Fotografía, a la entrada, en la que aparece Antonio Blanco con Michael Jackson
Le
gustaría que los expertos le perdonaran pero tiene que reconocer que no conocía
a aquel personaje absolutamente de nada. No guardaba en su memoria nada que
hubiera estudiado, nada que tuviera que ver con aquel, sin duda, importante y
peculiar artista: su nombre era Don Antonio Blanco (en todas las
referencias figuraba con el Don por lo que este mochilero no se
lo va a negar). Sobre él había un excelente museo en la ciudad balinesa donde
más tiempo vivió y, también, murió: Ubud.
Cuando aquel singular artista aterrizó
en Bali, vio en esta isla el lugar con el que había soñado siempre y se quedó.
Allí conoció a una bailarina balinesa que conquistó su corazón y a la que unió
su destino para siempre. Pero Don Antonio no sólo conquistó el
corazón de quien sería su mayor musa, sino también el del último Rey
de Ubud, gran mecenas de las artes. Le regaló al pintor el terreno
sobre el que se ubicaba el museo, que también era estudio de su hijo y hogar
familiar. Un bello asentamiento en la ciudad de Ubud, al lado de Tjampuhan
River.
Entrada al recinto del museo
Este
leonés se acercó una mañana para hacer una visita y reconoce que descubrió a
un gran artista (no tiene fotos de sus obras pues estaba prohibido hacerlas). A
la entrada, antes de cumplir con lo establecido, es decir, aflojar la cartera,
observó aquella fotografía (parecía animar a los curiosos a visitar el
interior) en la que el artista posaba junto a Michael Jackson,
uniéndose así dos excéntricos artistas. En aquel momento ya intuyó el inmenso ego del personaje del que iba a conocer
su obra. Más tarde, cree haberlo confirmado al ver en una de las paredes un
cuadro en el que figuraban los retratos del tridente “Salvador Dalí-Pablo
Picasso-Antonio Blanco”. El propio autor había titulado el cuadro -cree
recordar- “Los tres genios”.
‘El
Dalí del Sureste asiático’, como a veces fue conocido, aunque había nacido en
Manila (Islas Filipinas), su familia provenía de Cataluña (España). Al
finalizar sus estudios en la National
Academy of Art en New York, viajó
por todo el mundo hasta que se estableció en Bali en 1952. El pintor falleció en
1999, pero su hijo Mario continuó con la saga familiar y se encargaba de
dirigir aquel centro-museo y de conservar los más de 150 cuadros de su padre
que albergaba, además de crear sus propias obras. Allí las visitó el viajero insatisfecho. En la obra de
este interesante artista abundaban las mujeres desnudas, las bailarinas
balinesas, las obras con un toque de irreverencia y picardía sexual. Alguno de
aquellos cuadros de desnudos, entonces enmarcados por necesidad bajo cristales,
tenía quemada la zona genital femenina para evitar que fuera exhibida o vista,
muestra un poco del papanatismo de algunas personas subordinadas a las muchas religiones
dañinas. Se notaba que los raspados habían sido realizados de manera burda y,
seguro, a espaldas de la vigilancia, por otra parte, casi inexistente. Sin duda
aquel estropicio era obra de fanáticos o fundamentalistas de cualquier tendencia.
Al
finalizar el recorrido se extendió en paseos por los cuidados jardines, aunque
con esa particular fuerza selvática de la vegetación tropical.
Una agradable visita, al
margen de los templos tan famosos de Bali.
Fotografía del catálogo del museo
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