25 de septiembre de 2024

Jiva (o Khiva) / Uzbekistán


Entrada a la ciudad amurallada de Khiva

Al regreso del lago Aral, en aquel transporte particular que se había buscado, pidió al conductor que le dejara en Jiva (o Khiva): sería una de las etapas del viaje, en este caso, la segunda importante. Tenía una guesthouse reservada —a través de Booking—, que resultó estar ubicada dentro de la ciudad antigua y amurallada de Jiva (Ichon-Qala). El resto de la población, de poco interés turístico, se extendía por los alrededores del recinto amurallado.

Jiva era una ciudad llena de historia y cultura, ubicada en pleno corazón de Uzbekistán. Era uno de los destinos turísticos más populares del país por sus impresionantes edificios históricos y su arquitectura única.

Se alegró de hospedarse en el mogollón de la ciudad, donde estaban la mayor parte de los hoteles y pensiones, pues se evitaba caminatas innecesarias para llegar a lo realmente interesante. Al día siguiente se daría cuenta de que —podría decirse— era lo único interesante, y todo tan “amontonado” (madrazas, mezquitas, minaretes, palacios,…) que con un día de recorrido se haría uno perfecta idea del lugar.

En lo primero que se fijó —cuando llegó—, al atardecer, que todo parecía estar muy cuidado y reformado; la muralla que tenía frente al hospedaje muy tratada con tierra y piedras (en una parte de ésta, había hasta tumbas insertadas); las calles aledañas, empedradas y limpias, y en el pequeño jardín frente al alojamiento, vio una yurta, que resultaría ser el lugar de desayuno, incluido éste en el precio de la habitación.


Yurta y su interior, frente al hotel

Es difícil explicar al lector cómo estaba estructurada la ciudad de Jiva, y organizada: unas cuantas casas apiñadas en estrechas calles y, luego, una zona toda ella llena de madrazas, reconvertidas en museos; hoteles; tiendas de artesanos, y kioscos de venta, todo ello para goce y disfrute de visitantes y viajeros. También, dentro del recinto, había varios minaretes, cerca unos de los otros, cada uno de ellos diferente y de distintas épocas, pero todos con el mismo aire en cuanto a arquitectura tradicional. Sin duda alguna el más destacado y símbolo de la ciudad era el minarete Kalta Minor, a medio construir, pero de gran belleza. No se había terminado porque su impulsor, que pretendía construir el más grande y bello del lugar, había muerto en una batalla. Al menos otros dos minaretes, llamaban la atención y resaltaban en el skyline de la ciudad, construidos al son de una madraza, incluso a uno de ellos era posible subir.

(Ni lo intentó).


Kalta Minor

Otro de los edificios-estrella era la mezquita Juma, y a sus puertas otro minarete. En su interior escondía una sala con más de doscientas columnas de madera tallada, al parecer, todas diferentes. Parecía un plantío de chopos o bosque organizado, que finalizaba en lo alto con una cúpula de espectacular entramado de madera. Su observación dejaba al viajero ensimismado.


Mezquita Juma (interior)

Internándose uno dentro de algunos de los complejos o de las madrazas, los azulejos azules en los frontales y en los fondos eran exquisitos, muy cuidados o muy reformados.

Y uno salía de una fortaleza, paseaba un poco y entraba en una madraza, convertida en museo. Salía del museo, daba unos pasos y se encontraba con un alto minarete que, a su vez, estaba adosado a una gran madraza repleta de artesanos.

Casi agobiante.

¿Quién le dice a este mochilero que aquello no olía a tradiciones, religiones y conquistas de los antiguos khan en llanuras y montañas?

(Incluye unas cuantas fotografías, sin especificar el nombre, que darán una idea de la belleza de Ichon-Qala, o ciudad amurallada de Jiva).







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17 de septiembre de 2024

San Carlos de Bariloche / Argentina


Lago Nahuel Huapi

Había oído a amigos y conocidos que uno de los sitios que más les apetecía visitar en Argentina era San Carlos de Bariloche. Esta pequeña ciudad se lo ha ganado a pulso —un pulso meritorio, claro— y se ha convertido en uno de las zonas más visitadas del país. La zona tiene lagos, montañas y clima espectaculares, y se ha situado como lugar preferente de vacaciones para los argentinos. Y no solamente argentinos. La ciudad está a orillas del lago Nahuel Huapi, de distorsionadas formas y con varias islas, lagos aledaños y bonitos parajes.

Arribó una grata mañana, por su agradable temperatura. Llegaba procedente de Mendoza y había pasado toda la noche en el bus. Hacía ya varios kilómetros (muchos) que había amanecido. Poco a poco se iba dando cuenta de las características del lugar. De lejos, se veían los picos de los Andes nevados y el paisaje, kilómetro a kilómetro, se iba haciendo cada vez más verde y arbolado, y más atrayente por su naturaleza desbordante.

El hotel Venezia que encontró de casualidad fue un lujo: limpio, una habitación preciosa, un personal de recepción encantador y barato, cuando las previsiones eran bastante más pesimistas, en cuanto al precio, al ser la ciudad un destino turístico.

[El favorable cambio del dólar blue y euro blue abarataba todo en el país, yendo con estas divisas, claro. No así para los argentinos que manejaban el peso argentino].


Cascada los Cántaros

En la población se ofrecían variadas excursiones en barco por el lago para visitar diferentes ramales, islas y otros lagos. Unas actividades turísticas para pasar el día disfrutando de la naturaleza. Eligió Puerto Brest, por las buenas referencias, y una de las más caras. No se arrepintió, aunque el resto de los recorridos tenían también una pinta excelente. Hasta llegar el barco a lo más extremo, hasta Puerto Brest, el trayecto era de particular belleza. Una vez allí, ascendieron por una senda marcada, con multitud de escalones, para contemplar la cascada los Cántaros y el pequeño lago que la alimentaba. Un Land Rover, más tarde, les trasladó unos pocos kilómetros hasta el lago Frías, frontera ya con Chile. Un lago de aguas cristalinas, pero verdosas, rodeado de picos espectaculares, desde donde se apreciaba, a lo lejos, el famoso Cerro Tronador, antiguo volcán que hacía de natural línea divisoria entre Argentina y Chile. En Puerto Frías, una nueva réplica de La poderosa II, moto del Che Guevara, que había transitado por aquella zona. O eso decían.


Lago que alimenta a la cascada los Cántaros

Aquella noche nevó con muchas ganas en San Carlos de Bariloche y cuando amaneció, el día era frío y ciertamente desagradable. Gran contraste comparado con el día anterior, incluso, los propios locales se mostraban extrañados por aquella nieve atemporal. Iniciar otra ruta ese día no parecía la opción más recomendable. Decidió dejarlo para mejor ocasión.

Difícil transmitir las sensaciones del mochilero por aquella zona. Se mezclaba la sensibilidad viajera, con la experiencia personal y con los contrastes naturales: nieve en lo alto de los picos, rocas que se mezclaban con árboles verdes que llegaban a gran altura, recovecos naturales y el silencio carente de eco.

Cuando la naturaleza se hace protagonista, el viajero insatisfecho siempre anima en sus escritos a conocerla. Aquí lo hace, siempre y cuando uno se olvide del turismo que presiona y todo lo rodea.

De ello, todos tenemos la culpa.


Puerto Frías



La poderosa II (réplica, en Puerto Frías)

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7 de septiembre de 2024

El Lago Aral / Uzbekistán

El terraplén formado en el lago Aral

La evocadora historia de la Ruta de la Seda comienza en un remoto pasado y se prolonga durante siglos hasta el momento actual. Es el nombre con el que es conocida desde el siglo XIX una extensa red de rutas comerciales terrestres, desde China hasta la costa oriental africana y Constantinopla (ahora, Estambul).

Samarcanda, Bujara y, también, el valle de Ferganá, son algunas de las etapas de un viaje milenario que ha llegado hasta nuestro presente. Estas famosas etapas o localidades están ubicadas todas ellas en el actual Uzbekistan. ¿No parecería suficiente motivo para que el viajero insatisfecho iniciara un “viaje de conocimiento”?

[¿”Un viaje de conocimiento”?: no pretende ser un iluso explorador, pero sí quisiera conocer algo esencial de esta ruta].

Aterrizó en Taskent (Uzbekistán), pero como su plan era llegar hasta Jiva, organizó el trayecto evitando que fuera una ida y vuelta repetitiva: pisando los mismos sitios en tren o en bus en ambos sentidos. Decidió tomar un avión doméstico hasta Urgench, ciudad vecina de Jiva. Haría, así, un único viaje de vuelta por medios terrestres conociendo las renombradas ciudades de Jiva (o Khiva), Bujara (o Bukhara) y Samarkanda, y tal vez, Shahrisabz, población donde en el siglo XIV había nacido Tamerlan, hombre histórico y clave en la zona. Un gran conquistador de la época.


Monumento-homenaje al lago Aral

Una vez en Urgench, como un primer recorrido inicial, organizaría un viaje relámpago hasta un lejano lugar del que había oído una triste historia: la extinción del lago Aral, al menos, en gran parte. Se trataba de ver in situ la terrible situación del lago, o lo que quedara de él, y hacer la foto de rigor. Para ello tomó un transporte particular hasta la ciudad de Moynaq, aledaña al lago seco. Negoció y regateó un vehículo con conductor y lo arregló por 80 euros, no excesivamente caro pues eran más de 350 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta. Hacerlo en transporte colectivo local (no había muchos) le hubiera llevado, al menos, tres días. No quería perderse la imagen de esta barbarie cometida a finales del siglo XX y principios del XXI: un lago Aral extinguido por la ambición e inconsciencia soviética de implantar en la zona el cultivo masivo de algodón, gran consumidor de agua, y motivo principal (además, de otros) de que este histórico lago hubiera casi desaparecido. Y era verdad, en la ruta, pudo ver grandes extensiones de algodón.

Le venían al recuerdo las clases de geografía, cuando estudiaba en la escuela, a finales de los 60 del siglo pasado, y el maestro lo señalaba con el puntero en aquellos viejos mapas enrollables.




Barcos oxidados, en el fondo de lo que habría sido el lago Aral

La población de Moynaq era un conjunto de casas a ambos lados de la carretera que llevaba al antiguo puerto fluvial del lago, ahora, inexistente. Desde lo alto del terraplén, formado por la falta de agua, pudo ver varios oxidados barcos, grandes embarcaciones de pesca varadas en la arena a merced del sol abrasador. Un sol desértico y asfixiante. Recorrió los fondos areniscos del lago y fotografió los restos de las embarcaciones. Un monumento, en forma piramidal inclinada, homenajeaba al lago, o lo recordaba, pero el hecho evidente era que el inmenso lago había desaparecido.

Algunas noticias recibidas a posteriori de otros viajeros decían que, en la parte opuesta a Moynaq, ahora territorio kazajo, el lago se estaba recuperando un poco. Parecería una buena noticia, aunque este mochilero duda de su veracidad al completo, visto lo visto en Moynaq.


Campos de algodón, en la ruta hacia el lago Aral


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