27 de julio de 2024

Córdoba / Argentina


Plaza San Martín, en Córdoba

Le costó encontrar un lugar donde descansar sus huesos por unos días. Cuando llegó a Córdoba desde Santa Fe se propuso encontrar un sitio céntrico y a la vez cerca de la estación de autobuses. Ocupado, ocupado, ocupado…. Ocupado, otro. Al final, un pequeño hotel más parecido a una pensión le sirvió. Córdoba era una bonita ciudad, con una zona colonial antigua, llena de iglesias y casas de época. Durante los días que estuvo paseando por la ciudad, que callejeó sin rumbo, le salieron al encuentro restaurantes con una magnífica gastronomía, edificios modernos que se entremezclan con construcciones coloniales, una antiquísima población con un sinfín de sitios turísticos en cada rincón.

Una de las mañanas —recuerda que era domingo— se acercó al Parque Sarmiento, un pulmón para los cordobeses (de Argentina). Paseo sin rumbo por el parque, concurrido dependiendo de las zonas, incluso se atrevió a alquilar (eran gratis) una pequeña bicicleta que se estropeó a las primeras pedaladas. Se fue por otra, y la cambió. El día avanzaba y se dio otro paseo por el centro, visitando rincones, entrando en alguna casa colonial y deambulando por las calles peatonales. Vio una ciudad que, según se apreciaba, tenía empatía con el visitante.

No sabe por qué, pero sintió la influencia española en toda aquella región.


El viajero insatisfecho ante La Poderosa II, Museo del Che Guevara

Estando en esta provincia, no podía faltar una cita con Alta Gracia, pequeña población en la que el Che Guevara se formó como hombre: allí paso una época en su tierna juventud. En la actualidad, la casa familiar era un museo donde se exponían algunas de sus pertenencias, y constituía un lugar ideal para nostálgicos. Allí estaba expuesta La poderosa II (o una réplica), famosa moto con la que partió para recorrer Sudamérica. Muy cerca estaba, también, la casa de Manuel de Falla —no mucha gente conoce que este célebre compositor español murió allí—, convertida también en museo. Una bella casa/chalet (Los Espinillos) —en la entrada, unos grandes y viejos cipreses— con cantidad de objetos que Falla utilizó, habitaciones en las que vivió, e incluso el catre en el que falleció, el 14 de noviembre de 1946.


Casa/museo de Manuel de Falla

Un viaje más, en su permanente deambular, a La Cumbrecita, un lugar en la sierra cordobesa, adaptado —muy cuidado— para el turismo local. Tenía sus orígenes en unos pioneros alemanes que lo fundaron y fomentaron. Una pequeña cascada era uno de los atractivos más visitados. Hasta allí llegó, como era habitual, en autobús local, lo que le ocupó todo el día al viajero insatisfecho.


Cama donde murió Manuel de Falla

Copyright © By Blas F.Tomé 2024

9 de julio de 2024

Santa Fe de la Vera Cruz / Argentina


El puente colgante de Santa Fe

De la ciudad argentina de Posadas, a orillas del río Paraná —sirvió a modo de ciudad de tránsito para la nueva incursión argentina, después de su paso por Paraguay—, el viajero insatisfecho se trasladó a Santa Fe de la Vera Cruz, una ciudad más céntrica en el país, y casi a orillas del mismo río. La distancia era considerable y pasó toda la noche en un bus. Cuando salía de la céntrica estación de autobuses, a primera hora de la mañana, comenzaba a llover. Andando y protegiéndome de la lluvia en algunos soportales llegó al hotel, ubicado a unas pocas cuadras.

Lloviendo se acercó al centro, después de haber tomado posesión de la habitación, y lloviendo se movió todo el día, edificio colonial tras edificio colonial y visita tras visita a diferentes zonas de la ciudad.

Y al día siguiente, también.


Museo Histórico provincia de Santa Fe

Tenía fama el Casino de Santa Cruz y, ante tanta agua como caía, decidió conocerlo, al menos, allí estaría protegido. Un casino más. Ni jugó (nunca lo ha hecho), ni le gustó, ni apreció su fama.

En el camino hacia allí, se encontró —no lo buscó— con el mayor mural argentino dedicado a Messi (Pasión futbolera argentina).


Mural/grafiti, dedicado a Messi, tras la Copa del mundo

Por la tarde, en un rato de respiro que concedió la lluvia, se acercó al puente colgante que cruzaba la laguna de Setubal. Un puente de estructura de hierro muy famoso, tradicional y símbolo de la ciudad. Uno de los atractivos —además de admirar desde uno de los lados su majestuosidad— era cruzarlo andando desde la costanera este a la costanera oeste. Otro, visitarlo de noche para observar sus efectos visuales, con una iluminación LED cambiante de colores. Esto último, fue imposible, pues cuando comenzaba a caer el sol y surgía la noche en la ciudad, comenzó a caer una tromba de agua que le obligó a volver al hotel.

Se fue al día siguiente, a primera hora, rumbo a Córdoba, huyendo de aquel tiempo tan incómodo para una reposada visita.


Cruzando el puente colgante de Santa Fe

Copyright © By Blas F.Tomé 2024

 

22 de junio de 2024

Eswatini, antiguo Swazilandia


Cebras, en la Reserva natural Mlilwane

En el país entró por el sur, por la frontera de Golela, en un minibús procedente de Durban. Una vez cruzada la frontera —compuesta por unos edificios bastante modernos— y cumplidos los trámites de salida de Sudáfrica y entrada a Eswatini, antigua Swazilandia, se lanzaron por aquella recta carretera esteparia a una velocidad constante y prudente. A los lados, pura estepa africana, pero de vez en cuando, en la zona que parecía más ribereña, se veían plantaciones de azúcar y plátanos. Se dirigían a Manzini, la ciudad más poblada, a pocos kilómetros de Mbabane, la capital de Eswatini. En un principio, la idea era dormir en aquella ciudad una noche y desplazarse al día siguiente a la capital, cambiando de hotel, pero la situación de Manzini le resultó cómoda y decidió convertirla en centro de operaciones. Por otra parte, no preveía grandes excursiones ni movimientos en el pequeño país, todo éste al alcance de cortos trayectos en autobuses o minibuses.

Por situar al lector, añadirá algunos detalles de este territorio:

Situado entre Sudáfrica y Mozambique es un estado soberano sin salida al mar. El gobierno es una monarquía absoluta, la última de su tipo en el continente, dirigida por el rey Mswati III, desde 1986. El sistema de gobierno de Suazilandia consiste en una monarquía absoluta. El rey es el jefe de Estado y quien nombra a los ministros. Ejerce simultáneamente tanto el poder ejecutivo como el legislativo y, tradicionalmente, el rey gobierna junto a la Reina Madre o Indovuzaki (Gran Elefanta).

En la actualidad, la Reina Madre era vista como una líder espiritual y muy apreciada, pero también lo fueron sus antecesoras. Todavía mantenían unas fuertes tradiciones que se mezclaban con festejos: Incwala, ceremonia de la cosecha, y Umhlanga, donde el rey elegía a las jóvenes esposas. El viajero insatisfecho no coincidió con ninguno de estos ceremoniales.

Estatua de la Reina Regente Gwamile (1858-1925)

En su afán de curioseo, en los tres días que estuvo por allí, se acercó a algunos sitios —lo que le ayudó a conocer un poco la realidad del territorio— aunque dejó otros muchos en el tintero:

o   Mbabane, capital y sede administrativa. Dio unas vueltas por la ciudad, callejeó y buscó librerías donde poder comprar en “El Principito”, en swazi (idioma local del país), pero no lo encontró. Había pocas librerías y eran, más bien, papelerías.

o   La Reserva Natural de Mlilwane. Como en esta reserva únicamente había herbívoros y cocodrilos —en un lago/río muy concreto— era posible recorrerla andando. Eso hizo y pasó un día entre cebras, ñus y varias clases de antílopes ¡Ah!, y facoceros, muy similares al jabalí, de piel rugosa y cabeza grande. De los cocodrilos no fue consciente, pues se acercó solitario al lago, pero no tuvo oportunidad de visualizar alguno.

o   Parque Real Nacional Hlane. Para ello, tomó un autobús local en la población de Manzini, donde se hospedaba, que pasaba por la entrada principal del parque. Una vez abonado el ticket (era relativamente barato) se dirigió al campo base, a unos cientos de metros. Allí, se integraría en un pequeño grupo de turistas para hacer un game-drive. Game es una de esas palabras, cuya traducción literal es “cazar” o “juego”. Claro, afortunadamente se refieren a la “caza con la cámara”. Elefantes, leones, rinocerontes blancos, jirafas o antílopes, y los siempre presentes facoceros.


Entrada principal del PN Hlane


León, en el PN Hlane
Eswatini era un bello país y con gente de muy buen trato. Le pareció seguro, más africano que Sudáfrica y, en consecuencia, más atraído se sintió por él.

VÍDEO

Copyright © By Blas F.Tomé 2024

7 de junio de 2024

Hacia el Sani Pass


Mapa de Lesoto (última parte del recorrido, la ruta en blanco)

Lesoto -antiguo protectorado de Basutolandia- era un país de gran altura y un bonito paisaje montañoso. Excepto algún lugar puntual y concreto, lo mejor estaba en el camino, en la ruta, por eso creyó que circular por las carreteras de un lado a otro era una opción más que interesante para conocer el país. Desde Semonkong, donde se encontraba, hasta Sani Pass para, a través de éste, entrar otra vez a Sudáfrica, era una larga ruta. Pensaba hacerla por etapas utilizando, como siempre el transporte local: el viajero insatisfecho no tenía otra opción viajando como viaja. Haría el siguiente trayecto: Semonkong—Maseru (ya lo conocía)—Butha-Buthe—Mokhotlong—Sani Pass. Todo este recorrido le llevaría tres o cuatro días.

¡Adelante!


Jóvenes pastores


Rebaños de ovejas

La primera etapa, con cambio de minibús en Maseru, salió según lo previsto. Se trataba de alcanzar la población de Butha-Buthe, y dormir allí. Lo logró sin problemas. Atravesó grandes montañas y extensas llanuras también elevadas; pequeños pueblos con algunas de sus casas basuto (paredes circulares de piedra y techo de hierba); campos cultivados y paisajes de laderas con hierba y pasto. No muchos árboles, más bien escasos. En esta parte, estaba haciendo el recorrido menos atractivo del plan previsto.

En Butha-Buthe tardó encontrar una guesthouse que se adaptase a su presupuesto. Todas eran bastante nuevas, con un servicio de B&B (cama y desayuno); ocupadas por ejecutivos y viajeros pudientes, y realmente bien cuidadas. Pero caras. Moroeroe Guesthouse estaba completa: un grupo de estos ejecutivos de la capital habían ocupado la mayoría de las pocas habitaciones. Otra, que estaba relativamente cerca, “se subía a la parra” con el precio. Echó el alto a un taxi-colectivo que pasaba por allí y se acercó a otra más céntrica, pero que estaba en lo alto de una cuesta, con una gran pendiente de subida. Se cansó de buscar, y allí se quedó. La joven recepcionista, además, se portó maravillosamente: le lavó la ropa, le informó sobre los hotelitos en Mokhotlong, próxima meta de etapa, y le regaló unos melocotones (pequeños, pero sabrosos) recogidos por ella (había muchos por los alrededores y, en general, en todo Lesoto). Los pequeños melocotonares y las casas circulares basuto eran un paisaje habitual en los pueblos que cruzaban. Butha-Buthe tenía pocos atractivos, por lo que decidió abandonarla al día siguiente.


Poblado al lado de la mina de diamante

El trayecto a Mokhotlong lo encontró muy interesante. Ocupaba el asiento del copiloto en el minibús y podía disfrutar de todo el paisaje nuevo y revelador. Después de unos kilómetros, encontraron un bello y empinado puerto de montaña, que tardaron más de una hora en ascender: el camión de grandes dimensiones que precedía al minibús —transportaba una gran máquina de derrumbes— se veía obligado a hacer peligrosas maniobras en las curvas en pendiente. Pero era un bello paisaje montañoso lo que pudo disfrutar en las múltiples paradas. Arriba del puerto, más llanuras de hierba y rocas, matojos y, por la altura, diminutos matorrales. En esas extensiones pastaban pequeños rebaños de, también, pequeñas ovejas con cuernos: típicas de aquella región. De trecho en trecho, grupos de jóvenes pastores basuto, enfundados en sus mantas y pasamontañas, vigilaban los rebaños. A un lado dejaron AfriSky, la estación de esquí de Lesoto. El complejo operaba como un pueblo de esquí al estilo europeo y proporcionaba todo lo que lo necesario para unas vacaciones de esquí: el alojamiento, material de esquí, forfaits de nieve, escuela de esquí o comida, aunque en aquel momento estaba desierto. Imprescindible, la nieve, y no era la época. Cruzaron por el lateral de la mina de diamantes Letseng (le hubiera gustado visitarla), con un poblado de humildes casas al otro lado de la carretera, casas de explotados trabajadores —supuso—, y llegaron a Mokhotlong bien avanzada la tarde. En esta población, situada en un amplísimo valle rodeado de montañas, se quejaban también de la falta de lluvias, del cambio climático y de unos alrededores muy secos y, así, poco atractivos.

Un día más en estos bellos parajes.


Descendiendo por el Sani Pass

Una buena carretera, recientemente asfaltada, rompía la llanura y las laderas, al alejarse de esta pequeña ciudad. Por los alrededores se veían rebaños de ovejas que limaban el verde pasto, a trozos sombreado por las nubes. La ruta llevaba al Sani Pass. Allí, en lo alto, se hacían los trámites de salida del país. La frontera de Sudáfrica se encontraba después de descender el Sani Pass. Todo el zigzagueante y peligroso descenso se hacía por un camino de tierra y pedruscos, apto para 4x4 y muy complicado para el minibús en el que iban. Lentamente, rodando despacio el vehículo iba dejando atrás curvas y curvas, unas de giro a la derecha y otras a la izquierda. Bellas montañas arropaban a los pasajeros a ambos lados del peligroso paso y verdes laderas confluían formando el valle.

Un bonito espectáculo natural.


Sani Pass

Copyright © By Blas F.Tomé 2024

23 de mayo de 2024

Paraguay, guay, guay,....


Catedral-Basílica de Asunción

Estaba en el norte y, antes de lanzarse al centro y sur argentinos, el viajero insatisfecho quería conocer algo de Paraguay.

(Resumirá la visita en este único ‘post’).

A ello se dedicó los siguientes días. Un planing ambicioso desde la ciudad de Salta, donde se encontraba, pues las distancias en este país eran siderales, sobre todo, empeñado como estaba en hacerlo por la vía terrestre y evitando el avión como medio para los traslados. Un autobús nocturno le colocaría —después de horas y horas de trayecto— en la ciudad de Corrientes, a orillas del río Paraná. Esta ciudad, tenía como vecina muy cercana, la población de Resistencia, otra gran urbe. Corrientes tenía la parte central urbana muy del estilo colonial, con reminiscencias arquitectónicas españolas, con calles angostas y un casco funcional. Había varios lugares antiguos para visitar. Pero la ciudad había crecido y creado su personalidad propia. Corrientes, a orillas del río Paraná, tenía un moderno paseo pegado a la ribera del río, aunque su centro histórico parecía no mirar hacia él. La creencia popular afirmaba que el suelo de Corrientes tenía "payé": Una magia que atrapaba a todo aquel que lo pisaba y, por más lejos que se encontrara, siempre sufriría de añoranzas por estas tierras. Fundada en 1588 por Juan de Vera y Aragón, era la ciudad más antigua del nordeste argentino.

Después de recorrer el centro y el parque se acercó hasta la Punta Mitre, una de las siete puntas de tierra y piedra que sobresalían sobre el Río Paraná y que le dieron el antiguo nombre a la ciudad: San Juan de Vera de las Siete Corrientes. Orgullosos como estaban de ello, una señora le insistió que hiciera un recorrido por todas aquellas puntas. Aunque, no eran nada más que pequeños salientes que los correntinos cuidaron y empedraron para mantener su forma y fama.

Disfrutó de la brisa.

De esta ciudad se dirigió hacia la frontera de Clorinda para entrar en Paraguay. El autobús le dejó en el centro de Asunción, capital de Paraguay, a orillas del homónimo río, y en la frontera con Argentina. Una pensión, en una típica casa colonial en la zona centro, con un patio-jardín interior, le sirvió de refugio nocturno. Le atendió una bella y simpática mujer paraguaya. Cree recordar que vio muchas de este estilo, lo que en su mente generó un bello patrón de mujeres paraguayas. En una habitación grande, con una cama king size, permaneció tres o cuatro noches.

Asunción tenía unas edificaciones en sus alrededores sin estilo, pero su centro urbano, estaba relativamente bien cuidado, aun con una Catedral poco altiva, pero, también, muy apreciada por los locales. Entró en el Panteón Nacional, mausoleo del país, donde reposaban los restos de diversos personajes de gran importancia en la historia del Paraguay, siendo, arquitectónicamente hablando, la réplica paraguaya de Le Panthéon, monumento ubicado en París.

Debe reconocer que no le dedicó mucho tiempo a la ciudad: se habría merecido más oportunidades y pausados recorridos. Otra mañana, se acercó a San Bernardino, en el vecino lago Ypacarai, orillas del lago muy apreciadas por los habitantes de la gran capital, que las utilizaban como zona de veraneo y fines de semana. Podría haber desestimado esta visita, de escaso atractivo para este mochilero.


Represa de Itaipú

En sucesivas jornadas, conoció también Ciudad del Este, una ciudad con inevitable actividad comercial por ser frontera con Foz de Iguaçú, Brasil. Sobre todo, en los alrededores fronterizos, esta actividad era hasta excesiva y agobiante.

La represa de Itaipú (“piedra que suena”, en guaraní), que visitó en medio de un aguacero, merecería un capítulo aparte por su grandiosidad y las impresionantes cifras sobre construcción, y acumulación y aportes de agua para dos países. Era una hidroeléctrica binacional que estaba situada entre las ciudades de Hernandarias (Paraguay) y Foz do Iguaçu (Brasil), sobre el río Paraná, en la frontera entre ambos países. Según Wikipedia, la represa “es el resultado de una maniobra diplomática para evitar un conflicto bélico entre Paraguay y Brasil por una cuestión limítrofe”.

(Los lectores, que queráis saber más sobre los voluminosos datos de la represa, visitad "la Wiki").

Cataratas del Monday
Cataratas de Iguaçú / Brasil

Conoció, además, la cercana población Presidente Franco (nada que ver con el dictador español), donde estaban las cataratas del Monday, que los paraguayos promocionaban orgullosos, al estar a unos pocos kilómetros de las famosas cataratas de Iguaçu, en las que no tienen parte. Atravesando la frontera con Brasil, se llegó hasta estas cataratas, que ya conocía de su viaje anterior a Brasil, hace muchos años. La experiencia de la visita, en esta ocasión, fue horrible: agua y agua cayendo del cielo sin compasión durante todo el recorrido. Tanto chaparrón que, ese mismo día, cerraron la parte argentina de las cataratas, por desbordamientos y destrucción de varias pasarelas.

(Luego se enteraría de que la parte argentina estuvo cerrada varias semanas más).


Playa en el río Paraná, Encarnación (al fondo, la ciudad argentina de Posadas)

Finalizó su recorrido paraguayo, en Encarnación, esta ciudad a orillas del río Paraná, con una envidiable playa fluvial, de gran actividad turística. Visitó la población, su playa y, también, algunas misiones jesuíticas por la zona, entre ellas, la de la Santísima Trinidad, a más de una hora en un autobús local. Otro aguacero, éste a media mañana, le impidió pasear con cierto reposo por todas aquellas ruinas.

Al día siguiente, atravesaría el puente sobre el río Paraná y daría con su cuerpo en la población argentina de Posadas.


Ruinas, Misión jesuítica de la Santísima Trinidad

VÍDEO

Copyright © By Blas F.Tomé 2024

9 de mayo de 2024

Salta, Salta, Salta,....


Salta, desde el cerro San Bernardo

Catedral basílica de Salta

El siguiente destino argentino, una vez visitada la zona de Jujuy, fue la ciudad de Salta. Una gran urbe, cuyo nombre surgió por los indígenas allí afincados, cuando las hordas españolas conquistaban aquellas tierras, fundaban ciudades y establecían asentamientos permanentes (Bueno, tal vez, la palabra “horda” no es la más apropiada). La traza de la ciudad, en su momento, fue una especie de tablero de damas, que se conservaba aún como zona centro. Lo más significativo de la plaza (“9 de julio”) era —junto a la Catedral basílica de Salta— el Cabildo, uno de los mejor conservados en todo Argentina.

Llegó, y paseó. Llegó, y miro por todo el centro (su hotel, que encontró de casualidad, estaba muy cerca), donde presenció pequeños mítines de simpatizantes políticos de algunos partidos, entre ellos, un grupo de jóvenes simpatizantes de Milei.

(Era fin de semana y, ese domingo, se celebraba la primera vuelta de las elecciones presidenciales. Precisamente, allí pasó ese día electoral, donde la ingesta de alcohol estaba prohibida. Ni una cerveza. En esta jornada, de poca actividad, además, visitó la quebrada de San Lorenzo (muy cerca de la ciudad), un lugar que encontró más bien adaptado al turismo local de fin de semana. Le decepcionó. Sin embargo, allí estuvo en el pequeño castillo de San Lorenzo, conocido porque en él Yul Brynner rodó escenas de la película de Taras Bulba).

Uno de los días que pasó rondando por allí, cree recordar que fueron tres, subió al cerro San Bernardo en el teleférico que partía de un jardín cercano, en el centro. Desde el cerro, la ciudad se veía en toda su extensión a sus pies. Un sitio de sorpresivo relax, donde las pocas personas que andaban por allí parecía guardaban un cierto silencio sepulcral.

Pero como siempre, las expediciones a los alrededores de las grandes ciudades suelen ser lo más interesante. Para visitar aquellas zonas aledañas, pero relativamente lejanas, no le aconsejaron utilizar el transporte local, pues no era viable por ser, además, poco frecuente. Las agencias organizaban ‘tours’, y uno de ellos contrató. Un minibús con unas 12 o 15 personas, todas ellas con la misma intención: conocer Cachi (una pequeña población a los pies del homónimo pico andino, y dentro de los valles Calchaquíes). Esta población no era lo más importante, más bien lo especial estaba en el itinerario.


Cuesta del Obispo

Hasta llegar allí, se ascendía la famosa cuesta del Obispo (un tramo de esta ruta —y único no asfaltado— que subía la montaña por un bonito y zigzagueante camino con vistas espectaculares hasta el punto panorámico de la piedra del Molino); se admiraba el Valle Encantado; pudieron ver cantidad de guanacos, y se atravesaba el Parque nacional Los Cardones, de singular belleza por la cantidad de cardones (el cactus argentino) que poblaban aquella llanura (los cardones estaban, así, protegidos): altos, fuertes y gruesos como columnas de monasterios o catedrales.


Guanacos


Parque Nacional Los Cardones

En la zona de Salta había muchos otros sitios posibles, pero el viajero insatisfecho debía continuar su viaje argentino por otros lares o lugares.

Argentina era y es increíblemente extensa.


Copyright © By Blas F.Tomé 2024

28 de abril de 2024

Las cataratas de Maletsunyane / Lesoto


Locales 'basothos', en sus caballos

Descendió del minibús que le traía de Maseru (capital de Lesoto) en Semonkong, una pequeña población de no más de seis mil habitantes. La brisa fresca se unía al poco calor reinante, generado por un apacible sol en este asentamiento, que estaba a una altura de unos 2.200 m.s.n.m. Eran aproximadamente las 10 de la mañana. Lo primero que hizo fue buscar un lugar dónde dejar la mochila grande y pasar la noche siguiente —traía una dirección, encontrada por internet, Bonnini Homestay—. Y lo encontró, con la ayuda de una amable joven semonkongesa (?). Lo regentaba otra simpática joven de sincera sonrisa y de sugerencias y consejos desinteresados. Le ayudó en la breve estancia y le hizo una exquisita cena, con cordero y verduras. Se movía ella de un lado a otro siempre con su especial mokorotlo sobre la cabeza: un sombrero cónico trenzado con paja o un tipo de hierba local y rematado en la punta con un diseño intrincado. El edificio del homestay había sido construido no hacía muchos años y ofrecía unos servicios mínimos. No tenía ducha ni lavabos (se utilizaba el sistema de “cubo y cazo” para la higiene corporal) y el wáter, bastante alejado, era en modo compost.

Pastor, en su montura

¡No pasaba nada!

Una jornada de turismo sostenible.

La llegada a esta población era con el fin de visitar las cataratas de Maletsunyane, y a ese propósito se encomendó nada más dejar la mochila grande en la habitación. Pero el trayecto al salto de agua era largo. Se atravesaba la población, después se cruzaba un arroyo, en cuya orilla estaba Semonkong Lodge, el más prestigioso alojamiento de la población, y luego se iniciaba, por unas estrechas sendas para caballerías y ganado, la ascensión a las montañas que rodeaban la zona. Por una de estas veredas, de subidas y bajadas, circulaba el viajero insatisfecho en la búsqueda de las cataratas. Respiraba un aire extremadamente puro y lo notaban sus fosas nasales. Desde el primer momento, se daba cuenta de la gran altitud, a la que normalmente no estaba acostumbrado a vivir: hacía algo más de brisa fresca de lo normal y al mirar alrededor veía montañas imponentes, algunas más bajas que el punto de observación. Otras, más altas.


Gran barranco

Desde una de las partes más altas del trayecto, divisaba todas aquellas montañas de suaves picos y verdes laderas y algunos rebaños de ovejas pequeñas en tamaño, que eran la raza de Lesoto. De ellas extraían la lana con la que se hacían las numerosas mantas que los locales llevaban habitualmente por aquellas latitudes. A veces, de coloridos variopintos; otras, no tanto. Se cruzó con cantidad de pastores y labriegos montados todos ellos en sus apuestos caballos y enfundados en las austeras mantas de lana. También, con sus pasamontañas calados.

Amables, y alguno de ellos sonriente, saludaban al mochilero con simpatía.

Y llegó, después de dos horas de caminata, a las cataratas Maletsunyane. Un gran barranco se divisaba antes de llegar al salto. Éste se formaba al caer el agua de uno de los arroyos al gran despeñadero.

¡Espectacular!


Cataratas de Maletsunyane, Semonkong

Se veía alejado, pero imponía.

Con poca agua, pero aun así de gran belleza.

Se sentó en una de las rocas y dejó pasar los minutos. En silencio. Esperando oír al agua golpear el fondo, pero, no. Era silencio sobre el silencio reinante. Era la paz absoluta, enmarañada entre los picos, valles y laderas.

(Las fotografías completan más la información descrita).

VÍDEO


Copyright © By Blas F.Tomé 2024 

17 de abril de 2024

Lesoto, un nuevo país


Cocodrilo, monumento en el centro de Maseru

Entraba en Lesoto por la frontera de Maseru Bridge, una de las más habituales y concurridas. Venía de Bloemfontein, una insulsa ciudad sudafricana (capital de la provincia del Estado Libre de Orange), donde había llegado el avión de Ciudad del Cabo. Tomó este medio de transporte porque la distancia entre estas dos ciudades, en autobús, le hubiera llevado unas 24 horas. Excesivo tiempo perdido y demasiado cansancio para iniciar este periplo sudafricano. 
No se arrepintió. 
Atravesó el río que separaba ambas fronteras (sudafricana y lesotense) y, sin más, se encontraba a las afueras de Maseru, capital de Lesoto. Encontró un alojamiento, una guesthouse, que consideró cara para un país como éste, pero allí arribó después de visitar varias y todas ellas de presupuesto elevado. Eso sí, estaban super limpias y ofrecían unos servicios muy cualificados (B&B).

Maseru tenía varios mall (comerciales), un aspecto de cierta prosperidad, pocos atractivos turísticos y era una deslavazada ciudad, con subidas y bajadas por los diferentes cerros que la rodeaban. Intentó visitar el Royal Palace, pero eran necesarios una serie de permisos: la burocracia le desanimó. Ante este panorama, se lanzó a conocer Thaba Bosiu, a unos 30 kilómetros de la capital (el libro-guía lo proponía, y un barato taxi, la solución), en el corazón histórico y espiritual del reino Sotho, pero resultó ser algo tan artificial, que más bien hubiera debido visitar por la noche, donde las actuaciones folclóricas (incluso picantes, según alguna información recibida) eran lo más reseñable.


Escenario, en Thaba Bosiu

Al regresar a Maseru, ya de noche, se desorientó y, sin dirección de su hospedaje, se dedicó con el taxista a tratar de localizar la guesthouse, sin conocer siquiera su nombre. Menos mal que, después de multitud de llamadas (tenía el teléfono en el llavero de la habitación), se dignaron en contestar, si no la noche la hubiera sido diferente. Aquí no terminaba esta lamentable aventura: cuando el taxista se fue, se dio cuenta de que había olvidado la cartera en el coche, donde llevaba el pasaporte y un buen monto de dinero.

Debería levantar el vaso y brindar por aquel taxista y su amigo acompañante, que decidieron regresar —animados por la llamada telefónica de la dueña de la pensión— con los objetos perdidos del viajero insatisfecho (pasaporte y dinero). Comprobó que tenía todo en regla, les dio las gracias más efusivas y les gratificó con un buen montón de lotis (moneda lesotense).

¡Que nadie critique a este pueblo de gente buena y honesta!

Durmió, con la mente reprobatoria hacia sí mismo por este tipo de olvidos (el primero en su larga vida viajera), y a la mañana siguiente abandonó la capital en dirección a Semonkong, a unas cuatro horas de trayecto.


Cerveza "Maluti", de Lesoto


Copyright © By Blas F.Tomé 2024

6 de abril de 2024

Jujuy, provincia argentina


En la población de Tilcara

Había visitado el salar de Uyuni y, según lo decidido (no siempre el viajero insatisfecho tiene las cosas previstas de antemano), abandonaría Bolivia para internarse en Argentina. Fue fácil. Un autobús le llevó hasta Villazón, en el lado boliviano; en el lado argentino se encontraba La Quiaca. Cruzó la frontera andando. Del lado argentino no le pusieron ningún tipo de sello de entrada en el pasaporte, se suponía que todo estaba informatizado. Después de esperar unas horas (no muchas) en la estación de La Quiaca, tomó un autobús hacia la ciudad argentina de San Salvador de Jujuy, aunque se bajaría en otra población anterior, pues le pareció el sitio más cercano a ciertos lugares recomendables y visitables.

Era noche cerrada en Tilcara, y no solamente eso, llovía a mares cuando descendió del bus, lo que dificultaba los movimientos para encontrar algún sitio donde pasar la noche. No llevaba nada previsto, aunque sabía que en los alrededores de la estación había sitios baratos y cómodos. Pero llovía, y no se podía mover de la estación hasta que al menos aflojara el chaparrón. Estuvo un buen rato esperando y cuando la lluvia no fue escandalosa se lanzó a la calle en busca de ese alojamiento. Encontró uno.


Pucará de Tilcara

Tilcara era una pequeña población en la provincia de Jujuy, con cierto aire turístico pues por los alrededores las montañas contenían escondrijos que eran populares, bonitos y con encanto. Además, en la misma población había un sitio arqueológico famoso, el pucará de Tilcara. Ubicado en un morro en la confluencia de dos ríos, fue el lugar ideal que eligieron los antiguos pueblos tilcaras para defenderse de los ataques, ya que dominaba el cruce de los dos únicos caminos del lugar. En las faldas más accesibles de este morro construyeron altas murallas. Los pucarás no solo tenían fines defensivos sino también sociales y religiosos. Desde esa altura podían controlarse los campos de cultivo circundantes y las viviendas de los campesinos en los terrenos bajos. Lo inspeccionó el último día, y observó que estaba reconstruido en exceso. 


Cerro de los catorce colores, Serranía de Hornocal

Antes, aparte de admirar los alrededores, fue a visitar en la serranía de Hornocal, la montaña de los catorce colores, que según se había documentado, era un lugar de especial belleza. Todas las montañas erosionadas circundantes tenían esas capas de diferentes colores en los sedimentos, pero el Hornocal era algo especial por el número de tonalidades. Y así fue. Tomó un autobús interurbano que le llevó hacía el norte, a Humahuaca, la población más cercana. Allí todo estaba ya organizado (numerosas ofertas de muchachos para contratar trayecto) lo que facilitaba el alquiler de un 4x4 compartido para hacer los últimos kilómetros hasta el mirador. Lo hizo con tres jóvenes argentinas, simpáticas y muy agradables, amigas entre ellas y, a partir de entonces, también las consideraría sus amigas. Una bella cordillera esta de Hornocal. La variedad de sus catorce colores, o quince, o doce, ¡qué más da!, le daba un aire de montaña de cuento de hadas, por allí habría pasado Alicia (“en el país de las maravillas”). Capas y capas de diferentes tonos: amarillos, ocres, rojizos, e incluso, verdosos o azulados. Una delicia visual.

En Tilcara, también, comió la mejor milanesa de llama, que probaría en todo Argentina.

Copyright © By Blas F.Tomé 2024

28 de marzo de 2024

Llegada a Sudáfrica


Hotel Kimberley


Taberna, Hotel Kimberley

El viaje a Sudáfrica era una cuenta pendiente. Tenía comprado el vuelo en el 2020, pero la variante sudafricana del coronavirus frustró tal viaje. KLM le devolvió el importe del billete, pero siempre quedó sonando “el run run“ (como dice la canción de Estopa) de un viaje no realizado.

Largo trayecto se impuso el mochilero por conseguir el vuelo más barato: Madrid-Doha-Ciudad del Cabo, y regreso, a la inversa. Llegó a Ciudad del Cabo por la tarde, a última hora. Tenía una habitación contratada por Booking en el centro de la ciudad y hasta allí le llevó el taxi, con el correspondiente “impuesto-novatada”. No quería estar nada más que un día, aunque esta ciudad necesita varios, pero pensaba —como siempre— dejar la visita como colofón del viaje.

Durmió esa noche en el Kimberley Hotel, que ya tenía reservado: un bonito edificio, colonial y viejo. Tenía una taberna, en el bajo comercial, digna de ser visitada: clásica, auténtica, con sabor de mediados del siglo XX, y mantenida tal y como debió de ser en sus orígenes. Allí se tomaría la primera cerveza sudafricana y escucharía ritmos de música “de los 80, 90 y 2000”.

No había decidido qué rumbo tomar y entre trago y trago, entre acordes que le entraban por los oídos, fue planteándose el trayecto sudafricano a ritmo también de la vieja guía de Lonely: el primer destino que veía en su mente era Bloemfontein, para desde allí dirigirse a Lesoto.


Edificios coloniales, en Long Street

Pasó todo el día siguiente recorriendo sin rumbo el centro de Ciudad del Cabo, sin programar nada, sin atenerse a un plan, sabiendo que le dedicaría tiempo al regreso. Paseó por los jardines de la Compañía; el edificio donde Mandela dio su primer discurso al salir en libertad; Long Street, la calle más auténtica, que mantenía muchos edificios coloniales; pequeños mercadillos en el centro; Slave Lodge, casa museo de los esclavos; castillo de Buena Esperanza, que estaba en la ciudad no, como pensaba, en su homónimo cabo.

¿Había peligro en este viaje? Parecía que ese rápido trayecto urbano fuera para sacar conclusiones. Pero, no, no tenía esa intención. Era, en realidad, una inspección de curioseo viajero. La Table Mountain (icónica montaña de fondo) estuvo todo el día cubierta de nubes y la pregunta interior de cómo sería con el cielo despejado se quedó sin contestar. Ya lo averiguaría a la vuelta. Vio en el rápido recorrido tantos negros como blancos, sin observar extrañas diferencias. Vio turismo, se apreciaba un constante goteo de visitantes que parecían fáciles de identificar. Y lo eran. Algún “sin techo”, pero como en todas las ciudades. ¿Qué tenía entonces de especial Ciudad del Cabo? Su ubicación; su función económica como puerto, su realidad social, y sin duda su historia.


Castillo de Buena Esperanza

Era sábado y, en varias plazas, vio y oyó grupos de jóvenes cantando y bailando música góspel, o sin ser tan puristas, música de ritmos que siempre identificamos como de negros. En un círculo, muchos turistas observaban, tiraban fotos, alguno bailaba al ritmo y, otros, cumplían con la cita del sombrero, allí colocado para la consabida colecta. El primer día, el viajero insatisfecho terminó agotado, había recorrido de norte a sur y de este a oeste todo el centro antiguo de la ciudad.

La abandonaría al día siguiente.


Copyright © By Blas F.Tomé 2024

9 de marzo de 2024

Salar de Uyuni, última etapa boliviana


Salar de Uyuni, Bolivia


Monumento Dakar

Uyuni, el salar de Uyuni sería la última etapa reseñable del viajero insatisfecho en Bolivia. Después vendría el paso de frontera con Argentina para internarse en este país, y conocer, a la vez, Paraguay.

Llegó a este municipio boliviano (Uyuni), procedente de Potosí, en un autobús que había tomado a primerísima hora de la mañana. Fueron dos o tres horas de viaje (no recuerda) y, una vez abandonado el bus, se uniría a una expedición de cuatro personas (todas ellas españolas, aunque no conocidas hasta entonces) para hacer el recorrido en 4x4 por el salar y, dos días más, para recorrer Reserva Nacional de Fauna Andina Eduardo Avaroa. Era una buena manera de hacerlo, y poder disfrutar así de los atractivos de estos lugares únicos.

Con una superficie aproximada de 10.500 kilómetros cuadrados sobre el altiplano, era el desierto salado más grande del mundo. Una inmensa llanura blanca, y sin duda una inmensa panorámica, de las que se podían grabar en la retina para siempre. De hecho, se le grabó. El salar de Uyuni representa un importantísimo motor económico para Bolivia, no sólo por ser un reclamo turístico que atrae a miles y miles de personas cada año, sino porque de él se extraen anualmente unas 25.000 toneladas de sal. Además, se encuentra la mayor reserva de litio del mundo, y ya se sabe lo importante que se ha vuelto este mineral para unas amigas del género humano: las baterías.


Cementerio de trenes

La excursión comenzó con la visita al cementerio de trenes, un lugar extraño con un montón de vagones oxidados que no se levantaban de allí por su atractivo fotográfico para turistas y viajeros. O eso creyó. Posteriormente, la incursión en la extensión blanca, casi infinita — kilómetros y kilómetros— ocuparía todo el día. A una velocidad constante de unos 40 kilómetros por hora, se hicieron paradas en diferentes sitios para admirar ciertas peculiaridades. La primera parada, después de recorrer varios kilómetros fue para pisar el salar (caminar sobre él), sentir y palpar su atractivo, y hacer las siempre imprescindibles fotografías. La segunda, para también retratar el “monumento Dakar” y zampar el almuerzo correspondiente en un restaurante-comedor, allí, al lado del monumento. En el resto de la tarde, el trayecto se extendería hasta la isla Incahuasi, en medio del salar (en quechua significaba «la casa del Inca»), una isla repleta de cactus gigantes que podían llegar a los diez metros de altura. Después de varios kilómetros de recorrido una parada para hacer las originales fotos con peculiares perspectivas, una actividad muy popular (¿y ridícula?), pero que dejaba imágenes simpáticas. A última hora de la tarde, visita al lugar que vulgarmente era conocido como ‘de los reflejos’, para hacer más fotos, usando el efecto de la luz y la suave capa de agua, y conseguir más originales instantáneas. Cree, no obstante, este mochilero que lo mejor del salar de Uyuni, sería disfrutarlo, pues contarlo se hace reiterativo y difícil. De todo ello, se grabaron las imágenes en la mente, mantenidas para siempre como un poso de vivencias.


Juego de perspectiva


Isla Incahuasi

Después de una noche en un humilde hotel construido a base de bloques de sal, comenzaría el itinerario por la Reserva Nacional Eduardo Avaroa, durante dos días. Impresionante y muy bella excursión. Se recorría toda una altiplanicie rodeada de grandes montes andinos, algunas lagunas y un territorio semidesértico con espectaculares momentos. El contrato de esta marcha hablaba de los siguientes lugares y zonas a visitar: laguna Cañapa, laguna Hedionda (fuerte olor a azufre y sedimentos), desierto de Siloli, árbol de Piedra, laguna Colorada, géiseres, desierto Salvador Dalí,….. Multitud de sitios, imágenes y sensaciones que se iban guardando en la retina y en el interior de la psiquis viajera. Las lagunas de coloridos espectaculares (blancos, con verdes, morados y rojizos), los flamencos picoteando y alimentándose de sedimentos y algas, que solamente se encontraban en ellas. Algunos otros pájaros, o llamas y vicuñas, acompañaron en el recorrido para convertirlo en original, auténtico y distintoParajes que se extendían en el horizonte, donde crecían plantas como la queñua o la yareta (arbusto nativo del altiplano, de apariencia similar al musgo).


Árbol de piedra, R.N. Eduardo Avaroa
Terminó todo —después de dos días— y, de nuevo, en la población de Uyuni. Las dos jóvenes vascas y el murciano que le acompañaban se despidieron hacía otras y diferentes aventuras.

Fin.


Laguna Colorada, R.N. Eduardo Avaroa


Copyright © By Blas F.Tomé 2024