23 de febrero de 2007

Perú "destineision". Allá que voy


“Me encontraréis a bordo ligero de equipaje / casi desnudo, como los hijos de la mar”, decía Antonio Machado. No es mi caso, aunque también sé que nuestro escritor no se refería a esta nimiedad. Mi equipaje esta adornado de guías del país y libros de lectura para desbloquearme por las noches, para olvidar los reincidentes problemas que el viaje acarrea. Siempre hago lo mismo en los preparatorios. Visito la librería especializada, que tengo cerca de mi casa, y cargo con abundante material. En esta ocasión le ha tocado el turno a “El malestar en la globalización”, de Joseph E. Stiglitz, pasta blanda, edición de bolsillo y seguro que, al terminar mi viaje, bastante deteriorado por los golpes, las subidas y bajadas de mi morral y la despreocupación con la que suelo tratar mi equipaje. Además, este viajero insatisfecho lee y lee sin parar (y esto también deteriora, aunque no envilece) y cuando hay escasez de existencias suele ser el mismo libro; “La guerra del fútbol y otros reportajes”, de Ryszard Kapuscinski; “Pantaleón y las visitadoras”, de Mario Vargas Llosa, (lo quiero releer) muy deteriorado pues lo compré en una de esas tiendas repletas de libros de segunda mano, con novelas de Marcial Lafuente Estefanía, casetes antiguos de VHS y números atrasados de revistas de todo tipo, menuda pátina grasienta tiene de tanto pasar de mano en mano, y “Rumbo a Tartaria”, de Robert D. Kaplan, que no sé por qué me ha resultado tan barato, cerca de tres veces menos de lo que marca en su contraportada. En mi librería suelen tener libros que por su escasa venta, o cualquier otro motivo, los ponen a un precio muy asequible. Yo, encantado. No esta nada mal comenzar los viajes ahorrando en estos menesteres, bastante circulan luego los billetes en ciertas visitas de difícil acceso si no fuera por los dólares que anticipas a cualquier guía local que, por supuesto, no lo es. Creo que “me pasé cuatro pueblos”, como dirían en el mío, a la hora de elegir estos libros que con su variado contenido me llevarán de una zona a otra del Globo (me globalizarán) sin moverme de mi lugar de destino.
Estuve buscando, aunque no de manera insistente, “El peor viaje del mundo”, de Apsley Cherry-Garrard, pero el destino no me fue propicio. Cuando tenga tiempo, cumpliré la promesa de leerlo, si lo reeditan, pues me dicen que está agotado o ya descatalogado.

19 de febrero de 2007

La Triple Frontera

Nada conocía entonces, hace ya años, cuando llegué a Leticia, la ciudad colombiana del Amazonas. Nada sé ahora -mejor dicho, no lo recuerdo en estos momentos- sobre el por qué de aquel interés de Colombia, en su pasada historia, por tener una ciudad en la ribera del gran río si para llegar a ella desde el resto del país era necesario tomar un avión, ya que todo lo que rodea a esta ciudad es “purita selva”. Pero el hecho es que, una vez allí, es cuando conoces que Leticia es una de las ciudades de La Triple Frontera, las otras son Tabatinga (Brasil) y Santa Rosa (Perú). Por este simple detalle ya tiene para el viajero insatisfecho un atractivo especial.
Recuerdo cuando visité Tailandia uno de los activos turísticos que “te vendían” en las agencias de viaje locales era El Triángulo de Oro, que en realidad era el lugar donde confluían tres países, Birmania, Laos y Tailandia. Yo me negué a visitar algo que me parecía propaganda “saca-perras”, prefiriendo ver otras cosas menos vendidas pero no por eso menos atrayentes. Nunca me arrepentí de esa decisión después de las noticias más recientes que me han llegado sobre el lugar: total falta de atractivo.
Pero esa zona conocida como La Triple Frontera, tiene el río Amazonas como divisoria, además de su larga y terrible historia, buenos puntos de apoyo para que se merezca mi particular reconocimiento. Voy a dejar que sea Javier Reverte, quien explique con sus palabras de experto periodista y viajero la particularidad del lugar. Espero sepa perdonarme mi admirado Reverte por esta apropiación de sus conocimientos, tomados de su libro El río de la desolación:
Y por más que los mapas y las administraciones públicas las separen, estos hombres y mujeres fronterizos que habitan en mitad de una selva que no acepta comunicaciones por tierra con ningún otro lugar, son en el fondo una misma y única población. Da lo mismo que se expresen en dos idiomas y que las matrículas de sus autos sean diferentes y que cuenten billetes de banco con distintas denominaciones. La Triple Frontera es una geografía semejante: tres almas con un mismo cuerpo o tres cuerpos con el mismo corazón. Recuerda a la Santísima Trinidad del credo católico, por aquello de uno en esencia y trino en persona”.
Lo demás, era el río, bestia como un dragón, vasto, grandioso, acogedor, y a la vez fiero con el que le falte al respeto. Sus habitantes lo querían y lo respetaban, aunque también lo contaminasen pero no más que en cualquier otro lugar de este terrible planeta.



Copyright © By Blas F.Tomé 2007

15 de febrero de 2007

La violencia es más cruda en África

En la orilla del lago Malawi había un hotelucho, o casa de huéspedes, que regentaba un australiano joven, rubio como la crema, porrero y, a veces, las más, borracho, huido de la justicia australiana o, al menos, así me dijo. Pero eso sí, desde la amplia terraza de su hotelucho, cargada de mesas y hamacas, se veía en todo su esplendor el inmenso lago por el que hacía unas horas yo había navegado. Las noches se convertían en un intercambio cultural e internacional en este refugio de turistas mochileros. Un sudafricano “partía la pana” con una suiza; un finlandés miraba embelesado a una jovencísima ruandesa, negra brillante como…..como todas las negras, y el australiano, esas noches que estuve, se entendía con dos inglesas, ambas gorditas pero con simpáticas caras. Y más relaciones, y más intercambios culturales…
Los agotadores días de “turisteo” y marchas por los alrededores con el sol abrasador, “un sol de justicia” (qué poco me gusta esta expresión), terminaban habitualmente en una terracita en el centro de la pequeña ciudad ribereña del lago, donde la cerveza era el mejor regalo que uno podía obsequiarse. Desde la terraza, mientras apuntaba en mi diario las actividades de la jornada, presencié algo que me impactó. Un musculoso negro se acercaba corriendo por la calle, seguido de otro más raquítico pero que daba unos gritos que no podía entender. De pronto, un ladrillo (de esos artesanales que no tienen ningún orificio, sólidos y pesados) sale de la mano del raquítico con tal fuerza que impacta en el hombro del perseguido cuando éste pasaba a mi lado, lo que le hace tambalearse a punto de caer. Un segundo pedrusco en las piernas le derriba momentáneamente a pocos pasos delante de mí. Luego, sale corriendo. Todo ocurre en un segundo. El perseguidor desiste de su empeño de alcanzarle y nos mira satisfecho de su logro, como si su instinto depredador hubiera sido colmado. ¡Qué crudeza!. No pude reaccionar, pero tampoco lo hicieron sus congéneres que miraban impasibles la escena. Algunos ni eso, seguían con sus inútiles, pero necesarias labores. La cosa no iba con ellos. La violencia y el sufrimiento se convirtieron en rutina hace mucho tiempo en África y su crudeza les deja neutros, impasibles, críticos silenciosos ¿con quien?, ¿con el agresor o con el agredido?. Desconocía los orígenes de la reyerta, pero la imagen sigue en mi mente cada vez que me acuerdo de África. No he vuelto al negro continente, y aunque tengo ansia de pisarlo, me incomoda imaginar lo que me puedo encontrar. Esas escenas diarias, sin aparente valor e inestabilidad nacional, pero que hay que verlas, vivirlas y sentirlas pues no dejan de ser lejanas para la mente de cualquier europeo que ejerza de viajero insatisfecho.

12 de febrero de 2007

Los años 1992 y 2001 están relacionados


En este breve texto trataré de demostrar que 1992 -año de España (Olimpiadas de Barcelona, Exposición Universal de Sevilla y Madrid, Ciudad Cultural)- tiene algo que ver y está relacionado con el 2001 -año de Estados Unidos (atentado del 11-S en Nueva York y Washington)-.
Era el “año de España” (1992) cuando me fui a Tailandia, en un apasionante viaje mochilero. Nada más llegar a Bangkok, en la recepción del primer hotel cutre donde puse mis pies, conocí a dos navarros, también mochileros, que trataban de entrar, desde allí, en Vietnam y estaban encontrando muchas complicaciones a la hora de conseguir su visado. Fue entonces cuando comenzó mi sueño de viajero insatisfecho de conocer un día Vietnam. Mientras más me hablaban mis colegas mochileros (¡que bien me caen los navarros!) más ganas tenía de viajar a ese país. Y el deseo se cumplió en el “año de Estados Unidos” (2001). ¿hay o no relación entre estos dos años?.
Llegué a Saigón (ahora, Ho Chi Minh) que en mi mente, alienada por películas americanas, tenía un simbolismo raro, distinto y casi contradictorio, pero me encontré una ciudad de mezclas arquitectónicas no muy lejana -dentro de la peculiaridad asiática- de cualquier ciudad, de cualquier país. Se había destrozado el simbolismo, pero comenzaba la admiración hacia un pueblo: el vietnamita. Sonrisa, amabilidad, expresión educada,…, son los tópicos típicos de la gente asiática, pero que en este país se convierten en verdaderos. No siempre ocurre, mi experiencia me hace ser, en este sentido, escéptico.
De Saigón a Hanoi, al norte, todo esencial y maravilloso. “Soy español”, respondía en inglés cuando me preguntaban ¿De dónde eres?. “Ah, Tay ban nha”, respondían. Cara de confusión, porque aunque lo intuía no podía estar seguro de lo que querían decir. Alguien más listo que yo se empeñó en explicármelo: “Tay Ban Nha es España en vietnamita”. Qué bien. Que intuición más acertada la mía.
¡¡Visitad este país, por dios!!.

5 de febrero de 2007

Simpatía tanzana para el viajero

Y yo, en Mwanza (Tanzania), admirando con veneración el lago Victoria desde esta bulliciosa ciudad. Ahora, desde la perspectiva del paso del tiempo, me siento un poco ridículo al recordar que en aquella época (1999) me envolvía una satisfacción viajera ante la visión del histórico lago y, en cierto modo, la emoción. Me sentía allí, en la distancia, como el doctor Livinsgtone o Speke, o quizá como el más temerario Stanley, a quien se le encomendó buscar al primero, perdido hacía años en el inhóspito territorio del continente. “Doctor Livingstone, supongo”, fueron las primeras (y ya famosas) palabras que dijo el aventurero al encontrar al también aventurero, explorador y misionero más famoso de toda África.
Que cómo llegué hasta el lago, pues arrimado a mi mochila viajera después de un largo viaje en tren -por cierto, mejor medio de transporte que el autobus en tierras africanas- desde el otro extremo del país, Dar Es Saalam.
Quería recorrer el lago, sentir la sensación de haber navegado sus aguas y emular al livingstone que tengo, todos tenemos, dentro. Cualquier marinero, como los que describe Arturo Pérez-Reverte en su último libro Corsarios de Levante, se hubiera mofado de mí y me hubiera tachado de “aspirante a marinero de agua dulce”. ¡Que les den!. Yo estaba encantado con el momento y, además, recorrí durante toda la mañana una extensa parte del lago.
Muy cerca del muelle, porque hay un muelle como si fuera un pequeño puerto del Pacífico, destacaban airosas un grupo de rocas (ver fotografía), que a la orilla emergen como prehistóricos menhires en equilibrio raro e inestable. Tuve miedo de acercarme a ellas por si la fatalidad de un fuerte viento conseguía derrumbarlas. Y me preguntaba si Livinsgtone o Stanley habían estado allí admirando el paisaje antes de intentar circunnavegar las aguas, pero, al instante, aparté ese inocente pensamiento. Que los expertos, antropólogos o viajeros, expliquen desde sus investigaciones qué personaje europeo fue el primero en acercarse por allí, y digo europeo, porque los parlantes de swahili eran dueños y señores de esos parajes hace mucho tiempo.
Malaika, nakupenda malaika” (bonita, te quiero bonita), según la tradicional canción swahili, popularizada hace muchos años por Boney M. A veces, este viajero insatisfecho preguntaba al camarero que le atendía (y todavía recuerda), cómo se decía hola (jambo), o gracias (asanti sana), o ¿cómo estas? (nzuri sana), para corresponder, en swahili, la amabilidad de estas gentes que saludaban al visitante con simpatía.

1 de febrero de 2007

Kapuscinski y Libertalia

Hace unos días murió Ryszard Kapuscinski, y quería dejar constancia de ello. Todas sus obras, sean de donde sean, se leen como si fueran crónicas de la realidad humana de un determinado país. Si miramos el apartado de “Mis libros de viaje” vemos que, en su momento, al menos incluí dos (Ébano y Viajes con Heródoto), pero podrían haber sido cinco o, tal vez, siete. Qué más da, pues todos los que he leído podrían formar parte de este importante apartado, del que, además, faltan muchos, muchísimos otros autores.
¡Al grano, que te vas por las ramas!.
Madagascar es en la literatura de viajes Libertalia, un país imaginario en la mente de Daniel Defoe, pero también es la isla de la biodiversidad y, como consecuencia, un territorio que deberíamos defender a “capa y espada”. Hace algunos años estuve por allí y si soy coherente con lo que pensé en aquellos momentos, tengo que decir que una de las cosas que más me impresionó, además de sus paisajes, fue el observar, durante una eterna noche de viaje en un utilitario coche atestado de locales, la inmensa cantidad de fuegos que se mantenían vivos a lo largo del camino. Se veían a lo lejos, más cerca y al lado del camino. Eso puede destruir en pocos años un país completo, su biodiversidad mermarla hasta convertirla en una retórica de la historia.
El país, bien. Su gente, bien. Su historia, trastornada de invasiones, repoblaciones humanas y piratas. ¿Por qué ningún “kapuscinki” escribe algo sobre ese país?. Tal vez, sin serlo, lo haga yo, viajero insatisfecho.