Ofrenda matinal
Siempre
ha pensado que los viajes, los trayectos y los instantes no son algo rígido y sometido,
y sí, elementos con vida propia. No siempre se atienen a previsiones o
programas y cambian, como éste, en este caso. En la salida de Phonsavan
hacia nuevo destino, el pensamiento del viajero
insatisfecho era encontrar un transporte hasta una ciudad (no recuerda su
nombre) que servía de punto de enlace para, luego, tomar rumbo sur, hacia la
ciudad de Savannakhet. Lo encontró y se montó, pero mientras circulaban el
conductor no le avisó de la parada en esta ciudad y el vehículo continuó su
trayecto hacia su destino final, Vientián. A mitad de la ruta, al enterarse, tuvo
que tomar otro autobús de vuelta a la citada ciudad que había quedado atrás.
Cuando
llegó después de este trayecto inútil, le mostraron un autobús que salía en ese
preciso momento hacía Pakse. Sin pensarlo lo tomó. Tenía
una parada en Savannakhet pero, como ha dicho anteriormente, los trayectos y
los instantes tienen vida propia, no son rígidos, y decidió continuar. Tenía
dudas sobre el interés de esta población intermedia.
El
trayecto hacia Pakse era largo. Sabía que tendría que pasar noche en el
autobús, pero la decisión estaba tomada.
Amanecía
en Pakse
cuando el autobús entraba en la estación. El sol levantaba su pesado cuerpo
luminoso por el horizonte y con sus rayos despertaba a las gentes del entorno. Un
grupo de monjes budistas recogía, entonces, las ofrendas matinales entre los pocos
creyentes que había por los alrededores de la parada de bus. Una imagen típica,
pero no por eso menos sobrecogedora e interesante. La religiosidad y la
devoción sobrevolaban el acto. El cuadro que presenciaba era el siguiente: una
joven reverenciaba a los monjes en silencio y entregaba la ofrenda con sumisión
y fervor; éstos, con movimientos suaves y un paso lento, recibían uno a uno la
donación en el cuenco que llevaban colgado del hombro.
El
tímido frescor de la mañana recién nacida lo envolvía todo. Los aromas de la
naturaleza mezclados con los olores de la ciudad -despertaba entonces- agradaban
las sensaciones y el espíritu del recién llegado. La población de Pakse
se asentaba a orillas del río Mekong y a los dos lados de un afluente, que
desembocaba, justo allí, en él. A primeras horas ya era una ciudad activa,
luego con el paso de las horas, sería una ciudad tremendamente vital.
Motocicleta alquilada Siguiendo
las sugerencias del libro-guía tomó una guesthouse
de cierta calidad, pero de precio asequible, como suele ser habitual. Los
turistas y mochileros que había en la localidad -supuso- estaban concentrados
en aquella zona. Callejeó ese día por los aledaños cercanos y paseó por la
orilla del río Mekong que allí se presentaba ancho y caudaloso.
Al
día siguiente, alquilaría una motocicleta para visitar los alrededores. Un
intenso día de circulación, aunque reposado y relajante. La libertad de sentir
el aire templado de la zona a la velocidad que los pocos caballos del motor le
permitían era todo un privilegio. A ratos, las nubes amenazaban con descargar
sobre el nuevo motorista, pero se libró siempre de ello.
Visitó dos
espectaculares cataratas a unos cuarenta kilómetros de Pakse: Tad Fane y Tad Yuang, muy cerca la una de la otra. ¡Qué belleza natural la de
ambas cataratas, en especial, la de Tad
Fane con sus dos bocas naturales y un salto de agua de 120 metros! Disfrutó
del camino, de muchas escenas rurales, de los niños que gritaban al paso de la
moto, de negocios artesanales a orillas de la carretera y, en general, de la
vida laosiana.
Catarata Tad Fane
Catarata Tad Yuang
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