26 de marzo de 2022

Monasterio de Noravank / Armenia

Uno de los monasterios más impresionantes por su estilo y arquitectura, su ubicación, su colorido, conectado a los alrededores, y sus vistas generales era Noravank. Para visitarlo, el viajero insatisfecho tomó como base de operaciones un pueblo, casi ciudad, llamado Yeghegnadzor (¡vaya nombre!), aunque hubiera sido más acertado parar en el pueblo de Areni, conocido por su vino y sus bodegas. Las uvas de esta región llevaban cultivándose muchos, muchísimos años como demostraba el descubrimiento, hace años, de la bodega más antigua del mundo (de 6.100 años), en la cueva Areni-1.

Se hospedó en una casa de huéspedes, familiar. En un rato de tarde, paseó por las calles de Yeghegnadzor bajo un fuerte calor que le animaba a ir por las sombras de la gran cantidad de árboles frutales y nogales que se encontraban al borde de las aceras y en los huertos ubicados en los márgenes de las estrechas calles que subían y bajaban por los diferentes montículos de la geografía irregular de poblado. El propio dueño de la casa de huéspedes le acercaría en su coche particular, tomado a modo de taxi, al monasterio de Noravank.

Una carretera que circula por un estrecho valle servía de acceso al monasterio, sin duda uno de los más espectaculares de Armenia. Como el libro-guía sugería visitarlo al atardecer por los tonos cobrizos de los acantilados que rodean al monasterio, eso hizo. Y sí, sin duda, la imagen del lugar y del propio monasterio adquiría más fuerza pues la piedra rojiza y dorada de las iglesias allí edificadas adquiría una maravillosa luminosidad.

El edificio principal era la iglesia Surp Astvatsatsin construida, en 1339, sobre el mausoleo de Burtel Orbelian, enterrado aquí con su familia. Los historiadores, según recogía la documentación consultada, decían que la iglesia recordaba a las estructuras funerarias en forma de torre creadas en los primeros años del cristianismo.

Al margen de los temas históricos, el recorrido bajo un fuerte calor que se generaba en todo el valle descubría rincones y momentos mágicos. La reposada observación de los acantilados de los alrededores revelaba formas, sombras y coloridos de gran belleza. No permaneció mucho tiempo en aquel lugar, pero le dio tiempo a subir por una ladera para contemplar en toda su magnitud el complejo monacal y a los visitantes admirando y deteniéndose en cada edificio arquitectónico.

A través de las siguientes fotografías será más fácil apreciar el sitio y su entorno.

Noravank, desde la carretera de acceso


La iglesia principal

Conjunto y alrededores de Noravank

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11 de marzo de 2022

De Iquitos a la Triple frontera: Perú-Colombia-Brasil


Poblado en la ribera del río Amazonas

Abordó el barco sobre las cinco y media de la tarde. Iba pertrechado de todo el equipaje: mochila, mochila azul y hamaca reglamentaria para descansar durante el viaje, dormir y sentir el motor de aquel carguero en la quietud del balanceo. Los peruanos lo apodaban lancha. Se llamaba La gran Loretana, y el nombre iba todo lo grande que cabía bajo la cristalera del habitáculo del piloto.

Gran trabajo y dedicación tenían estos tripulantes conductores [pilotos] durante el trayecto. Observaban el rumbo tanto de día como de noche; hacían las paradas reglamentarias atracando con aquella plataforma en proa sobre los farallones del río; mantenían constante una vigilancia y surcaban por el lado del cauce con más agua, y tomaban decisiones arriesgadas. Sin duda, grandes conocedores del río Amazonas, de sus bancos de arena y de sus canales de conexión.

—Las lanchas para Santa Rosa (último pueblo en la frontera con Colombia y Brasil) salen sobre las siete de la tarde de Puerto Ransa, pero debes estar al menos una hora antes —le dijo un conductor de motocarro en Iquitos que era experto en estas lides. Le hizo caso.

Era ya de noche cuando el carguero zarpaba de Puerto Ransa. El tiempo transcurrido entre el momento de zarpar y el abordaje del viajero insatisfecho lo ocupó en amarrar la hamaca en el techo, donde había varias filas de hierro apropiadas; en colocar al lado de la hamaca la mochila a buen recaudo; en cargar el móvil (no sabe para qué, no hubo cobertura) en un viejo enchufe que pendía del techo; en observar el habitáculo y la gente que lo iba llenando según pasaban los minutos, y en visualizar las labores de carga y embarque.


Bajando pasajeros por la plataforma

Gran cantidad de bultos, fardos y cajas fueron ocupando el primer piso: la bodega, en realidad. Frigoríficos, lavadoras, microondas, un carromato con varios árboles frutales de vivero, dos vacas y un toro, grandes racimos de bananas o plátanos, grandes bloques de hielo, ventiladores de pie, sacos de maíz, fardos de pan, de ropa, de chucherías…. Un trasiego permanente de personas y mercancías. Una vez en el río, vendría la tranquilidad y el tuc-tuc de las máquinas del carguero.

Pronto, apareció el primer rancho, la primera cena: arroz y una pequeña pieza de pollo con salsa. Variarían poco los siguientes: pescado con arroz y harina de yuca; triturado de vísceras y arroz blanco... Diferentes eran los desayunos, leche de avena muy endulzada con un mini-croissant.

Al lado, un joven local llevaba unos grandes altavoces desde los que salía música ambiental. No fue muy pesado ni estridente con la música: cuando el ambiente pareció adormilarse, apagó su aparato.

La noche en el Amazonas era sugerente, motivaba al alma. La oscuridad absoluta se veía interrumpida en ocasiones por algún foco de luz en la orilla o el faro de otro barco que cruzaba. La noche en el Amazonas era intimista. La pequeña brisa acariciaba la hamaca y traspasaba al cuerpo, se hacía necesario una pequeña manta para el paso de las horas. La noche en el Amazonas era descanso, pero también tormenta y aguacero. Fuerte, muy fuerte y fuerte sonaba en la chapa de cubierta. El amanecer era bello, el sol salía sin malicia. Alguna pequeña población se hacía visible y el barco se arrimaba a la orilla. Algún pasajero había finalizado el trayecto. Otros, lo iniciaban.


Un gran barco, otro carguero, que cruza

Poblados y grandes poblados: Santa Rosa de Pichana, Altomonte, Angamos, San José de Cochiquinas, San Pablo de Loreto, San Juan, Chimbote, Caballococha,… Grandes buques cruzaban al paso.

Este era el ritmo constante de un trayecto distinto. Desconocido, pero alimentado por los mitos: “El mito de El dorado”, allí cercano.

VÍDEO



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