14 de diciembre de 2024

Entrada en Bangladesh

 


Aterrizando en Dhaka, capital de Bangladesh

“El Gobierno de Bangladesh extiende el toque de queda y el país sigue incomunicado tras una semana de violencia”


“El Gobierno de Bangladesh ha extendido este domingo el toque de queda en todo el país por un día más, mientras se mantiene el corte de las comunicaciones, en un intento por contener la violencia derivada de las protestas estudiantiles que han dejado más de un centenar de muertos.

[…].

El corte de internet en todo el país ha impedido no solo el acceso a internet, sino también las llamadas telefónicas y los mensajes de texto, especialmente desde el extranjero. Los medios de comunicación digitales e impresos han estado fuera de servicio durante días y solo los canales de televisión vinculados al gobierno de Hasina se mantienen funcionando.

[…].

Hasta el momento 110 personas han muerto y varios cientos han resultado heridas en enfrentamientos entre manifestantes y fuerzas de seguridad desde el inicio de las protestas el pasado lunes, dos de ellas en la jornada de hoy”.


Estas noticias, que leyó el viajero insatisfecho cuatro horas antes de tomar el vuelo desde Taskent, capital de Uzbekistán, donde se encontraba, hacia Dhaka, capital de Bangladesh, le provocaron muchas dudas sobre la conveniencia de viajar a este país. Cuando ojeaba esta información, estaba esperando en el hall del hotel de Taskent dispuesto a llamar un taxi que le llevara al aeropuerto. ¿Lo haría?

Al final, después de muchas dudas, se dirigió al aeropuerto con intención de volar si le confirmaban el vuelo. Y voló.


Control del ejército, con tanqueta (se aprecia como gestó la foto en el espejo retrovisor)

Tomó un moto-taxi (de paquete, con mochila a la espalda) en el aeropuerto de Dhaka para dirigirse a un céntrico hotel, atravesando una ciudad tomada por la policía y el ejército. Controles y controles. Sufrió al menos siete controles de policía y ejército —soldados con el fusil en ristre— hasta llegar a su destino. Una ciudad vacía a las dos de la tarde. Algún coche incendiado por las avenidas que cruzaban; un control de acceso a una autovía totalmente destruido por las llamas; toda la fachada de un edificio oficial incendiado; una docena de coches circulando en una ciudad de varios millones de habitantes, y los comercios cerrados. Raro, rarísimo en una ciudad con fama de bulliciosa y masificada.

Tuvo tal sensación, que ni se atrevió a sacar el móvil y fotografiar el ambiente. Se sentía controlado y vigilado. No era el mejor momento de tomar fotografías a soldados y policías.

Un ambiente desolador.


Coches incendiados

Control de autovía, incendiado

Se recluyó en su apestoso hotel toda la tarde y toda la noche, y vería a ver qué hacía al día siguiente.

En esa jornada posterior, que comenzó con un té con leche caliente en un chiringuito callejero, conoció al médico gerente de un céntrico y famoso hospital que, frente a unas cervezas ilegales (producto prohibido en el país) en un club social cerrado, le aconsejó que abandonara Dhaka y fuera a otra ciudad. El resto del país, aunque mantenía restricciones, estaba mucho más tranquilo, le dijo. Los autobuses, trenes y barcos no funcionaban y la única salida posible sería por el aeropuerto.


Tomando soluciones, ante unas Hunter (cervezas). Al fondo, el motorista-taxista

Eso hizo. Tomó un vuelo de 25 minutos (o menos) a la ciudad de Jessore, donde encontró cierta normalidad.

Fin de la estancia en Dhaka.

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1 de diciembre de 2024

Taskent / Uzbekistán


Torre de comunicaciones de Taskent

Al final de este recorrido por Uzbekistán, le tocaba el turno a Taskent, su capital. Fue el colofón de este viaje, y el punto de partida hacía otros horizontes. En esta capital uzbeka sintió, más que en ninguna otra, el poderío soviético por sus años de dominación: grandes avenidas, muchas de ellas desnudas de viandantes, grandes edificios de cemento y construcciones asépticas y con poco estilo. Era verdad, que también estaban floreciendo edificios modernos al estilo de todas las nuevas capitales mundiales. También contenía, como el resto de las ciudades del país, mezquitas, madrazas, minaretes y bazares, pero mucho más diseminados.

El viajero insatisfecho llegaba en un microbús desde el valle de Ferganá y había reservado un hotel barato, que estaba dentro de un club deportivo muy al estilo soviético: grandes extensiones de pistas y campos de entrenamiento. El hotel era una especie de residencia para deportistas, se llamaba Pakhtakor Athletics Hotel. Nada que objetar sobre éste: limpio, bien acondicionado y amplias habitaciones.


Estación de metro, en Taskent

Para moverse por esta gran ciudad, utilizó habitualmente el metro. Un sencillo medio de transporte, con pocas líneas, pero muy práctico para las grandes distancias entre los diversos puntos interesantes o más simbólicos. Según referencias (no conoce Moscú), el estilo y espectacularidad de las estaciones tenía mucha herencia soviética, y se parecería al moscovita. Durante muchos años no se permitió fotografiarlo pues se consideraba un enclave militar. Esta anécdota “de prohibición” habría que ampliarla también a la torre de comunicación de Taskent (famosa por su arquitectura y estética), otro de los puntos de interés.

Durante los tres días que permaneció en la ciudad, hizo muchos recorridos en metro, pero también pateando avenidas casi desiertas. Visitó el mercado más famoso: Chorsu Bazar. Era el más grande de la ciudad, pero además el más antiguo de toda Asia Central, databa de siglo XVI, y es enorme. Tenía un edificio circular cubierto, pero el bazar se extendía por todas las calles aledañas integrando un conjunto de mercadeo masivo.


Chorsu Bazar

Recorrió la plaza de la Independencia y jardines y plaza Amir Temur. Todo este conjunto, presidido por la estatua de Amir Temur.

En unos grandes jardines (no recuerda el nombre) frente a una llama eterna se alzaba el “monumento a la Madre que llora”, un moderno conjunto, alzado en honor de los soldados uzbekos fallecidos en la II Guerra Mundial. En otro punto, se encontraba el “monumento al Terremoto”, en homenaje a los hombres y mujeres que reconstruyeron la ciudad después del terremoto de 1966; para este mochilero, desconocido o no recordado. Y punto y seguido a algunas madrazas, a monumentos muy al estilo soviético, a extensos jardines y amplias avenidas.


Estatua a Amir Temur

Una ciudad para dedicarle unos días, y agotarse si lo que se pretendiera fuera hacer rutas como valiente caminante. 


Monumento a la Madre que Llora


Monumento al Terremoto

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14 de noviembre de 2024

El valle de Ferganá / Uzbekistán

Un tren nocturno, que avanzaría por llanuras y montañas durante 14 horas, le llevó de Samarcanda a Andiyán, en pleno corazón del llamado valle de Ferganá. “¿Dónde está el valle?”, se preguntaría después de haber recorrido kilómetros y kilómetros por éste. Era más bien una gran llanura fértil, no tal valle, pues las montañas existentes, que lo delimitaban, se divisaban en un lejanísimo horizonte.

Gran mezquita de Andiyán

El destino final del tren fue Andiyán, ciudad que visitó en un solo día. Nada especial encontró en ella. Una población más, centro de la producción de automóviles de pasajeros, supuso de Chevrolet (no lo comprobó) pues el país estaba invadido por la marca. Después de la segunda noche, decidió trasladarse a Ferganá, ciudad de la que tomaba el nombre el valle. Un taxi compartido (realmente barato, tan barato que no merecía la pena esperar al transporte público) le acercaría. En este trayecto, pudo observar la gran capacidad productiva de la zona y comprobar por qué se había convertido en el centro de agricultura de la región.

Históricamente, este valle fue testigo de numerosos enfrentamientos, unos internacionales y otros nacionales, y muchos conflictos étnicos. También, aquí había nacido el Movimiento Islámico de Uzbekistán, un grupo islamista radical. Todo esto mezclado como en un cóctel, hacía entendible que en los últimos años pocos viajeros se hubieran acercado por allí. El viajero insatisfecho no vio ningún problema étnico, ni conflicto alguno, más bien unas gentes agradables que miraban al extranjero con extrema amabilidad.

Ferganá era una ciudad amigable, una gran población de grandes avenidas, jardines, grandes edificios, y un bonito mercado, muy organizado y limpio, por el que paseó relajadamente durante toda una mañana.

[Uff. ¡Cómo recuerda, en particular, los bonitos y ricos panes que se elaboraban por allí!].


Panes elaborados en el valle de Ferganá


Horno (similar a una gran vasija) donde preparaban los bollitos rellenos de carne

Fundada en 1876, según citaba la información consultada, era el hogar de una gran comunidad rusa y centro regional de extracción de petróleo (este mochilero no se percató de esta peculiaridad). A parte de todo esto, y de la muy posible exploración visual del valle, estaba la cercana población de Margilan, el centro de producción de seda más importante de todo Asia Central. Aquí se podía apreciar por qué esta región era parte de la cacareada ruta de la Seda. Visitó una fábrica y pudo conocer el proceso completo del tratamiento de la seda, desde los gusanos y los capullos hasta la confección de telas.

Extracción del hilo de seda de los capullos


Telar tradicional para la confección de telas de seda

Hay otras ciudades importantes en el valle, como Kokand o Namangan, pero no las visitó. Desde Ferganá tomó un autobús directo (aunque con paradas, claro) hasta Taskent, capital del país.

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2 de noviembre de 2024

Shahrisabz / Uzbekistán


Estatua de Amir Temur y, al fondo, el palacio Ak Saray

A unos 80 kilómetros de Samarcanda estaba la ciudad de Shahrisabz (complicado, tanto su escritura como su lectura). Esta distancia se hacía en unas dos horas, teniendo que subir y bajar un puerto de montaña. El viajero insatisfecho tomó un taxi compartido, al lado de la plaza de Registan, en Samarcanda, e hizo la excursión en un solo día, sin hacer noche en la ciudad. Volvería a Samarcanda por la tarde. Era la ciudad natal de Tamerlán, Amir Temur, fundador de la dinastía de los temúridas.

En el año 2000, la Unesco catalogó, a varios sitios de Shahrisabz, como Patrimonio de la Humanidad. Allí, se encontraban las ruinas de lo que, entonces, iba a ser un gran palacio, de ahí el interés.

El taxi compartido le dejó a las puertas del complejo (el antiguo palacio, una mezquita, una madraza y la estatua del Tamerlan) que era lo único interesante de la ciudad. Un amplio jardín englobaba todo lo más turístico.

Comenzó visitando lo que quedaba del palacio Ak Saray, que Tamerlan mandó construir, en 1380, como una demostración de su poder: quería que fuera el más grande del mundo y, por los muros y los arcos que quedaban, bien podría haberlo sido. Permanecía en pie poco de él, excepto fragmentos del gigantesco pishtak (portal de entrada), cubierto de mosaicos, y sin restaurar.

La verdad, era un poco decepcionante, a pesar de sus voluminosas formas.

Luego, después de admirar la estatua de bronce de Tamerlán —supuestamente, estaría en el centro del antiguo palacio y, ahora, en el centro de los jardines— y tomarse unas fotos con este “dueño —ahora, estático— del mundo, en el siglo XIV y XV”, paseó hasta una mezquita (Kok-Gumbaz) y al mausoleo (Dorus Siyadat), donde se encontraba la tumba de Jehangir, el hijo mayor de Tamerlan, y su favorito, que murió a los 22 años. También, la cripta de Tamerlan, ahora, ocupada por dos cuerpos sin identificar.

Paseo hasta la entrada del complejo, soportando el tremendo calor que hacía en aquella explanada con jardines y árboles, pero no suficientes para dar efectiva sombra, y regreso a Samarcanda.


Mezquita, en el Dorus Siyadat

Cripta de Tamerlan

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21 de octubre de 2024

Samarcanda / Uzbekistán


Estatua de Amir Temur o Tamerlán

Hay ciertos lugares evocadores que predisponen y llevan siglos inflamando el deseo del viajero en general: Isfahán, Zanzíbar, Tombuctú o Samarcanda. Sobre esta última, Amin Maalouf dijo: Samarcanda, el más bello rostro / que la tierra haya vuelto jamás hacia el sol. Asimismo, está envuelta en un halo de dos grandes e históricos viajeros: Marco Polo e Ibn Battuta. De Tombuctú, por otro lado, se dijo siempre “de aquí a Tombuctú”, frase que se ha utilizado para describir los largos y difíciles viajes a lo largo de la historia.
Por estas apreciaciones o por lo que fuera, el viajero insatisfecho siempre se sintió atraído por Samarcanda y podría decir —sin mentir— que por culpa de esta urbe inició su viaje a Uzbekistán. Pero —sin mentir, tampoco— podría decir que Samarcanda le decepcionó. No porque lo que viera allí —vio construcciones muy bellas y diferentes—, sino porque entendió que le faltaba esa esencia legendaria y ese simbolismo viajero. No apreció absolutamente nada que le infundiera ese espíritu.
Una vez dicho esto, comenzará a detallar recorrido por esta ciudad que se centró exclusivamente en la parte más monumental. El resto de la ciudad, era una expresión soviética, y desnaturalizada por los años de dominio de esta excesiva nación.

Mausoleo Gur-e-Amir

Desde el hotel donde se encontraba hasta la parte antigua, bajaría el primer día (y los dos siguientes) por una avenida, donde se emplazaba una gran estatua de Amir Temur o Tamerlan (o Temur el Cojo). Este personaje mítico, a pesar de una herida en la pierna, que recibió en una batalla —de ahí su apodo de Temur el Cojo—, poseía una fuerza excepcional y hasta sus últimos días participó personalmente en todas las campañas, que no fueron pocas.
A partir de este Tamerlán sentado (estatua), comenzaban unos jardines. En medio de ellos, un gran mausoleo (Mausoleo Gur-e-Amir), donde estaba enterrado este famoso guerrero, además de otros miembros de su familia, entre ellos, su nieto Ulugh Beg.

Tumba de Tamerlan, y familiares, en Mausoleo Gur-e-Amir

Una vez visto esto, y en los días siguientes, sería un continuo patear madrazas, mausoleos o mezquitas.

Pero si había un lugar famoso en Samarcanda era el Registán, continuando la avenida, a unos centenares de metros de la gran estatua. Este conjunto de madrazas, y el espacio o plaza entre ellas era el principal punto de interés de la ciudad. Sus tres majestuosos edificios figuraban entre las escuelas coránicas más antiguas y mejor conservadas del mundo. Desde un pequeño mirador, antes de tomar unas escaleras hacía la plaza, se podía apreciar el complejo a la perfección. Los tres edificios, con sus mosaicos de colores, aunque prevalecía el azul, conformaban un gran conjunto estético. Luego, había que pasar por caja, para visitar cada una de ellas.

[Aquí, el escuadrón de restauradores uzbekos, se había lucido. También, en otros monumentos].


Registan

Desde aquí, el gran paseo Thoshkent, peatonal y ajardinado, llevaba a otro conjunto muy tradicional Shah-i-Zinda. Este complejo, al que se accedía por unas empinadas escaleras, estaba compuesto de una pequeña avenida, a cuyos márgenes, se asentaban un gran número de mausoleos. Según citaba el libro-guía y este mochilero pudo comprobar, el más bello, con un frontal de azulejos azules, era la tumba Shodi Mulk Oko (1372) de una hermana y de una sobrina de Tamerlán.

Tumba Shodi Mulk Oko, en Shah-i-Zinda

Unos metros antes de llegar, entró en un cementerio —más moderno— con multitud de lápidas con las fotografías del finado, sobre fondos negros. Allí, encontró su cuerpo descanso (no definitivo), acompañado de una botella de agua: los calores ese día eran especialmente ofensivos.

Habría muchas más cosas que reseñar, pero creo que el lector con esto debería tener suficiente. Exigiría muchos nombres raros sobre todo de mezquitas y madrazas, que convertiría su lectura en una especie de tortura.

Podría añadir que, llegado el momento del cansancio de mosaicos, ni siquiera entró en todas.


Cementerio moderno, donde descansó el V(B)iajero Insatisfecho

VÍDEO
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5 de octubre de 2024

Bujará / Uzbekistán


Char Minar, y tienda de souvenirs rusos

La segunda ciudad importante dentro de la ruta de la seda era Bujará (o Bukara). Junto con Samarcanda, era una de las dos ciudades históricas de la cultura uzbeka, en Uzbekistán. Una gran parte de la población era tayika, pueblo de idioma persa afincado desde muy antiguo en la zona. Los tayikos están estrechamente relacionados con los hablantes del persa en Irán, al menos desde el punto de vista de la cultura persa y la historia.

El viajero insatisfecho llegó a Bujará, a media tarde, procedente de Jiva. Le sorprendió —para bien— el hotel que encontró: barato, relativamente céntrico, con buena calidad de servicios y, sobre todo, de instalaciones. Luego, vería la gran cantidad de oferta hotelera que había por los alrededores lo que justificaría su precio ante tanta competencia y en época no muy turística, incluso a nivel local. Estaba situado muy cerca de uno de los edificios con gran fuerza estética: el Char Minar. Al día siguiente, se propuso hacer un recorrido coherente siguiendo una ruta más o menos lineal para disfrutar de la mayoría de los edificios históricos.

[En Bujará lo representativo no estaba entre murallas, como en Jiva, sino integrado en la ciudad, aunque en un área bastante localizada].

La primera visita fue a Char Minar, que estaba a las espaldas del hotel, pero escondido en un laberinto de callejuelas estrechas, en un barrio habitado por familias uzbekas. Lo encontró cerrado, pero como era un edificio muy particular, con sus cuatro torres, merecía la pena verlo, aunque solo fuera exteriormente. Enfrente, una tienda de souvenirs tenía muchas casacas y chaquetas militares rusas llenas de medallas y pegatinas.

Después de esto vendrían una sucesión de mezquitas, minaretes, madrazas y demás, muy acorde todo con el país y su cultura. El recorrido lo haría en sentido contrario: primero lo más alejado a su hotel para luego ir acercándose poco a poco. Y visitó la Fortaleza el Ark, muy antigua, pero actualmente muy reconstruida (y lo que quedaba, pues se apreciaba lo que estaba por emprender). En su interior, varias dependencias se dedicaban como museos. Al lado, a pocos centenares de metros, estaba el Zindon, una cárcel con celdas y mazmorras, atestadas en su tiempo de piojos y escorpiones, en especial, la celda nº 4, a 6,5 metros de profundidad (los emisarios ingleses Stoddart y Conolly ante el emir, allí fallecieron). Ahora, una atracción turística.


Fortaleza el Ark, y edificio interior

Frente a esta fortaleza, y frente a un estanque, una de las mezquitas más impactantes del país, sobre todo por las columnas de madera de su iwán o pórtico de entrada: la mezquita de Bolo Haouz, construida en 1712.


Iwán de la mezquita Bolo Haouz

Pasó el resto de la mañana en un extenso jardín donde encontró parte de las murallas auténticas de la ciudad. Más tarde, y al día siguiente, visitaría el resto de los monumentos imprescindibles para cualquier visitante que se precie: madraza de Ulugbek, madraza Aziz Khan, (bla,bla,bla) y el minarete Kalon. Este minarete, el más alto —decían— del Asia Central, fue construido en 1127. Cuenta la historia, o leyenda, que Gengis Kan quedó tan asombrado al verlo que ordenó a sus tropas arrasar la ciudad, pero respetando el citado minarete. Al lado, la mezquita Kalon, con un interior de decorados azulejos y, aunque en época soviética sirvió de almacén, desde 1991 volvió a ser consagrada al culto.


Minarete Kalon (día y noche)

Y más lugares. Muchos más.

Todo el conjunto muy bien conservado: los batallones de restauradores uzbekos no habían parado.

VÍDEO


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25 de septiembre de 2024

Jiva (o Khiva) / Uzbekistán


Entrada a la ciudad amurallada de Khiva

Al regreso del lago Aral, en aquel transporte particular que se había buscado, pidió al conductor que le dejara en Jiva (o Khiva): sería una de las etapas del viaje, en este caso, la segunda importante. Tenía una guesthouse reservada —a través de Booking—, que resultó estar ubicada dentro de la ciudad antigua y amurallada de Jiva (Ichon-Qala). El resto de la población, de poco interés turístico, se extendía por los alrededores del recinto amurallado.

Jiva era una ciudad llena de historia y cultura, ubicada en pleno corazón de Uzbekistán. Era uno de los destinos turísticos más populares del país por sus impresionantes edificios históricos y su arquitectura única.

Se alegró de hospedarse en el mogollón de la ciudad, donde estaban la mayor parte de los hoteles y pensiones, pues se evitaba caminatas innecesarias para llegar a lo realmente interesante. Al día siguiente se daría cuenta de que —podría decirse— era lo único interesante, y todo tan “amontonado” (madrazas, mezquitas, minaretes, palacios,…) que con un día de recorrido se haría uno perfecta idea del lugar.

En lo primero que se fijó —cuando llegó—, al atardecer, que todo parecía estar muy cuidado y reformado; la muralla que tenía frente al hospedaje muy tratada con tierra y piedras (en una parte de ésta, había hasta tumbas insertadas); las calles aledañas, empedradas y limpias, y en el pequeño jardín frente al alojamiento, vio una yurta, que resultaría ser el lugar de desayuno, incluido éste en el precio de la habitación.


Yurta y su interior, frente al hotel

Es difícil explicar al lector cómo estaba estructurada la ciudad de Jiva, y organizada: unas cuantas casas apiñadas en estrechas calles y, luego, una zona toda ella llena de madrazas, reconvertidas en museos; hoteles; tiendas de artesanos, y kioscos de venta, todo ello para goce y disfrute de visitantes y viajeros. También, dentro del recinto, había varios minaretes, cerca unos de los otros, cada uno de ellos diferente y de distintas épocas, pero todos con el mismo aire en cuanto a arquitectura tradicional. Sin duda alguna el más destacado y símbolo de la ciudad era el minarete Kalta Minor, a medio construir, pero de gran belleza. No se había terminado porque su impulsor, que pretendía construir el más grande y bello del lugar, había muerto en una batalla. Al menos otros dos minaretes, llamaban la atención y resaltaban en el skyline de la ciudad, construidos al son de una madraza, incluso a uno de ellos era posible subir.

(Ni lo intentó).


Kalta Minor

Otro de los edificios-estrella era la mezquita Juma, y a sus puertas otro minarete. En su interior escondía una sala con más de doscientas columnas de madera tallada, al parecer, todas diferentes. Parecía un plantío de chopos o bosque organizado, que finalizaba en lo alto con una cúpula de espectacular entramado de madera. Su observación dejaba al viajero ensimismado.


Mezquita Juma (interior)

Internándose uno dentro de algunos de los complejos o de las madrazas, los azulejos azules en los frontales y en los fondos eran exquisitos, muy cuidados o muy reformados.

Y uno salía de una fortaleza, paseaba un poco y entraba en una madraza, convertida en museo. Salía del museo, daba unos pasos y se encontraba con un alto minarete que, a su vez, estaba adosado a una gran madraza repleta de artesanos.

Casi agobiante.

¿Quién le dice a este mochilero que aquello no olía a tradiciones, religiones y conquistas de los antiguos khan en llanuras y montañas?

(Incluye unas cuantas fotografías, sin especificar el nombre, que darán una idea de la belleza de Ichon-Qala, o ciudad amurallada de Jiva).







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17 de septiembre de 2024

San Carlos de Bariloche / Argentina


Lago Nahuel Huapi

Había oído a amigos y conocidos que uno de los sitios que más les apetecía visitar en Argentina era San Carlos de Bariloche. Esta pequeña ciudad se lo ha ganado a pulso —un pulso meritorio, claro— y se ha convertido en uno de las zonas más visitadas del país. La zona tiene lagos, montañas y clima espectaculares, y se ha situado como lugar preferente de vacaciones para los argentinos. Y no solamente argentinos. La ciudad está a orillas del lago Nahuel Huapi, de distorsionadas formas y con varias islas, lagos aledaños y bonitos parajes.

Arribó una grata mañana, por su agradable temperatura. Llegaba procedente de Mendoza y había pasado toda la noche en el bus. Hacía ya varios kilómetros (muchos) que había amanecido. Poco a poco se iba dando cuenta de las características del lugar. De lejos, se veían los picos de los Andes nevados y el paisaje, kilómetro a kilómetro, se iba haciendo cada vez más verde y arbolado, y más atrayente por su naturaleza desbordante.

El hotel Venezia que encontró de casualidad fue un lujo: limpio, una habitación preciosa, un personal de recepción encantador y barato, cuando las previsiones eran bastante más pesimistas, en cuanto al precio, al ser la ciudad un destino turístico.

[El favorable cambio del dólar blue y euro blue abarataba todo en el país, yendo con estas divisas, claro. No así para los argentinos que manejaban el peso argentino].


Cascada los Cántaros

En la población se ofrecían variadas excursiones en barco por el lago para visitar diferentes ramales, islas y otros lagos. Unas actividades turísticas para pasar el día disfrutando de la naturaleza. Eligió Puerto Brest, por las buenas referencias, y una de las más caras. No se arrepintió, aunque el resto de los recorridos tenían también una pinta excelente. Hasta llegar el barco a lo más extremo, hasta Puerto Brest, el trayecto era de particular belleza. Una vez allí, ascendieron por una senda marcada, con multitud de escalones, para contemplar la cascada los Cántaros y el pequeño lago que la alimentaba. Un Land Rover, más tarde, les trasladó unos pocos kilómetros hasta el lago Frías, frontera ya con Chile. Un lago de aguas cristalinas, pero verdosas, rodeado de picos espectaculares, desde donde se apreciaba, a lo lejos, el famoso Cerro Tronador, antiguo volcán que hacía de natural línea divisoria entre Argentina y Chile. En Puerto Frías, una nueva réplica de La poderosa II, moto del Che Guevara, que había transitado por aquella zona. O eso decían.


Lago que alimenta a la cascada los Cántaros

Aquella noche nevó con muchas ganas en San Carlos de Bariloche y cuando amaneció, el día era frío y ciertamente desagradable. Gran contraste comparado con el día anterior, incluso, los propios locales se mostraban extrañados por aquella nieve atemporal. Iniciar otra ruta ese día no parecía la opción más recomendable. Decidió dejarlo para mejor ocasión.

Difícil transmitir las sensaciones del mochilero por aquella zona. Se mezclaba la sensibilidad viajera, con la experiencia personal y con los contrastes naturales: nieve en lo alto de los picos, rocas que se mezclaban con árboles verdes que llegaban a gran altura, recovecos naturales y el silencio carente de eco.

Cuando la naturaleza se hace protagonista, el viajero insatisfecho siempre anima en sus escritos a conocerla. Aquí lo hace, siempre y cuando uno se olvide del turismo que presiona y todo lo rodea.

De ello, todos tenemos la culpa.


Puerto Frías



La poderosa II (réplica, en Puerto Frías)

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7 de septiembre de 2024

El Lago Aral / Uzbekistán

El terraplén formado en el lago Aral

La evocadora historia de la Ruta de la Seda comienza en un remoto pasado y se prolonga durante siglos hasta el momento actual. Es el nombre con el que es conocida desde el siglo XIX una extensa red de rutas comerciales terrestres, desde China hasta la costa oriental africana y Constantinopla (ahora, Estambul).

Samarcanda, Bujara y, también, el valle de Ferganá, son algunas de las etapas de un viaje milenario que ha llegado hasta nuestro presente. Estas famosas etapas o localidades están ubicadas todas ellas en el actual Uzbekistan. ¿No parecería suficiente motivo para que el viajero insatisfecho iniciara un “viaje de conocimiento”?

[¿”Un viaje de conocimiento”?: no pretende ser un iluso explorador, pero sí quisiera conocer algo esencial de esta ruta].

Aterrizó en Taskent (Uzbekistán), pero como su plan era llegar hasta Jiva, organizó el trayecto evitando que fuera una ida y vuelta repetitiva: pisando los mismos sitios en tren o en bus en ambos sentidos. Decidió tomar un avión doméstico hasta Urgench, ciudad vecina de Jiva. Haría, así, un único viaje de vuelta por medios terrestres conociendo las renombradas ciudades de Jiva (o Khiva), Bujara (o Bukhara) y Samarkanda, y tal vez, Shahrisabz, población donde en el siglo XIV había nacido Tamerlan, hombre histórico y clave en la zona. Un gran conquistador de la época.


Monumento-homenaje al lago Aral

Una vez en Urgench, como un primer recorrido inicial, organizaría un viaje relámpago hasta un lejano lugar del que había oído una triste historia: la extinción del lago Aral, al menos, en gran parte. Se trataba de ver in situ la terrible situación del lago, o lo que quedara de él, y hacer la foto de rigor. Para ello tomó un transporte particular hasta la ciudad de Moynaq, aledaña al lago seco. Negoció y regateó un vehículo con conductor y lo arregló por 80 euros, no excesivamente caro pues eran más de 350 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta. Hacerlo en transporte colectivo local (no había muchos) le hubiera llevado, al menos, tres días. No quería perderse la imagen de esta barbarie cometida a finales del siglo XX y principios del XXI: un lago Aral extinguido por la ambición e inconsciencia soviética de implantar en la zona el cultivo masivo de algodón, gran consumidor de agua, y motivo principal (además, de otros) de que este histórico lago hubiera casi desaparecido. Y era verdad, en la ruta, pudo ver grandes extensiones de algodón.

Le venían al recuerdo las clases de geografía, cuando estudiaba en la escuela, a finales de los 60 del siglo pasado, y el maestro lo señalaba con el puntero en aquellos viejos mapas enrollables.




Barcos oxidados, en el fondo de lo que habría sido el lago Aral

La población de Moynaq era un conjunto de casas a ambos lados de la carretera que llevaba al antiguo puerto fluvial del lago, ahora, inexistente. Desde lo alto del terraplén, formado por la falta de agua, pudo ver varios oxidados barcos, grandes embarcaciones de pesca varadas en la arena a merced del sol abrasador. Un sol desértico y asfixiante. Recorrió los fondos areniscos del lago y fotografió los restos de las embarcaciones. Un monumento, en forma piramidal inclinada, homenajeaba al lago, o lo recordaba, pero el hecho evidente era que el inmenso lago había desaparecido.

Algunas noticias recibidas a posteriori de otros viajeros decían que, en la parte opuesta a Moynaq, ahora territorio kazajo, el lago se estaba recuperando un poco. Parecería una buena noticia, aunque este mochilero duda de su veracidad al completo, visto lo visto en Moynaq.


Campos de algodón, en la ruta hacia el lago Aral


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24 de agosto de 2024

Ciudad del Cabo (y fin) / Sudáfrica


El V(B)iajero Insatisfecho, en el cabo Agujas

El recorrido sudafricano terminó donde empezó, en Ciudad del Cabo. Desde Durban, la ciudad más cercana a Mozambique de las visitadas, hasta Ciudad del Cabo fue un trayecto por la costa, visitando los lugares más significativos. En este caso, ciudades, casi todas ellas costeras, a orillas del océano Índico. Hizo paradas más o menos cortas en las siguientes: East London, Puerto Elizabeth, Plettenberg Bay y Swellendam. Desde esta última, un vehículo privado —no había transporte público— le acercaría al cabo Agujas, el punto más meridional del continente africano. Quería hacer la foto, un tanto simbólica, de su estancia en esa parte tan meridional.

Reservó tres días para Ciudad del Cabo. No la había recorrido a la llegada, después de aterrizar en el aeropuerto.


Ciudad del Cabo, con el fondo de la montaña de la Mesa

Ciudad del Cabo era una bella ciudad. Su ubicación era particularmente generosa con su estética y su ritmo bullicioso. A los pies de la montaña de la Mesa/Table Mountain, la ciudad. Ambas —ciudad y montaña— componían un conjunto realmente sensacional. Desde lo alto, se podía apreciar una bonita panorámica, y desde el mar, el excelente conjunto que formaban. Tuvo dificultades para tomar el teleférico y hacer la ascensión a lo más alto. En el primer intento —el día que llegó— el teleférico estaba cerrado por fuertes vientos en su parte alta. Al día siguiente, en un segundo intento, se encontró con que las nubes, que hacían de sombrero, impedían la bella panorámica desde arriba, y lo desestimó. Tuvo que esperar varias horas para hacer un tercer y último intento, cuando el cielo abierto y soleado lo permitió.

Espectacular panorámica: Ciudad del Cabo, a los pies, con su puerto vivo y en permanente ajetreo; el pico Cabeza de León/Lion’s Head, en uno de los lados, y el inmenso océano al fondo, con la isla Robben muy cerca. Toda una experiencia viajera, simbólica y plena.


Ciudad del Cabo, desde la Table Mountain

Hizo un intento de ascender completo el pico Lion’s Head, pero, aunque había una delimita senda, abandonó a la mitad. Callejeó mucho por sus calles más clásicas, más estilosas, de los primeros pobladores europeos, los afrikaners, y más cuidadas.

Puso los pies en el castillo de Buena Esperanza, un fuerte construido en el siglo XVII en Ciudad del Cabo, y no en el homónimo cabo, alejado éste unas cuantas decenas de kilómetros. En 1936 el castillo fue declarado monumento nacional y después de las restauraciones en la década de 1980 era considerado el ejemplo mejor conservado de una fortaleza de la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales.

Al día siguiente, visitó Robben Island, a unas pocas millas del puerto. Un ferry transportaba al viajero insatisfecho, ida y vuelta, y a un centenar más de curiosos. La isla era llana y nada especial. Tenía como único atractivo el haber sido la prisión del hombre sudafricano más famoso: Nelson Mandela. Breve recorrido en bus por la isla y visita al centro penitenciario de máxima seguridad. En él, un ex preso político explicaba sus vivencias, algunas realmente duras, mientras visitaban las instalaciones, como los comedores, los baños y patios interiores. Unas fotografías, uniformes y grilletes ayudaban a hacerse una idea de cómo funcionaba la cárcel. Pero era al llegar a los barracones de celdas, cuando se daba cuenta de lo que supuso Robben Island y, en concreto, al ver la celda número 466, donde Mandela/Madiba había cumplido parte de su condena: un pequeño y húmedo espacio, de poco más de dos metros de largo por otros tantos de ancho, con una esterilla en el suelo, una manta, una mesa y un cubo en el que hacer las necesidades.

Se mantenía así para el visitante.


Ex preso, explicando en Robben Island


Edificio colonial, en Ciudad del Cabo


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