31 de marzo de 2017

Un breve comentario sobre Bali

Entrada a Eka's Homestay

Bali era una isla turística. Una isla llena de recorridos, monumentos, templos, playas, hermosas vistas y sencillas gentes. El viajero insatisfecho no quiere hablar mucho de esta parte de Indonesia porque ya está todo dicho, si bien un viaje tiene siempre peculiaridades no vividas por otros o experiencias no disfrutadas por otros sólo por cada uno.
Era una isla como territorio pero también era una isla espiritual hinduista dentro de un vasto territorio/país donde imperaba la religión musulmana. Y aparentemente había tolerancia con el resto, al menos, en el día a día o en la vida cotidiana.
¿Problemas?, muchos.
¿Superables?, todos.
Centró su estancia en Ubud, una ciudad cerca de todo. Situada entre verdes laderas y en medio de verdes valles. Desde allí, era fácil llegar a cualquier lugar alejado y contenía multitud de posibilidades logísticas. En Ubud se hospedó en casa (Eka’s Homestay) de un famoso músico balinés y disfrutó de las atenciones de su simpática esposa. Si volviera a ir a Bali, se hospedaría en Ubud, en casa del famoso músico balinés.

ESCENAS DE BALI





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20 de marzo de 2017

Cráter El Boquerón / El Salvador

El cráter 'El Boquerón'. En primer plano, unos cocotos o jocotes

El cráter de ‘El Boquerón’ se encontraba relativamente cerca de la ciudad de San Salvador, capital del país centroamericano El Salvador. Era conocido en toda la ciudad y para aproximarse a su borde era necesario tomar un autobús en el centro hasta el barrio de Santa Tecla. Allí, un pic-up acercaba al visitante hasta la entrada del parque nacional, o zona protegida, que rodeaba a aquel inmenso boquete.
Desde la entrada hasta el mismo borde del antiguo cráter se ascendía por un sencillo sendero, a veces con escaleras y otras con barandilla, bien marcado y señalado para el caminante. Una vez allí, la panorámica era realmente bella. Desde cada uno de los cuatro miradores en lo más alto de la arista (Los helechos, Las hortensias, Las begonias y Los cartuchos) se podía ver, en lo hondo del círculo, el extinto volcán. Las laderas que lo bordeaban con los años se habían convertido en una pequeña selva verde.
En lo más profundo, había existido un lago que desapareció, según decían, en 1917 cuando una pequeña erupción colapsó y diseminó sus aguas. Era posible visitarlo y descender, aunque todos los indicadores/letreros coincidían en señalar la falta de vigilancia y la peligrosidad de un descenso y, por tanto, del posterior ascenso. El parque nacional no se responsabilizaba del que se atreviera a contravenir aquellas indicaciones. El viajero insatisfecho que, en este caso, retaba a la adversidad -no suele hacerlo- podría certificar que el regreso, o ascenso, era un verdadero y agotador desafío.
Esta empresa de subir y bajar en solitario se convertía, aún más, en una verdadera temeridad para el mochilero que no contaba, ni cuenta, con una excelente condición física. Inició solo el descenso -a sabiendas de que podía abortarlo- animado por la perspectiva de llegar a pisar lo que desde arriba se veía como un pequeño cráter circular. Cuando, después de media hora, estaba a punto de abortar por primera vez la operación de bajada (lo haría varias veces) y dar por concluida la aventura, se aproximaron dos mexicanas y un mexicano por la misma senda que le animaron a continuar. La bajada, entre bromas, descansos, ramas caídas y peñascos, se hacía lenta y cansina en grupo. Decidió continuar en solitario. Al cabo de un rato o una media hora más de caminata, le vino a la mente de nuevo otra intentona de abandono, pensativo y sentado en una de las rocas, pero en ese momento ascendía un grupo de cuatro salvadoreños, guiados por un italiano loco (es un apelativo cariñoso, Alejandro) por el ‘footing’ de altura, después de haber cumplido su reto. Aunque faltaba poco para la meta como así le confirmaron, no alcanzaba a verla por lo espeso de la vegetación. Les mostró su interés por abandonar el empeño, pero el italiano le convenció e incluso decidió acompañarle hasta haber finalizado el descenso.
¡Gracias, Alejandro!.
Unos minutos de descanso en lo más profundo del cráter, unas fotos una vez cumplido el objetivo y, de nuevo, a afrontar la montaña, en este caso, el reto del ascenso.

En el cráter, con la alegría del éxito

Un suplicio, un martirio. La complicada trepa por aquella senda casi vertical ‘para ardillas’ se hacía eterna. Entre arbustos y piedras, pequeñas lianas y musgo, los minutos se estiraban largos, y el cansancio hacía peligrar un sano regreso. Unos se animaban a otros, y los otros respondían también con ánimos, pero ‘El Boquerón’ parecía poder con todos. Menos con el italiano. Pasaron más de dos horas y, así, con la lentitud en las piernas, la respiración entrecortada, precipitada, y las caras desencajadas de agotamiento abordaron el último escalón de piedras que les dejaba en lo más alto del cráter.
Había concluido.

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8 de marzo de 2017

Don Antonio Blanco / Bali

Fotografía, a la entrada, en la que aparece Antonio Blanco con Michael Jackson

Le gustaría que los expertos le perdonaran pero tiene que reconocer que no conocía a aquel personaje absolutamente de nada. No guardaba en su memoria nada que hubiera estudiado, nada que tuviera que ver con aquel, sin duda, importante y peculiar artista: su nombre era Don Antonio Blanco (en todas las referencias figuraba con el Don por lo que este mochilero no se lo va a negar). Sobre él había un excelente museo en la ciudad balinesa donde más tiempo vivió y, también, murió: Ubud
Cuando aquel singular artista aterrizó en Bali, vio en esta isla el lugar con el que había soñado siempre y se quedó. Allí conoció a una bailarina balinesa que conquistó su corazón y a la que unió su destino para siempre. Pero Don Antonio no sólo conquistó el corazón de quien sería su mayor musa, sino también el del último Rey de Ubud, gran mecenas de las artes. Le regaló al pintor el terreno sobre el que se ubicaba el museo, que también era estudio de su hijo y hogar familiar. Un bello asentamiento en la ciudad de Ubud, al lado de Tjampuhan River.


Entrada al recinto del museo

Este leonés se acercó una mañana para hacer una visita y reconoce que descubrió a un gran artista (no tiene fotos de sus obras pues estaba prohibido hacerlas). A la entrada, antes de cumplir con lo establecido, es decir, aflojar la cartera, observó aquella fotografía (parecía animar a los curiosos a visitar el interior) en la que el artista posaba junto a Michael Jackson, uniéndose así dos excéntricos artistas. En aquel momento ya intuyó el inmenso ego del personaje del que iba a conocer su obra. Más tarde, cree haberlo confirmado al ver en una de las paredes un cuadro en el que figuraban los retratos del tridente “Salvador Dalí-Pablo Picasso-Antonio Blanco”. El propio autor había titulado el cuadro -cree recordar- “Los tres genios”.
‘El Dalí del Sureste asiático’, como a veces fue conocido, aunque había nacido en Manila (Islas Filipinas), su familia provenía de Cataluña (España). Al finalizar sus estudios en la National Academy of Art en New York, viajó por todo el mundo hasta que se estableció en Bali en 1952. El pintor falleció en 1999, pero su hijo Mario continuó con la saga familiar y se encargaba de dirigir aquel centro-museo y de conservar los más de 150 cuadros de su padre que albergaba, además de crear sus propias obras. Allí las visitó el viajero insatisfecho. En la obra de este interesante artista abundaban las mujeres desnudas, las bailarinas balinesas, las obras con un toque de irreverencia y picardía sexual. Alguno de aquellos cuadros de desnudos, entonces enmarcados por necesidad bajo cristales, tenía quemada la zona genital femenina para evitar que fuera exhibida o vista, muestra un poco del papanatismo de algunas personas subordinadas a las muchas religiones dañinas. Se notaba que los raspados habían sido realizados de manera burda y, seguro, a espaldas de la vigilancia, por otra parte, casi inexistente. Sin duda aquel estropicio era obra de fanáticos o fundamentalistas de cualquier tendencia.
Al finalizar el recorrido se extendió en paseos por los cuidados jardines, aunque con esa particular fuerza selvática de la vegetación tropical.
Una agradable visita, al margen de los templos tan famosos de Bali.


Fotografía del catálogo del museo


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