Estaba en la ciudad de Ngaounderé, en la provincia central de Adamawa, fundada en 1835 por un clan peul procedente de la vecina Nigeria. Hasta entonces aquella área era dominada por los mbum. De ellos quedaba el nombre del monte y de la ciudad, Ngaounderé (en mbum, “monte ombligo”).
Pasó unos días por aquella provincia sin saber
que cada día iba a tener una ocupación distinta. El día anterior había
conocido, a unos 25 kilómetros de la ciudad, las cataratas del río Vina, y
alternado con una familia mbum cerca
del sitio.
Debía ocupar todos sus días en conocer la zona y la moto era una de las mejores opciones. Desayunó temprano, recuerda que era domingo y tuvo dificultades para encontrar un lugar para ello, y se propuso regatear con alguno de los moteros que había por allí sentados, despreocupados, y de risas y charla entre ellos.
Destino previsto: las cataratas Tello, a unos
50 kilómetros de Ngaounderé. Resultó bastante difícil convencer a uno de
aquellos moteros para que le acercara al lugar. Para ellos, taxistas de ciudad,
el camino al poblado peul de
Tourningal, cercano a las cataratas, era demasiado largo. Pero siempre había alguien dispuesto, por dinero, a hacer cosas difíciles, no habituales y,
si se presionaba un poco la cartera, imposibles.
Fue un camino largo, sí, pero entretenido, por aquella carretera de tierra rojiza, polvorienta, pero relativamente bien cuidada. No era época de lluvias y eso facilitaba las buenas condiciones de aquel camino terrero. No necesitaron llegar a Tourningal, aunque irían después, para llegar a ‘las Tello’. Se desviaron por un camino de cabras, estrecho y poco transitado. Las cataratas resultaron ser muy interesantes, pero estaban fuera de cualquier ruta turística extranjera y no debía ser un buen día para el turismo local: estaban solitarias y tranquilas. El agua de varios riachuelos cae desde unos 50 metros de altura formando una piscina natural de color verde esmeralda, utilizada –al menos, entonces, lo fue- por rebaños de vacas que se acercaban allí para calmar su sed.
Cataratas Tello
Debajo de la caída, se podía pasear por una
enorme caverna que formaba la roca, detrás de la catarata. Incluso un asiento,
allí colocado, lleno de humedad y líquenes, podía servir para disfrutar un rato
del ruido permanente del agua cayendo de lo alto. Y el viajero insatisfecho se sentó, dejándose llevar por el sonido
acompasado, casi musical, del agua.
Tardaron más de una hora en llegar; otro buen rato, perdieron visitando y descansando a la orilla de aquella belleza natural. Se acercaron a visitar y pisar el pueblo de Tourningal, muy tranquilo, sin nada que ver. Ni siquiera pudieron comprar una botella de agua para atenuar la deshidratación del fuerte calor.
Cuando llegaban de vuelta a Ngaounderé era primera hora de la tarde. Misión cumplida. Pagó al motorista lo convenido, y algo más, y se sentó a tomar unos pellizcos de carne cocinada, en unas brasas negras y grasientas, cargados de guindilla y acompañados con una fría cerveza.
Enjambre/colmena tradicional, camino de las cataratas
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