Familia de leones
Avestruz
Lleva
varias entradas refiriéndose a las malas carreteras keniatas y, en verdad, no
son peores que en otros países africanos, pero el devenir de las reflexiones sobre
el viaje, como viajero insatisfecho,
le han llevado por esos derroteros. Y no puede olvidar tampoco los últimos
kilómetros (80 o 90), de los que no había dicho ni ‘mu’, hasta llegar al Masai Mara, donde se preguntó, incluso, si en época de lluvias aquel trayecto
sería viable. Pero allí, sí estaría de acuerdo en no tocar un solo bache para evitar una más que previsible invasión turística. Apoyaría mantener su actual estatus.
La
Reserva
Nacional del Masai Mara era uno de los lugares que tenía en mente
visitar, uno de los pocos parques naturales que su cerebro consideraba
imprescindibles. No le decepcionó para nada y tuvo suerte, además, de
encontrarse poco turismo o, al menos, relativamente poco. Sin duda si durante
el recorrido se dejaba ver a lo lejos una familia de leones, los todoterrenos y
furgones, con cuatro o cinco turistas en su interior, aparecían como piojos,
pero era algo que entraba ya en sus planes, al menos, como algo previsible. Los
conductores-guías se avisaban unos a otros de los principales avistamientos y comenzaba
así, de aquella guisa, la carrera, los acelerones y conducción temeraria para
poder llegar a tiempo y enseñar a “sus turistas” el botín. Era una guerra de
intereses de la que todo el mundo salía aparentemente beneficiado: los
visitantes porque cumplían su objetivo de avistar al animal y los conductores
porque preveían que así aumentaría la propina al final. Pero la inmensidad de
la sabana, paisaje por excelencia del Masai Mara, hacía que este mochilero
crítico perdonase todo. Aquella sabana de película, infinita y verde, sostenía una
suave brisa que por momentos se convertía en nubarrón para más tarde mudar en
aguacero, era un maravilloso y evocador paisaje. Una mirada sin prisas
convertía la mente del privilegiado que la disfrutaba en un esclavo de esa
belleza natural, salvaje, sin tratar.
Jirafa
Hiena
Al
subir una pequeña loma se veía un grupo de jirafas; al voltear aquel camino, un avestruz
levantaba su largo cuello e iniciaba una tímida carrera; al llegar a aquel
oculto arroyo, se oían los berridos de varios hipopótamos en plena pelea, y
así, así, el tiempo pasaba en la sabana del Masai Mara.Sabana, vida, sabana.
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Reposado recorrido por el Masai Mara, en vídeo:
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