25 de diciembre de 2017

País de ‘la revolución del Azafrán’


Si hay algo que todo el mundo recuerda del país dónde va a viajar en pocos días es la ‘revolución del azafrán’. A mediados del 2007, el precio del gas natural subió en el país un 500% y el del petróleo un 200% lo que produjo alzas generalizadas de los precios, desde los billetes del autobús al arroz. A finales de agosto, un grupo de manifestantes de la “generación de 1988” (llamada así por los enfrentamientos, con centenares de muertos, en esa fecha concreta) fue arrestado por organizar una marcha contra la inflación. Las protestas aumentaron tras el 5 de septiembre, cuando los monjes denunciaron el aumento de los precios en una manifestación en Pakokku. Como respuesta se formó la Alianza de Monjes de Toda Birmania que calificó al Gobierno de “maligna dictadura militar”.
Poco a poco, con este texto inicial, el viajero insatisfecho ha ido mostrando su próximo destino: Birmania o Myanmar. Myanmar o Birmania. Tanto monta, monta tanto. Y es tanto así que un prestigioso libro-guía como la Lonely Planet pone en portada Myanmar, en letras grandes, pero debajo, en tipografía un poco más pequeña y entre paréntesis, Birmania.
Habría que decir que este hecho histórico de la ‘revolución del azafrán’ no fue ni azafrán ni revolución. De entrada, los monjes birmanos llevaban túnicas de color granate, no azafrán. Lo revolucionario de los acontecimientos, según dice el libro-guía, fue que, por primera vez, los hechos fueron difundidos por vídeo ilegalmente a través de la televisión por satélite o internet. Verdad es, porque este mochilero recuerda perfectamente las crónicas que sobre aquellos acontecimientos retransmitían los noticieros españoles, sacadas, o implementadas con imágenes de las televisiones por satélite.
Ahora, aquello parece tranquilo de revoluciones aunque no de noticias. Entre las últimas, el éxodo de los rohingyas, un pueblo de religión musulmana dentro de un país esencialmente budista. Un pueblo que algunos dicen "sin Estado y sin amigos" en Myanmar, de ahí que miles de ellos estén huyendo hacia la frontera de Bangladesh. En enero de este año, 13 premios Nobel criticaron abiertamente en una carta a la premio Nobel de la Paz, Aung Sang Suu Kyi, quien tras dos décadas bajo arresto domiciliario lidera ahora el gobierno de Myanmar. Y la critican por su pasividad ante este éxodo, casi un exterminio.

Huida de los rohingyas hacia Bangladesh



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15 de diciembre de 2017

Noventa y dos días (libro)


Desde hace unos días, ‘Noventa y dos días’ ha pasado a ser su libro de cabecera. El título hace mención a las jornadas que el autor, Evelyn Waugh, se pasó en un país y en una zona, para él, totalmente desconocida, la Guayana Británica.
Y ha pasado a ser el libro que ocupa los primeros minutos de cama de algunas noches por varios motivos. El primero de ellos porque esta zona de Sudamérica es también un lugar totalmente desconocido para el viajero insatisfecho. Segundo, porque de este autor ya había leído hace algún tiempo ‘Gente remota’, libro que le encantó, y contaba la aventura africana del autor en la que cubrió para el periódico The Times los acontecimientos de la ceremonia de coronación del Emperador de Etiopía Haile Selassie, en 1930, para luego realizar un trayecto primigenio por otras zonas africanas. Y por último, cuando encontró el libro, en aquella librería de segunda mano, recordó un ‘post’ de uno de sus amigos viajeros (Carlos el Viajero) que contaba detalles de otra Guayana, la francesa. Por cercanía y nombre lo convirtió dentro de su mente en interesante.
Y lo compró.
La Guayana Británica está situada al norte de Brasil “y comparte con éste territorios de la Amazonía. Con la irónica y brillante pluma a la que nos tiene acostumbrados, el autor va describiendo el recorrido por tierras extrañas, a pie y a caballo, atravesando ríos, cruzando sabanas y selvas, subiendo y bajando colinas y montañas, visitando misioneros y negociando provisiones con indios y mestizos, durante noventa y dos días. Los días que dura este viaje”, según breve reseña en la contraportada del libro.
Y es así. El libro -el autor- cuenta ese viaje con pelos y señales de los hechos que van ocurriendo y las anécdotas que van sucediendo en el transcurso de los días. El trayecto es difícil, a veces anodino, pero la pasión del autor a la hora de vivirlo y contarlo le dan otra dimensión a estas líneas. Aún va por la mitad del relato, y más o menos por la mitad del recorrido del autor, pero anima a cualquier viajero que le guste leer a pasarse por estas líneas.
Evelyn Waugh tardó unos meses después de su viaje en ponerse a pasar al papel su aventura, no sabe este lector si fue por desgana, pereza, falta de tiempo o por algún otro motivo, aunque de su escrito se deduce lo primero.
Así cuenta al inicio su decisión: “La noche pasada, a última hora, llegué a la casa que he tomado prestada y me instalé en completa soledad en las estancias abandonadas. Esta mañana, nada más acabar el desayuno, dispuse sobre el escritorio un montón de folios, papel sacante limpio, un tintero lleno (ahora parece raro citar estas cosas, todo se hace a través de ordenador), mapas doblados, un estropeado diario y un montón de fotos. Después, sin apenas ganas, me fumé una pipa y leí los periódicos […]. Ya no aguantaba más. No había nada que hacer salvo comenzar a escribir este libro”.



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