15 de diciembre de 2022

Vang Vieng / Laos: paisaje y mochileros


Ante una cerveza, observando los alrededores, desde Vang Vieng

Llovía cuando el minibús llegaba a Vang Vieng, segunda etapa del recorrido laosiano. Hacía su parada final en un gran descampado vacío, frente a un hotel. Como el minibús venía cargado de jóvenes -y no tan jóvenes- mochileros, la estrategia de la parada no ofrecía dudas: propiciaba que alguno de los ocupantes del vehículo decidiera entrar en el hotel, y aquel día más, animado por la intensa lluvia.

No entró nadie.


Río Nam Song

Vang Vieng era una pequeña ciudad a medio camino entre Vientiane (la capital) y Luang Prabang (ciudad turística del país), Patrimonio de la Humanidad, por la UNESCO. En un principio, hace años, Vang Vieng fue un lugar que ocuparon los mochileros seducidos por los bellos parajes de montañas de piedra caliza y arrozales, con multitud de cuevas, caminos para explorar y el río Nam Song, con muchas posibilidades para el baño y otros deportes acuáticos, como el tubing. Con el paso de los años, se popularizó entre los mochileros y jóvenes que lo convirtieron en lugar-turístico-de-borrachera. Contra esto el gobierno laosiano había conseguido luchar, pero aún la ciudad se mantenía y se expandía con multitud de posibilidades turísticas, mal llamadas “de aventura”: tonterías para que cuatro jóvenes (muchos coreanos) perdieran el tiempo y se distrajeran en sus constantes ratos de ocio.

El paisaje merecía la pena. Las bellas y escarpadas montañas contrastaban con la pureza y uniformidad de los arrozales. Tomó una habitación en un tranquilo hotel-guesthouse dispuesto a pasar algún día por la zona. Y así fue. Animado por las panorámicas que desde la terraza de un bar observó nada más llegar, decidió pasar al menos dos días exploratorios. Alquiló una pequeña moto con motorista-guía incluido y recorrió campos de arrozales, subió a miradores y se internó en alguna que otra cueva, de las muchas que por allí había. La mayoría de ellas, rescatadas para su beneficio por el "clero budista". Algunas, en su interior, con altares e imágenes, veneraban a Budha.


En el mirador

En la única ascensión que hizo -por cierto, con mucha ‘trabajina’- se encontró, en lo más alto y entre unos peñascos, una moto anclada a las rocas, a modo de mirador. Hizo varias poses para el recuerdo, pues el sitio y el marco tenían realmente una fotografía.

Vang Vieng era un lugar tranquilo para paseos, para perderse entre arrozales y con posibilidades de tomar cervezas a discreción, en la variedad de sencillos bares y restaurantes por toda el área urbana y, también, alrededores.


Budha reclinado, en el interior de la cueva

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3 de diciembre de 2022

Buddha Park


Entrada al Buddha Park

No sabe realmente qué puede interesar a los viajeros o turistas del Buddha Park: una serie de esculturas de Buda y otras deidades del hinduismo, malas, de materiales baratos, relativamente modernas y rodeadas de un jardín cuidado, pero tampoco espectacular. Una especie de parque de atracciones, pero sin espectáculos vivos y móviles.

No sabe qué resulta interesante de semejante acopio de figuras y tallas de diferentes tamaños. No sabe, pero fue a visitarlo. Se dejó llevar por otros visitantes que estuvieron antes. Realmente no lo recomendaría. Está a 25 kilómetros de Vientiane, un trayecto que no se le hizo nada largo. Tomó un autobús (cree recordar que era el número 14) en una estación que no recuerda, cerca de Talat Sao, e hizo el trayecto como si fuera un laosiano más.


Buda reclinado

Una ostentosa puerta de entrada, en la solicitaban el pago del reglamentario ticket, daba acceso al recinto. A la derecha según se accedía, todo el conjunto de estatuas de diversas divinidades del hindú, entre ellas, Visnú, Siva y un gran Buda reclinado de unos cuarenta metros.

El paso de los años se mostraba en el deterioro de algunas tallas y de alguno de los asientos dispuestos allí para la contemplación del recargado espectáculo de deidades. Deterioro producido, supuso, por las condiciones climatológicas de un país húmedo y lluvioso. A pesar de las críticas, no consideró perdida la mañana. Al fondo un recinto de oración, y el río y sus orillas, con algunos campos labrados y preparados para ser sembrados de arroz.

Ah! y, por supuesto, un restaurante típico laosiano, donde aprovechó el viajero insatisfecho para libar (sin ser una abeja) el néctar (o jugo) de un coco natural.

¡Buenísimo!




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