Desde
lo alto de la iglesia de Tsminda Sameba el paisaje era
espectacular. Detrás de sus muros, aunque lejano, el imponente monte Kazbek. Delante,
una inclinada pendiente, casi precipicio. Desde la perspectiva del viajero insatisfecho parecía que aquel
monje asomado a la balaustrada acometiera un intento de suicidio. En la base, la
población de Stepantsminda y, al otro lado del valle, a lo lejos, un macizo
montañoso rocoso y arbolado, a trozos. Casi veteado de verde y ceniza. La
iglesia del siglo XIV era de piedra erosionada, decorada con interesantes
tallas, una de las cuales, en el campanario, parecía mostrar dos dinosaurios.
Desde Stepantsminda había varias maneras de subir, entre ellas, andando. Este mochilero lo hizo desde el final del pueblo, por un estrecho valle, tomando una senda ‘de cabras’ que subía zigzagueando y rodeando un cerro hasta llegar a la iglesia. Estaba a 2.200 metros por encima de la población, en pronunciada pendiente. ¡Agotador! Recién levantado y con fuerza, acometió la tarea. En principio, era una fresca mañana, pero según transcurrían los metros de ascensión el calor y el sudor ocupaban el espacio del frío matinal. Llevaba su mochila azul con la cámara de fotos y una pequeña botella de agua mineral. Al iniciar la ascensión, una tubería que llevaba agua a la población, dejaba escapar un hilo de su fresco y sabroso contenido. Vació su botella de líquido y lo sustituyó por lo que salía de la tubería: prefería el manantial de las montañas. Agua recogida de algún regato en lo alto de alguno de los muchos cerros montañosos que allí deslumbraban al visitante. Quizás directamente del glaciar del monte Kazbek.
Había llegado el día anterior a la población, directamente desde Tiflis. La conexión desde la capital hacia Kazbegi (ahora, Stepantsminda) era mucho más fácil que intentar tomar una marshrutky en cualquier cruce de carreteras o población intermedia. El vehículo que le ofrecieron, más apropiado para turistas -todos lo eran- paró en varios sitios, curiosos lugares apropiados para alguna especial visita: en la fortaleza de Ananuri, al borde de la presa de Zhinvali; en una pequeña población donde había un camping con posibilidades de hacer un paseo por el río, y en el monumento a la Amistad ruso-georgiana. Si bien las relaciones de ambos países no estaban en buenos momentos, cuando se construyó, en 1983, las cosas se ‘cocinaban’ diferente. En todo caso, merecía la pena acercarse por sus murales de azulejos y las increíbles vistas del valle. También se le llamaba el mirador de Gudauri, la población más cercana.
En fin, disfrutó por
aquellos parajes montañosos que eran verdes praderas, inmensas alturas rocosas, caminos de paso, vacas pastando, o en la
carretera y caballos en las laderas, casi equilibristas.
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