Hacía tiempo que se explotaba y trabajaba el palo de rosa. Cuando el viajero insatisfecho pasó por aquel puesto de artesanía, en Ambanja (Madagascar), observó varias pequeñas vasijas y unas columnas en espiral perfectamente pulidas de esta madera preciosa. Muy fácil de identificar pues sus tonalidades iban desde el rosa débil hasta el más fuerte matiz púrpura. Era una madera especial, que por su delicadeza y características le recordó a otra que pudo ver en Panamá: el cocobolo.
Menuda paliza y sudada se pegó por ayudar a cargar troncos de cocobolo en un 4x4. Serrados para seleccionar el verdadero corazón de la madera, pesaban más que un matrimonio a la fuerza. En La Palma, una coqueta población en la zona del Darién donde se encontraba, había hablado con un ganadero de Quintín para que le acercara a su lejano poblado. Aceptó gustoso, pero en el trayecto tenía que hacer un flete en una apartada finca de difícil acceso. Allá se fueron, a cargar unos troncos de cocobolo para transportarlos a Quintín. La dueña era una mujer simpática, madura y rolliza, con una vitalidad de llamativas formas. Dos hijos, una adolescente joven y un niño en edad escolar, la acompañaban en la entrada de la finca. La joven adolescente con su pelo negro recogido en trenzas tenía unos preciosos ojos. Le miraba y sonreía al son de su timidez. Y allí estaba para disfrutar de la compañía y dispuesto a ayudar, a cargar, si hiciera falta, con todo el cocobolo de la zona del Darién.
- ¿Por qué es tan valiosa? –preguntó.
- No lo sé. Es muy escasa, de buenísima calidad y la compran los chinos -contestó el joven ganadero.
Supo más tarde que aquello era una posible tala ilegal de un árbol protegido como el cocobolo. Debido a su gran belleza y alto valor, este árbol se había sobreexplotado, fuera de parques nacionales y reservas. Entonces, ya estaba en peligro de extinción. Su textura era muy densa y aceitosa, a la vista y al tacto. Con aquella hermosa y carísima madera se hacían guitarras, oboes, piezas de ajedrez, manillas de cuchillo y artesanía que representaba el mundo animal.
Cuando alguna persona se plantee tener su guitarra de palo de rosa,
debería pensar que ello implicará un nuevo golpe mortal al hábitat de los
bosques en Madagascar. El trabajo de extracción era duro. Localizar el árbol
suficientemente grande para talar, podía llevar un día. Luego, estaba el corte,
traslado y porte. Un destrozado hábitat que afectará también a uno de los
animales más amenazados del territorio malgache, los lémures.
- ¿Quién compra esta madera?
- Los chinos –dijo aquel hombre, sentado a la entrada de la tienda
artesana.
¡Vaya, otra vez los chinos!
Al lado, un malgache lijaba una de estas maderas, y le daba formas,
sobre un tronco utilizado como soporte. Un serrín rosa bordeaba aquel tronco
donde el joven pulía su obra. Sin duda un artífice puesto allí para certificar
la autenticidad de lo que en el interior se vendía.
En la zona de Cap Est había una gran explotación de palo de rosa.
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