27 de septiembre de 2020

Bardenas reales


Cabezo de Castildetierra / Bardenas reales

Pasaban al lado ¿qué les costaba visitar el Parque Nacional de Bardenas Reales?

Nada.

Y fue un recorrido suave, pero intenso, a la vez; bello, pero un poco deprimente, e interesante, aunque había que positivar el recorrido.

Este mochilero habla en estos términos porque nada más entrar coció la idea de que allí debía cuajar un clima desértico en cualquier estación del año: veranos calurosos, fríos inviernos y ausencia casi total de lluvias. ¿De qué vivirían los labriegos que allí estuvieron asentados? Al menos sus casas, aparecían sembradas y desperdigadas por aquella extensión de tierra seca, polvorienta y, en algunos puntos, pedregosa y desapacible. Aquellas casas solitarias, sus grandes chimeneas, escasa altura del suelo y su construcción mimetizada, hacían pensar en una dura batalla de supervivencia de sus moradores.

Las Bardenas Reales conocidas hace años -de oídas- por el viajero insatisfecho, han sido siempre nombradas como campo de tiro y lugar de maniobras aéreas y terrestres. Y precisamente aquel día de la visita parte de la zona estaba cerrada porque ‘cazas’ del ejército estaban practicando con sus arsenales, o experimentando sus habilidades.

Según el plano informativo que ofrecían a la entrada del parque, hay tres zonas muy definidas: La Bardena blanca, el Plano y la Negra. El recorrido en coche se centraba únicamente en la Bardena blanca que era la depresión central de suelos a menudo blanquecinos, desnudos y de aspecto desértico. Al rodar por aquel territorio parecía estar uno inmerso en una película del oeste americano sin diligencias, ni vaqueros, ni manadas de terneros atravesando la llanura. Se han filmado películas en sus agrestes paisajes, sesiones de fotos con modelos renombradas y hace poco ante estos ojos han pasado imágenes en un videoclip.


Paisaje de Bardenas reales

La visita era totalmente intuitiva, no necesitaba guía y pocas sugerencias previas. Era dejarse llevar por la ruta, por el camino pedregoso y polvoriento y dejarse sorprender por lo que pudiera aparecer detrás de aquellos montículos planos o al lado de las formaciones rocosas.

Lo más fotografiado era el ‘Cabezo de Castildetierra’, icono del parque. Se trataba de un gran pináculo rocoso, tipo de formación denominada cabezo. Hay más en la zona, pero éste era tan fotogénico como Kate Moss. Un cabezo es el resultado y mejor ejemplo del proceso de erosión -viento, lluvia y frío- que durante millones de años han sufrido estos parajes. Se producen porque en la parte superior de la formación rocosa quedan materiales más resistentes a la erosión, como pueden ser la piedra caliza o la arenisca, y en la inferior hay materiales más blandos, como las arcillas.

Se veían muchos coches haciendo la ruta, pocas motos y, menos aún, bicicletas.

En las paradas, fotos, subidas y bajadas.

Poses fotográficas, para dejar huella del paso por allí.


Abandonada casa de labriego, ante el Cabezo de Castildetierra

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7 de septiembre de 2020

Cañón del río Lobos / Soria

En la plaza mayor de Burgo de Osma había un cartel (hashtag) que decía: #SoriaQuiereFuturo. Una reivindicación muy lógica, pues las necesidades actuales son progreso, futuro, bienestar, dinero, empresas o tecnología.

¿Y todo eso le falta a Soria?

Bueno, a Soria, a León, a Teruel, a Ourense o a Lleida. Todas estas provincias quieren futuro.

Conoces Soria y no da sensación de que les falte bienestar, progreso…. Es una provincia provinciana, con las características de los lugareños inmersas en su idiosincrasia social. La provincia de Soria tiene una maravillosa ciudad, con un centro cuidado y bonito; Soria tiene pueblos encantadores e históricos como Calatañazor, y Soria tiene bellos paisajes, de naturaleza desbordante como el Cañón del Río Lobos. Y de todo ello, mucho más.

En el Cañón del Río Lobos pasó una mañana el viajero insatisfecho recorriendo el bello curso del río Lobos, contorneado entre grandes peñascos de roca caliza, donde la naturaleza ha ejercido de reina y señora durante muchos años. Las formaciones rocosas del río Lobos son fruto de la acción erosiva del agua. Por un lado, de desgaste y, por otro, por la disolución de la roca.

Iba acompañado y pudo disfrutar en compañía de las oquedades, salientes, cuevas o canchales que el paso de los siglos había estructurado a su antojo.

Inició un recorrido matinal por Santa María de las Hoyas (Soria) cuyo acceso está situado al lado del puente de los Siete Ojos, un trayecto entre pinos que no acababa de resultar interesante. Muy arriba, donde el cañón aún no se había formado. Andando por el curso de un rio seco se hacían aburridos los pasos. Dieron la vuelta, y con el coche se trasladaron a Ucero (Soria), a la otra entrada, acceso sur del cañón. Desde el inicio, una vez abandonado el coche en el aparcamiento de Valdecea, apareció el cañón más auténtico, más impresionante y más entrañable. El cauce del río Lobo, aunque muy escaso, enseñaba entre juncos y maleza sus aguas. El gran cañón comenzaba a verse con los altos y pronunciados peñascos en las montañas laterales, cercanas en algunos tramos. La vida comenzó a aparecer en el cielo, con los frágiles y lentos aleteos y largos vuelos de los buitres leonados. Se vislumbraba, también, en las oquedades de las rocas con los cantos insistentes de los alevines y polluelos. Pedirían comida o jugarían entre ellos, quien lo sabe. Desde el fondo del cañón se veían ciertos movimientos en los nidos, pero por su enclave, lejanos. Daba igual. La vida natural y salvaje se sentía a cada paso. Un lugar protegido, maravillosamente protegido.



La Ermita de San Bartolomé apareció de pronto en un pequeño promontorio. Era como la insignia religiosa del río Lobos, cercana a la Cueva Grande. En el camino bordeando el río se encontraban chopos (muchos), sauces, avellanos, endrinos o abedules, y en sus aguas nenúfares y eneas. A un lado del cañón unas antiguas colmenas, tradicionales, servían para hacer historia del lugar. Unas colmenas construidas con troncos huecos que fueron implantadas allí por los templarios que habitaron.

No se olvidará de citar al cangrejo ¿era autóctono?, que se cruzó en su camino cuando atravesaba, por unas rocas colocadas exprofeso, el río. Tremenda alegría al descubrir este animal tan cercano en su infancia, en sus recorridos infantiles por ríos, charcas y arroyuelos.

Fue un agradable paseo.

Para finalizar, una parada en el mirador la Galiana, desde donde, a la sombra de unas sabinas, se podía observar el cañón en casi toda su extensión.

Cangrejo, en el cauce del río Lobos

Colmenas, en una de las oquedades del cañón


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