Mujer birmana, embadurnada con el thanakha
Hay cosas que a los birmanos (o gentes de Myanmar) les va a ser difícil de apartar de sus vidas. Son cosas que este mochilero vio como imbricadas en la cultura, trabadas en lo cotidiano de sus vidas y solapadas a sus movimientos más elementales. Cosas difíciles de relegar. Con seguridad aquellos habitantes birmanos de etnias diferentes, de pueblos dispares (bamar, kayan, kachin, karen o moken) no serán tan desleales con sus tradiciones como han sido los hispanos con alguna de las suyas. ¿Qué ha sido de la popular práctica de beber el vino en bota? (ji). ¿Quién se hubiera atrevido, hace años, en la época de los abuelos, a despreciar una ronda y no empinar el codo?. Esta pasión corría por las venas (?) del castellano, manchego, extremeño o catalán. Esto sí que ha sido un irreverente desplante generalizado a una tradición popular.
Pero siguiendo con este pueblo lejano, los birmanos si mantenían aún esas cosas que les unían con su pasado; y entre sí, al presente, sin dejar de proyectar su yo hacia el futuro. El viajero insatisfecho señalaría tres cosas especiales, había muchas más, que le sorprendieron: masticar betel, las vasijas de agua y, también, el thanakha.
Masticar betel era una tradición, seguro, entremezclada con una adicción humana
que para el foráneo era difícil de entender. Era un pastiche/potingue compuesto
por la nuez de betel, una pasta blanca de cal y unas especias, todo ello
enrollado en una hoja que, una vez injerido, los birmanos masticaban sin cesar.
Había numerosos puestos de venta en las ciudades, en las poblaciones importantes
o en pueblos más pequeños. Era una costumbre, quizás un adictivo vicio que utilizaban para aguantar
más, sentirse mejor o, simplemente, por su sabor. Quién sabe!. Sin duda era una
de las cosas que más pronto el visitante veía y evaluaba al pisar suelo local.
No podía retraerse a esas dentaduras de color negro sanguinolento. Los
escupitajos morados y rojizos por todas partes llamaban la atención y terminaban
siendo algo habitual para los ojos del turista o viajero.
Quizás, relacionadas con la costumbre del betel (es una impresión, no puede constatarlo) estaban las vasijas de agua que había por las calles, por los barrios y por los lugares más concurridos. Una aparente costumbre que podía partir de la necesidad de enjuagarse la boca después de masticar y rumiar el conocido betel. O, tal vez, fuera una hermosa tradición nacional que pretendía dar agua (gratis) al que lo necesitase. Una amabilidad. Este mochilero tomó multitud de instantáneas de estas vasijas pues su visión le hacía aflorar su escasa ternura natural.
Quizás, relacionadas con la costumbre del betel (es una impresión, no puede constatarlo) estaban las vasijas de agua que había por las calles, por los barrios y por los lugares más concurridos. Una aparente costumbre que podía partir de la necesidad de enjuagarse la boca después de masticar y rumiar el conocido betel. O, tal vez, fuera una hermosa tradición nacional que pretendía dar agua (gratis) al que lo necesitase. Una amabilidad. Este mochilero tomó multitud de instantáneas de estas vasijas pues su visión le hacía aflorar su escasa ternura natural.
Y el thanakha, un ungüento que
aplicaban en su cara, sobre todo las birmanas -también los birmanos- para
protegerse del sol y como cosmético natural (no exento, cree también, de una
dosis de moda temporal). Este producto surgía de frotar un trozo de una rama de
un árbol sobre una pulida piedra a la que echaban un poco de agua para que con
el frote dejara una fina pasta de un tenue color amarillo. Se aplicaba luego a
las mejillas y una raya sobre la nariz. Algunas jóvenes esbozaban bellas figuras
o siluetas en su rostro a modo de maquillaje singular.
No olvida, una cuarta: el longyi. La prenda tradicional por excelencia, la vestimenta que a
todo visitante llamaba la atención. Los había de todos los colores, lisos, a cuadros
o estampados. Los había, además, que identificaban una determinada etnia local.
Así, un longyi con rayas horizontales
era seña de identidad de los karen. Siendo
como era el icono de todas las tradiciones locales, esta prenda merecería,
casi, un libro mayor.
Dos instantáneas de las vasijas de agua
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