25 de marzo de 2016

Sabana, vida, sabana

Familia de leones
Avestruz
Lleva varias entradas refiriéndose a las malas carreteras keniatas y, en verdad, no son peores que en otros países africanos, pero el devenir de las reflexiones sobre el viaje, como viajero insatisfecho, le han llevado por esos derroteros. Y no puede olvidar tampoco los últimos kilómetros (80 o 90), de los que no había dicho ni ‘mu’, hasta llegar al Masai Mara, donde se preguntó, incluso, si en época de lluvias aquel trayecto sería viable. Pero allí, sí estaría de acuerdo en no tocar un solo bache para evitar una más que previsible invasión turística. Apoyaría mantener su actual estatus.
La Reserva Nacional del Masai Mara era uno de los lugares que tenía en mente visitar, uno de los pocos parques naturales que su cerebro consideraba imprescindibles. No le decepcionó para nada y tuvo suerte, además, de encontrarse poco turismo o, al menos, relativamente poco. Sin duda si durante el recorrido se dejaba ver a lo lejos una familia de leones, los todoterrenos y furgones, con cuatro o cinco turistas en su interior, aparecían como piojos, pero era algo que entraba ya en sus planes, al menos, como algo previsible. Los conductores-guías se avisaban unos a otros de los principales avistamientos y comenzaba así, de aquella guisa, la carrera, los acelerones y conducción temeraria para poder llegar a tiempo y enseñar a “sus turistas” el botín. Era una guerra de intereses de la que todo el mundo salía aparentemente beneficiado: los visitantes porque cumplían su objetivo de avistar al animal y los conductores porque preveían que así aumentaría la propina al final. Pero la inmensidad de la sabana, paisaje por excelencia del Masai Mara, hacía que este mochilero crítico perdonase todo. Aquella sabana de película, infinita y verde, sostenía una suave brisa que por momentos se convertía en nubarrón para más tarde mudar en aguacero, era un maravilloso y evocador paisaje. Una mirada sin prisas convertía la mente del privilegiado que la disfrutaba en un esclavo de esa belleza natural, salvaje, sin tratar.

Jirafa
Hiena
Al subir una pequeña loma se veía un grupo de jirafas; al voltear aquel camino, un avestruz levantaba su largo cuello e iniciaba una tímida carrera; al llegar a aquel oculto arroyo, se oían los berridos de varios hipopótamos en plena pelea, y así, así, el tiempo pasaba en la sabana del Masai Mara.
Sabana, vida, sabana.
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Reposado recorrido por el Masai Mara, en vídeo:


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12 de marzo de 2016

Malindi, el pequeño nápoles africano

Dique y mar en Malindi

La visita del viajero insatisfecho a Malindi, en la costa keniata, fue algo casual. No estaba prevista. El viaje de ida de Mombasa al archipiélago de Lamu, mucho más al norte, en bus se le había hecho un poco largo, pesado, y de ahí que a la vuelta, se preguntase, ¿por qué no hacer una escala?. Y así hizo. Se detuvo en Malindi como ya hiciera, hacía más de 500 años por otro motivo, Vasco de Gama en su viaje a la India (1498).
La ciudad o, mejor, el área de Malindi era muy popular entre los italianos, o al menos los buscavidas callejeros para llamar la atención se dirigían en italiano como si pensaran que todo blanco que apareciera fuera de este país. En otros lugares keniatas los chicos locales interrogaban al mochilero en inglés. El bar-restaurante donde desayunó los dos días que estuvo por allí y donde se tomó alguna cerveza era italiano, y casi todos los turistas que se encontró por las calles hablaban italiano. Curioso, y aún no ha encontrado una coherente explicación. Tampoco la ha buscado, por cierto. ¿Será que este pueblo lo considera su pequeño nápoles africano?. El hecho es que fue uno de los lugares donde pudo ver más blancos paseando por las calles aledañas a la playa. Se hospedó en Lutheran Guest House que, como su nombre indica, era un centro religioso luterano, pero de las tres ‘guaridas’ visitadas, en su intento de encontrar algo decente y barato, ésta era la mejor y más limpia, y en zona tranquila. Nada comparable a Dagama’s Inn al que se accedía por un bar atiborrado de cervezas y botellas de alcohol pero también de suciedad. Muy descuidado. Parecía el lugar de reunión de maleantes nocturnos y pescadores aficionados al botellón, o botellín.
No disfrutó mucho de Malindi. Tampoco era su intención sacarle todo el jugo, más bien descansar. Recuerda el agua marrón de su extensa playa, por la desembocadura de uno de los ríos cercanos cargados de barro de la última tormenta en el interior; el largo dique que penetraba desafiante en el Océano Índico, y el poco cuidado pilar que erigió Vasco de Gama como recuerdo de su estancia en la ciudad que, en aquel entonces, no sería tal. 
¿A que van, entonces, los italianos por allí?. Ellos sabrán. Este leonés supone que aquella playa que él encontró marrón por las lluvias será el principal atractivo.

Mercado en Malindi

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1 de marzo de 2016

Kisumu y el lago Victoria

El lago Victoria, desde la terraza de la Sooper Guest House

Procedente de Kitale llegó a Kisumu, más al sur. Quería volver a navegar por el lago Victoria, pues lo recordaba de su anterior viaje a Tanzania (hacía ya varios años), y Kisumu era la ciudad keniata ideal para ello. Le daba miedo que la ciudad le defraudara porque supuestamente era muy bulliciosa, relativamente cerca de la frontera con Uganda. Pese a su tamaño y su ritmo de crecimiento, se le apareció una ciudad con sabor africano, sí, pero nada opresiva o atosigante, abierta a un inmenso lago muy degradado pero, en cierto sentido, sugerente. Ya en esta urbe ribereña, encontró un sitio ideal y barato para dormir -le apetece publicitarlo por si alguien se acerca por allí (Sooper Guest House)- y un rincón muy tranquilo para cenar después de las habituales caminatas por los alrededores, el Green Garden Restaurant, a la vuelta de la esquina de la guesthouse, unos cincuenta metros. Ambas plazas las recomendaba la ‘lonelyplanet’ y el viajero insatisfecho reconoce que en esta ocasión no tuvo queja. Excelente comida y nada cara. Excelente local, tranquilo y de ambiente relajante, con música suave y posibilidades de wifi. Cómodas sillas y paredes decoradas con murales tribales, escenas de animales salvajes. Cuando el largo día de ajetreada vida caía sobre las espaldas del mochilero era muy gratificante encontrar un sitio tranquilo donde la cerveza fría, Tusker, cumplía su verdadera misión rehabilitadora. Encontró el restaurante el primer día, y el segundo, después de navegar por el lago Victoria -lo atravesó en un ferry desde Mbita a Luanda Kotieno (2 horas y media)- volvió a repetir.
El personal que atendía tanto la Sooper Guest House como el Green Garden Restaurant eran amables, simpáticos y predispuestos a ayudar. ¿Qué más se puede pedir?. Ambos estaban ubicados muy cerca del lago, al final de la calle, donde se llegaba después de un corto paseo de bajada. A sus orillas, más de una docena de restaurantes ofrecían tilapia, pescado de referencia en los lagos africanos, a locales y extraños. En aquel momento, el único blanco extraño era el mochilero leonés. Tomó una cerveza y dejó la tilapia, no le seducía entonces, para otro día. Mirando el infinito horizonte de aguas del lago, vio caer el día con cierta parsimonia.
Restaurantes a la orilla del lago Victoria

Otra ciudad ribereña del lago era Mbita, por ella paseó y desde ella partió para navegar unas horas el lago Victoria.
Este vídeo recoge la tranquilidad del paseo:




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