Pronto
aparecieron algunos ramales del lago, aunque el destino era mucho más alejado.
El autobús circuló por sus orillas, pero a algo más de altura, por las laderas
de las montañas aledañas durante muchos de kilómetros. Desde el bus se
observaban las tranquilas aguas, algunas casas y embarcaderos en sus orillas,
aunque pocos o ningún pequeño barco o piragua en toda su extensión. La sequía
–todo el mundo se quejaba- que abrasaba la región durante la visita se veía en
la llanura y en las laderas resecas de las montañas. Miles de fincas cultivadas
en su momento se apreciaban abandonadas, con sus cercas y lindes medio
desfiguradas por el tiempo. La total escasez de árboles o simples matojos (sólo
algunos eucaliptos), laderas y montañas peladas daban la sensación de pobreza y
descuido. Para los ojos del viajero el paisaje era atrayente, diferente.
Al llegar a la población de San Pablo de Tiquina, era preciso atravesar el homónimo estrecho del lago en barco. El autobús lo hacía en una barcaza. Los pasajeros, en un pequeño bote a motor. La ruta continuaba por una pequeña península montañosa hasta llegar a la población de Copacabana, en la parte boliviana del lago Titicaca. En todo este trecho, la carretera discurría por estribaciones montañosas con subidas y bajadas por las suaves pero pendientes faldas como si de gigantescos scalextric se tratara. Algunas fincas o propiedades en las laderas estaban abandonadas; otras, preparadas para la siembra de productos del altiplano, como la quinoa. Olía a campo seco.
Copacabana era una bonita población, a orillas del lago Titicaca y a unos 150 kilómetros de La Paz. Muy turística para los extranjeros, por la posibilidad de navegar el lago y visitar las islas del Sol y de la Luna, y para los locales por encontrarse allí la Virgen de Copacabana, de gran devoción para muchos bolivianos. Como mostraba la Capilla de las Velas, donde los lugareños ofrecían sus muchas plegarias —a veces las dejaban escritas en las paredes— y encendían velas.
Pero el viajero insatisfecho era extranjero y, aunque visitó los símbolos por los que los locales se acercaban, también quería visitar la isla del Sol. Un barco le llevaría a la cercana isla, habitada por la comunidad Yumani. En la época inca, era un santuario con un templo (el templo del Sol) con sacerdotes dedicados al dios Sol o Inti. Este templo era, en la actualidad, una reliquia, pero muy reconstruida y acondicionada. El barco le dejó frente éste, pero luego le recogería en el poblado-comunidad Yumani por lo que era necesario caminar durante una hora por las laderas de la isla. Un trayecto por una inclinada senda con vistas al lago, a la isla de la Luna y a las lejanas montañas andinas. Aquí, una mujer vendiendo artilugios para turistas; allí, una llama exhibida para ser fotografiada, y por todos los lados pequeñas terrazas de sembrado abandonadas. Sin cultivar. “¿Por qué están sin cultivar?” —preguntó. “Al otro lado de la isla si lo están” —respondieron. No lo comprobó. Visitó en el poblado la fuente del Inca; real y auténtica, al menos, así lo vendían los folletos de promoción.
Como isla turística, era posible alquilar habitaciones, especie de bungalows, para pasar la noche, pero este mochilero, una vez finalizada la excursión, regresó a Copacabana. Más de una hora de trayecto en barco.
VIDEO
Ruta a la isla del Sol