“El
Gobierno de Bangladesh extiende el toque de queda y el país sigue incomunicado
tras una semana de violencia”
“El
Gobierno de Bangladesh ha extendido este domingo el toque de queda en todo el
país por un día más, mientras se mantiene el corte de las comunicaciones, en un
intento por contener la violencia derivada de las protestas estudiantiles que
han dejado más de un centenar de muertos.
[…].
El
corte de internet en todo el país ha impedido no solo el acceso a internet,
sino también las llamadas telefónicas y los mensajes de texto, especialmente
desde el extranjero. Los medios de comunicación digitales e impresos han estado
fuera de servicio durante días y solo los canales de televisión vinculados al
gobierno de Hasina se mantienen funcionando.
[…].
Hasta
el momento 110 personas han muerto y varios cientos han resultado heridas en
enfrentamientos entre manifestantes y fuerzas de seguridad desde el inicio de
las protestas el pasado lunes, dos de ellas en la jornada de hoy”.
Estas
noticias, que leyó el viajero
insatisfecho cuatro horas antes de tomar el vuelo desde Taskent, capital de
Uzbekistán, donde se encontraba, hacia Dhaka, capital de Bangladesh, le
provocaron muchas dudas sobre la conveniencia de viajar a este país. Cuando
ojeaba esta información, estaba esperando en el hall del hotel de Taskent dispuesto
a llamar un taxi que le llevara al aeropuerto. ¿Lo haría?
Al final, después de muchas dudas, se dirigió al aeropuerto con intención de volar si le confirmaban el vuelo. Y voló.
Tomó
un moto-taxi (de paquete, con mochila a la espalda) en el aeropuerto de Dhaka para
dirigirse a un céntrico hotel, atravesando una ciudad tomada por la policía y
el ejército. Controles y controles. Sufrió al menos siete controles de policía
y ejército —soldados con el fusil en ristre— hasta llegar a su destino. Una
ciudad vacía a las dos de la tarde. Algún coche incendiado por las avenidas que
cruzaban; un control de acceso a una autovía totalmente destruido por las
llamas; toda la fachada de un edificio oficial incendiado; una docena de coches
circulando en una ciudad de varios millones de habitantes, y los comercios
cerrados. Raro, rarísimo en una ciudad con fama de bulliciosa y masificada.
Tuvo
tal sensación, que ni se atrevió a sacar el móvil y fotografiar el ambiente. Se
sentía controlado y vigilado. No era el mejor momento de tomar fotografías a
soldados y policías.
Un ambiente desolador.
Se
recluyó en su apestoso hotel toda la tarde y toda la noche, y vería a ver qué
hacía al día siguiente.
En esa jornada posterior, que comenzó con un té con leche caliente en un chiringuito callejero, conoció al médico gerente de un céntrico y famoso hospital que, frente a unas cervezas ilegales (producto prohibido en el país) en un club social cerrado, le aconsejó que abandonara Dhaka y fuera a otra ciudad. El resto del país, aunque mantenía restricciones, estaba mucho más tranquilo, le dijo. Los autobuses, trenes y barcos no funcionaban y la única salida posible sería por el aeropuerto.
Eso
hizo. Tomó un vuelo de 25 minutos (o menos) a la ciudad de Jessore, donde encontró
cierta normalidad.
Fin de la estancia en Dhaka.
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