24 de agosto de 2024

Ciudad del Cabo (y fin) / Sudáfrica


El V(B)iajero Insatisfecho, en el cabo Agujas

El recorrido sudafricano terminó donde empezó, en Ciudad del Cabo. Desde Durban, la ciudad más cercana a Mozambique de las visitadas, hasta Ciudad del Cabo fue un trayecto por la costa, visitando los lugares más significativos. En este caso, ciudades, casi todas ellas costeras, a orillas del océano Índico. Hizo paradas más o menos cortas en las siguientes: East London, Puerto Elizabeth, Plettenberg Bay y Swellendam. Desde esta última, un vehículo privado —no había transporte público— le acercaría al cabo Agujas, el punto más meridional del continente africano. Quería hacer la foto, un tanto simbólica, de su estancia en esa parte tan meridional.

Reservó tres días para Ciudad del Cabo. No la había recorrido a la llegada, después de aterrizar en el aeropuerto.


Ciudad del Cabo, con el fondo de la montaña de la Mesa

Ciudad del Cabo era una bella ciudad. Su ubicación era particularmente generosa con su estética y su ritmo bullicioso. A los pies de la montaña de la Mesa/Table Mountain, la ciudad. Ambas —ciudad y montaña— componían un conjunto realmente sensacional. Desde lo alto, se podía apreciar una bonita panorámica, y desde el mar, el excelente conjunto que formaban. Tuvo dificultades para tomar el teleférico y hacer la ascensión a lo más alto. En el primer intento —el día que llegó— el teleférico estaba cerrado por fuertes vientos en su parte alta. Al día siguiente, en un segundo intento, se encontró con que las nubes, que hacían de sombrero, impedían la bella panorámica desde arriba, y lo desestimó. Tuvo que esperar varias horas para hacer un tercer y último intento, cuando el cielo abierto y soleado lo permitió.

Espectacular panorámica: Ciudad del Cabo, a los pies, con su puerto vivo y en permanente ajetreo; el pico Cabeza de León/Lion’s Head, en uno de los lados, y el inmenso océano al fondo, con la isla Robben muy cerca. Toda una experiencia viajera, simbólica y plena.


Ciudad del Cabo, desde la Table Mountain

Hizo un intento de ascender completo el pico Lion’s Head, pero, aunque había una delimita senda, abandonó a la mitad. Callejeó mucho por sus calles más clásicas, más estilosas, de los primeros pobladores europeos, los afrikaners, y más cuidadas.

Puso los pies en el castillo de Buena Esperanza, un fuerte construido en el siglo XVII en Ciudad del Cabo, y no en el homónimo cabo, alejado éste unas cuantas decenas de kilómetros. En 1936 el castillo fue declarado monumento nacional y después de las restauraciones en la década de 1980 era considerado el ejemplo mejor conservado de una fortaleza de la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales.

Al día siguiente, visitó Robben Island, a unas pocas millas del puerto. Un ferry transportaba al viajero insatisfecho, ida y vuelta, y a un centenar más de curiosos. La isla era llana y nada especial. Tenía como único atractivo el haber sido la prisión del hombre sudafricano más famoso: Nelson Mandela. Breve recorrido en bus por la isla y visita al centro penitenciario de máxima seguridad. En él, un ex preso político explicaba sus vivencias, algunas realmente duras, mientras visitaban las instalaciones, como los comedores, los baños y patios interiores. Unas fotografías, uniformes y grilletes ayudaban a hacerse una idea de cómo funcionaba la cárcel. Pero era al llegar a los barracones de celdas, cuando se daba cuenta de lo que supuso Robben Island y, en concreto, al ver la celda número 466, donde Mandela/Madiba había cumplido parte de su condena: un pequeño y húmedo espacio, de poco más de dos metros de largo por otros tantos de ancho, con una esterilla en el suelo, una manta, una mesa y un cubo en el que hacer las necesidades.

Se mantenía así para el visitante.


Ex preso, explicando en Robben Island


Edificio colonial, en Ciudad del Cabo


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9 de agosto de 2024

Mendoza / Argentina


Cerro de la Gloria, Mendoza

La ruta entre Córdoba y Mendoza, que el viajero insatisfecho hizo en su mayor parte de noche, estaba bordeada por grandes haciendas —se notaba por las divisorias valladas—, al principio encharcadas por grandes extensiones de agua, como si fueran marismas interiores, luego praderas verdes y fértiles, y un paisaje plano. Luego vino la noche que, pasada en un duermevela, le transportó hasta Mendoza. También en esta ciudad como en la anterior se tuvo que trabajar el alojamiento que no llevaba previsto. Después de vueltas y revueltas, a primerísima hora de la mañana —no había ni gente por las calles— encontró un hotel en la zona centro y relativamente barato.

Mendoza era una ciudad de mucha herencia colonial, con grandes avenidas, perfecta y cuadriculada estructura urbanística de la zona centro y muchos árboles y plazas —buenos pulmones para cualquier ciudad—, concebida así para refrescar y apaciguar el sol de la región. A la plaza principal (Plaza de la Independencia) la rodeaban otras cuatro plazas simétricas (Plaza Italia, Pl. Chile, Pl. San Martín y Pl. España).


Plano del centro de Mendoza

Este mochilero diría que la ciudad estaba diseñada para grandes paseos, y dio muchos. En uno de ellos se acercó al Parque General San Martín, que constituía, desde hace más de un siglo, uno de los espacios verdes urbanos más importantes del país, o casi. Una pareja de empleados del parque, cuando les preguntó por el Cerro de la Gloria —identificaron que era español y le dedicaron todo tipo de elogios—, no tuvieron ningún problema en acercarle en su viejo Land Rover. Allí se alzaba en un montículo la estatua del Libertador, el General San Martín, muy presente en esta ciudad. Hasta este cerro le subieron sus “para siempre amigos”.

¡Qué buena gente encontró en Mendoza!

Organizaban muchos tours por los alrededores de esta urbe: a las bodegas y viñedos, a poblaciones con cierto encanto, a los Andes cercanos,… Se apuntó a una ruta que le llevaría a la frontera con Chile y a divisar el Aconcagua, el pico más alto de la cordillera andina. Fue todo un día de recorrido, con multitud de paradas, donde incluso llegó a palpar la nieve en una primavera austral. Por esta misma ruta andina hacia Chile había transitado el general San Martín a primeros del siglo XIX, en un trayecto muy importante y clave para la independencia argentina. El minibús paró en el puente de Picheuta, declarado Monumento histórico nacional, muy cerca de la población de Uspallata, por donde las tropas del general cruzaron un gran arroyo y libraron una importante batalla.


Puente de Picheuta

También, parada obligada —como se suele decir— en el puente del Inca, un prodigio de la naturaleza formado por la evaporación de las aguas termales, ricas en minerales, que arrastraba el río. Era bellísimo, con gran variedad de colores amarillos y ocres, aunque antiguos proyectos para un balneario, que pronto una gran riada destruyó, hubieran perjudicado un tanto el lugar. Se observaba, a lo lejos, lo que había quedado en pie: su pequeña iglesia.

Esta vieja ruta chilena fue muy importante en tiempos históricos y ahora muy visitada por el turismo que se acercaba a la zona.

Puente del Inca

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