Calle de Brihuega
Brihuega tenía el encanto de un pueblo
alcarreño, de un pueblo castellano-manchego abocado, en sentido literario, a una
pequeña ribera. Porque allí, a orillas del río Tajuña, se levantaba este pueblo
milenario. Milenarios su castillo, milenarias sus iglesias, milenarias sus
calles y callejuelas de sinuosos recorridos y milenarios sus recuerdos. En el
lugar que hoy ocupa Brihuega hubo poblados ibéricos desde hace muchos siglos
y se habían hallado restos
arqueológicos que así lo probaban. El nombre Brihuega derivaba del
vocablo íbero ‘briga’, que significaba
lugar fuerte o amurallado, apareciendo en los documentos medievales con el
nombre de Castrum Briga. También
ocupaba un lugar de privilegio en las oscuras y sinuosas cavernas de guerras y
batallas. En 1808 fue
escenario de la lucha de los franceses durante la Guerra de la Independencia. Y
la batalla de Brihuega en 1937, en plena guerra civil, fue una de las más
nombradas de toda la contienda. Este pueblo fue ocupado por las tropas
italianas, que se enfrentaron con las tropas republicanas.
Hasta
aquí un poco de su historia, a veces tenebrosa; ahora, un poco de realidad
viajera. Al viajero insatisfecho le
llamó la atención el Festival Lavanda que tenía su cita aquel fin de semana. Café
Quijano, un grupo leonés de prestigio, actuaba en aquel marco ‘de
lavanda’. Porque este festival, un clásico ya, se celebraba cada año cuando la
floración de esta planta, lavanda, alcanzaba su esplendor. Y así fue como la
curiosidad por Café Quijano le llevó a este mochilero leonés a plantearse una
excursión para conocer y disfrutar de las plantaciones de lavanda.
En
los alrededores del pueblo había extensiones de campos que se dedicaban a este
genuino cultivo. Su sembrado en rectos surcos, su morada floración en este
tiempo veraniego y su bello contraste en un terreno llano y de apariencia
baldío, conformaba un conjunto estético natural de difícil clasificación.
Campos de lavanda
Con
una amiga del alma, y espíritu, recorrió durante la mañana las calles de aquel
pueblo con sabor a viejo territorio alcarreño. Un paseo reposado por el sol y
sombra de sus piedras, con pereza veraniega, pero cuando el calor más abrasaba
el cuerpo de estos dos foráneos, decidieron hidratarse con la suavidad de unas
cervezas. Difícil momento el de la comida a las 3 y media de la tarde:
restaurantes llenos, y caras de “no os podemos atender”. “No tenemos comida, y
eso no se puede improvisar”, les dijeron. Después de recorrer varios, en uno de
ellos les supieron acomodar o, mejor dicho, se pudieron medio acoplar.
A
primera hora de la tarde, cuando el sol caía denso sobre los campos de los
alrededores, realizaron el recorrido por los cultivos de lavanda. Bonitas
imágenes para la mente viajera de ambos turista-viajeros, multitud de fotos y
poses para la memoria. A lo lejos, en otras fincas de multicolores, varios
autobuses vomitaban gente vestida de blanco (indumentaria recomendada por los
turoperadores turísticos) mientras las fotografías verde-moradas de lavanda se
iban almacenando en la ‘galería’ de sus móviles Samsung y iPhone.
La salida del pueblo milenario de Brihuega hacia Madrid estuvo amenizada por una larga caravana de coches que, en sentido contrario, querían llegar al concierto de Café Quijano que se celebraba entonces dentro de las actividades del Festival Lavanda.
La salida del pueblo milenario de Brihuega hacia Madrid estuvo amenizada por una larga caravana de coches que, en sentido contrario, querían llegar al concierto de Café Quijano que se celebraba entonces dentro de las actividades del Festival Lavanda.
Castillo de Brihuega
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