensamientos, los fue dejando caer al, en aquellos momentos, pardo lago Tana.
Fotografia.- El papiro crece a las orillas del lago Tana.
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