Mapa de Lesoto (última parte del recorrido, la ruta en blanco)
Lesoto
-antiguo protectorado de Basutolandia- era un país de gran altura y un bonito paisaje
montañoso. Excepto algún lugar puntual y concreto, lo mejor estaba en el camino,
en la ruta, por eso creyó que circular por las carreteras de un lado a otro era
una opción más que interesante para conocer el país. Desde Semonkong, donde se
encontraba, hasta Sani Pass para, a través de éste, entrar otra vez a
Sudáfrica, era una larga ruta. Pensaba hacerla por etapas utilizando, como
siempre el transporte local: el viajero
insatisfecho no tenía otra opción viajando como viaja. Haría el siguiente
trayecto: Semonkong—Maseru (ya lo conocía)—Butha-Buthe—Mokhotlong—Sani
Pass. Todo este recorrido le llevaría tres o cuatro días.
¡Adelante!
Jóvenes pastores
Rebaños de ovejas La
primera etapa, con cambio de minibús en Maseru, salió según lo previsto. Se
trataba de alcanzar la población de Butha-Buthe, y dormir allí. Lo logró sin
problemas. Atravesó grandes montañas y extensas llanuras también elevadas; pequeños
pueblos con algunas de sus casas basuto
(paredes circulares de piedra y techo de hierba); campos cultivados y paisajes
de laderas con hierba y pasto. No muchos árboles, más bien escasos. En esta
parte, estaba haciendo el recorrido menos atractivo del plan previsto.
En
Butha-Buthe tardó encontrar una guesthouse
que se adaptase a su presupuesto. Todas eran bastante nuevas, con un servicio
de B&B (cama y desayuno); ocupadas por ejecutivos y viajeros pudientes, y
realmente bien cuidadas. Pero caras. Moroeroe
Guesthouse estaba completa: un grupo de estos ejecutivos de la capital habían
ocupado la mayoría de las pocas habitaciones. Otra, que estaba relativamente
cerca, “se subía a la parra” con el precio. Echó el alto a un taxi-colectivo
que pasaba por allí y se acercó a otra más céntrica, pero que estaba en lo alto
de una cuesta, con una gran pendiente de subida. Se cansó de buscar, y allí se
quedó. La joven recepcionista, además, se portó maravillosamente: le lavó la
ropa, le informó sobre los hotelitos en Mokhotlong, próxima meta de etapa, y le
regaló unos melocotones (pequeños, pero sabrosos) recogidos por ella (había
muchos por los alrededores y, en general, en todo Lesoto). Los pequeños
melocotonares y las casas circulares basuto
eran un paisaje habitual en los pueblos que cruzaban. Butha-Buthe tenía pocos
atractivos, por lo que decidió abandonarla al día siguiente.
Poblado al lado de la mina de diamanteEl
trayecto a Mokhotlong lo encontró muy interesante. Ocupaba el asiento del
copiloto en el minibús y podía disfrutar de todo el paisaje nuevo y revelador.
Después de unos kilómetros, encontraron un bello y empinado puerto de montaña,
que tardaron más de una hora en ascender: el camión de grandes dimensiones que precedía
al minibús —transportaba una gran máquina de derrumbes— se veía obligado a
hacer peligrosas maniobras en las curvas en pendiente. Pero era un bello
paisaje montañoso lo que pudo disfrutar en las múltiples paradas. Arriba del
puerto, más llanuras de hierba y rocas, matojos y, por la altura, diminutos
matorrales. En esas extensiones pastaban pequeños rebaños de, también, pequeñas
ovejas con cuernos: típicas de aquella región. De trecho en trecho, grupos de
jóvenes pastores basuto, enfundados
en sus mantas y pasamontañas, vigilaban los rebaños. A un lado dejaron AfriSky,
la estación de esquí de Lesoto. El complejo operaba como un pueblo de
esquí al estilo europeo y proporcionaba todo lo que lo necesario para unas
vacaciones de esquí: el alojamiento, material de esquí, forfaits de nieve, escuela de esquí o comida, aunque en aquel
momento estaba desierto. Imprescindible, la nieve, y no era la época. Cruzaron por
el lateral de la mina de diamantes Letseng (le hubiera gustado visitarla), con
un poblado de humildes casas al otro lado de la carretera, casas de explotados
trabajadores —supuso—, y llegaron a Mokhotlong bien avanzada la tarde. En esta
población, situada en un amplísimo valle rodeado de montañas, se quejaban también
de la falta de lluvias, del cambio climático y de unos alrededores muy secos y,
así, poco atractivos.
Un
día más en estos bellos parajes.
Descendiendo por el Sani Pass
Una
buena carretera, recientemente asfaltada, rompía la llanura y las laderas, al
alejarse de esta pequeña ciudad. Por los alrededores se veían rebaños de ovejas
que limaban el verde pasto, a trozos sombreado por las nubes. La ruta llevaba
al Sani Pass. Allí, en lo alto, se hacían los trámites de salida del país. La
frontera de Sudáfrica se encontraba después de descender el Sani Pass. Todo el
zigzagueante y peligroso descenso se hacía por un camino de tierra y pedruscos,
apto para 4x4 y muy complicado para el minibús en el que iban. Lentamente,
rodando despacio el vehículo iba dejando atrás curvas y curvas, unas de giro a
la derecha y otras a la izquierda. Bellas montañas arropaban a los pasajeros a
ambos lados del peligroso paso y verdes laderas confluían formando el valle.
Un bonito espectáculo
natural.
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