28 de febrero de 2008

Próxima parada: Mozambique

El viajero insatisfecho retorna a África, su “País-de-Nunca-Jamás”. Desea sentirse quijote en tierra extraña, despertarse en ciudad desconocida y saborear sensaciones agradables y embriagadoras. Fuertes y, a la vez, ligeras.
Leyó a otro viajero, hace unos días, y decía que cuando estaba lejos “sentía una euforia casi infantil al adentrarse en un mundo desconocido, al observar cosas nuevas”.
Pues eso.
África es y será un continente de retales, de mandiles rotos, de sharis de colores, de turbantes azulones, blancuzcos o jaspeados de rayas, de incomodidades viajeras y de días de meditación y arrepentimiento. Una tierra rojiza y ocre. A veces, encharcada de miseria; otras, reseca de sed y hambruna. De hombres fibrosos y extraños; de mámas de culo africano (african body) o negras mujeres de tipo europeo.
Pero, con todo y con eso, es África.
Con todos los respetos.
El mochilero se olvida de colonialismos y vidas mancilladas, únicamente observa, ve, siente y clama al cielo si algo no le gusta.
Lleva la mochila cargada de libros, de ropajes viejos, de zapatillas queridas y de vaqueros rotos.
Se dejará acompañar por Volcanes dormidos, de Rosa Regàs y Pedro Molina Temboury (lo compró por barato); La tregua, de Mario Benedetti (un regalo); Lord Jim, de Joseph Conrad (lo tenía pendiente), y más libros que quizás lea en sus horas previas al sueño. Y, también, de vuestros mensajes de apoyo, de vuestras caricias y silencios, de vuestros vocablos cariñosos. De vuestras palabras de ánimo, de aprecio, de comprensión, de vértigo y envidia.
No viaja acompañado, pero tampoco solo.
Y en esta salida, menos que en ninguna.

24 de febrero de 2008

La sencillez de un tema complejo

Cuando leyó este fragmento, el viajero insatisfecho no sabía hacia que posición decantarse. Incondicional como era del autor, no creía que esas palabras fueran todo lo precisas que exigía el tema. Las leyó una y otra vez. Y unas veces sí (precisas), otras no (precisas).
Tampoco eran para desmitificar la figura de su hacedor pero sí para poner una nota discordante a las abundantes reflexiones de sus escritos.
Ryszard Kapuscinski decía:
Una nueva mirada a la historia de África. Y es que, en los últimos quinientos años, dicha historia se ha dividido en dos épocas: la de la esclavitud y la del colonialismo; sólo que los historiadores solían tratar la de la esclavitud como algo marginal, tan sólo la mencionaban, mientras que todo el mal que ha perseguido a África lo achacaban al colonialismo. Sin embargo, era una imagen falsa del pasado, pues la trata de esclavos, es decir el robo y el asesinato de la población africana que se prolongó durante más de trescientos cincuenta años, destrozó y despobló el continente, frenó su desarrollo para siglos, lo marginó del mundo y lo condenó a la miseria y a una existencia vegetativa. Se trata del gran crimen, oprobio del mundo, cometido sobre África. El colonialismo, en cambio, que imperó durante un tiempo sensiblemente inferior, pues fueron menos de cien años, es un fenómeno bastante complejo. A pesar de que era un sistema de explotación, abusos y humillaciones, no dejó de tener un lado positivo: aquí y allá construyó escuelas y carreteras, introdujo la administración e instituciones sanitarias. Sin embargo, se sigue omitiendo mencionar, no sin cierta turbación, el horror de la esclavitud, que fue decisivo para el atraso histórico de África y en su lugar se señala al colonialismo como al único culpable de todas las desgracias”.
Este mochilero sigue sin saber qué es lo que le mantiene en esa duda y por qué no apoya completamente las palabras de este monumental periodista.
¿Podría ser por la sencillez con que está expuesto un tema tan complejo?.
¡¡Valiente!!

18 de febrero de 2008

Divisó dos cuerpos

A lo lejos, divisó dos negros cuerpos femeninos que se acercaban balanceándose como dos ramas movidas por el viento. Daba la impresión de que jugaban entre ellas mientras se acercaban lenta, muy lentamente. Ya se sabe que en la lejanía la sensación de movimiento se ralentiza. La escena era entretenida y de exquisita generosidad visual. No lo dudó un momento y el viajero se sentó en uno de esos troncos corroídos, por el agua del mar, que se encontraba muy cerca de donde rompían las pequeñas olas en la arena. Desde allí pudo observar sus cuerpos con cierto disimulo pero -a su vez- con una ansiedad carnal que esos días afloraba en su piel y su interior. Mientras las observaba a lo lejos, ambas mantenían sus juegos, pequeños empujoncitos y lo que creía fueran risas de amistad y complicidad. Era una imagen estéticamente serena. Si fuera de una película, su director la hubiera difuminado para impresionar al espectador y realzar su belleza. Pero la imagen era de una realidad pasmosa. Entre tranquilo y nervioso, esperó a que estuvieran a pocos metros, entonces -se dijo- “las abordaré”.
No fue necesario.
Se acercaron a él entre risas y breves comentarios que oía como un bullicio chismoso. Le ofrecieron artesanía local, collares, anillos y figuras de madera, todo ello labrado, con profesionalidad, pero también con cierta torpeza.

11 de febrero de 2008

Noches de ayahuasca y silencio


El viajero insatisfecho echó un vistazo al interior de la cabaña, en medio de la selva amazónica, para buscar un sitio donde sentarse y observar la puesta en escena del chamán. Éste se vistió con cierta lentitud programada o, quizás, provocada por el cansancio de caminar los agrestes y húmedos senderos del paisaje selvático.
El mochilero parecía dominar la situación. Dio un trago a la ayahuasca (mezcla hervida de corteza de bejucos y hojas de chacruna, oco-yajé, y otras) del vaso que llegaba a sus manos después de hacer un recorrido por los labios de otros cinco observadores y, sin mucho aspaviento a pesar del fuerte contenido, devolvió el vaso vacío a Humberto, el guía local. Era noche cerrada y la única iluminación que había eran cuatro míseras velas que en el mismo instante en que el chamán comenzara con su rito serían apagadas para vivir la experiencia en la más absoluta oscuridad.
Pasados unos minutos, nuevo trago de ayahuasca, el sagrado líquido.
El chamán, en su continuada parsimonia, lió su cigarro de conjuros, mezclas herbáceas y alucinaciones que, junto con el sagrado líquido, era fundamental en estos rituales. Bebió, fumó, bebió y volvió a fumar hasta que se puso temperamental y bravo. Luego, tras unas frases indígenas de vital calado, comenzó con su ritual de limpieza. De uno en uno.
La ayahuasca salía insistente de ronda, incluso a oscuras, y el aforo comenzaba a sentir sus efectos.
Al llegar su turno, el sumiso mochilero se sentó frente al hombre, que -entre tragos y bocanadas de humo- recogía con exagerados gestos los malos espíritus. Insuflaba y, después, absorbía el humo de su cabellera (ver fotografía), como quien aspira el veneno después de una mortal mordida de serpiente.
Malas enfermedades y augurios, pero “el viajero no debe preocuparse -dijo- la limpieza cumplió su cometido”.
El ritual había terminado.
Mientras los allí congregados, ya trastornados por el brebaje, desgranaban alguna de sus vivencias, el anciano chamán y su anciana compañera, con una humildad que parecía casi un insulto, se acurrucaron en una esquina de la cabaña para así pasar la noche, en este caso, no de lobos. El chamán miró al grupo por última vez. Parecía cansado, pero el suyo era un cansancio infinito que procedía de algún rincón profundo de su interior. El hombre parecía llevar una carga interna, el peso de las penas, la angustia y la tristeza de la humanidad entera. O quizás, también, los malos espíritus de este avieso trotamundos.

7 de febrero de 2008

Hoy toca escuchar

Nada que contar.
Hoy toca estar callado.
El viajero insatisfecho piensa en esa gente que encuentra, a veces, por los caminos de otros países y por las rutas de otras tierras, que tienen auténtica serenidad a la hora de estar y aparecerse en momentos delicados.
Y reflexiona: “cuando uno habla con estos personajes, termina uno callándose. Todo lo que presentan, hasta su triste mirada, es pura y absoluta verdad”.

Hoy toca escuchar.

3 de febrero de 2008

La Nariz del Diablo

De toda la línea del ferrocarril ecuatoriano trans-andino entre Guayaquil -en la costa pacífica- y Quito sólo se conserva el trazado que va de Riobamba a Alausí. Es un tren de vía estrecha que pasa por lugares irrepetibles y que circula con una obligada lentitud debido a sus difíciles curvas y pendientes.
El ferrocarril (toda una obra de ingeniería), que comenzó a construirse por Guayaquil, llegó Riobamba en 1905, después atravesó su punto más alto en Urbina (3.618 m) y finalmente llegó a Quito en 1908. Pero los desprendimientos de tierra que provocaron las lluvias torrenciales de El Niño (1982-1983) y los daños que produjo este fenómeno en 1997-1998, obligaron al cierre de todo el recorrido, tan sólo se pudo reparar el tramo que discurre entre Riobamba y Alausí, y unos pocos kilómetros más, hasta atravesar la Nariz del Diablo, en un espeluznante descenso y en un increíble zigzag que obliga en ciertos tramos a ir marcha atrás.
A veces, puentes de aspecto desvencijado cruzan profundas quebradas. Toda una movida-turista desde el techo del tren donde se viaja (ver imagen grande), sin otra separación de los precipicios que el vacío. La experiencia de este viajero en ese tren se saldó con ocho descarrilamientos (ver imagen pequeña). Ocho, que un grupo de empleados ferroviarios solucionó con una habilidad pasmosa.
De verdad, que fueron ocho. El viajero insatisfecho no salía de su asombro.

Fue allí para conocer y palpar un poco más la historia de este trazado ferroviario, buscando y queriendo entender su historia. Pero una vez allí, simplemente, lo sintió. Los viajes son un patrimonio personal, un bagaje que no permanece estático, sino que se alimenta día a día. No se si alguien imagina lo que puede salir de una aburrida y perezosa charla en un autobús o, en este caso que nos ocupa, en un ribazo a orillas de la vieja vía, esperando que el tren retorne al sitio de donde nunca debió salir: de sus raíles.