31 de agosto de 2017

Lago Bunyonyi /Uganda

Lago Bunyonyi, desde lo alto

El lago Bunyonyi fue uno de los primeros vistazos del viajero insatisfecho en Uganda. Era un lago de unos 25 kilómetros de largo, algo menos de ancho, cargado de pequeñas islas y de un entorno verde y atrayente. Sus orillas, sus laderas estaban salpicadas de pueblecitos y casas aisladas que le daban de lejos un ambiente de cuento, territorio de hadas. Muy cerca de la frontera con Rwanda era un hermoso y bonito lugar para disfrutar una mañana y, mucho más, si uno quería empezar a situarse en un país en el que acababa de aterrizar. Llegó a la zona en un autobús desde Kampala dispuesto a alcanzar el lugar más al sur del país para comenzar desde allí su ruta. Se hospedó en la ciudad de Kabale y desde allí, al día siguiente, ‘de paquete’ en una moto alquilada (‘boda boda’, así se llamaba este medio de transporte muy utilizado en Uganda, al menos para distancias cortas), se acercó a aquel paraje por un camino de tierra aceptable para transitar. Primero, hasta una loma desde donde ya se podía divisar el lago aunque no en todo su esplendor. Una rápida bajada en la moto, le acercó a la orilla. Era día de mercado (lo sabía). Comenzaba a fraguarse ese peculiar ambiente en los aledaños. El minúsculo puerto de atraque de barcas estaba ya ocupado por alguna, y el mercado se montaba poco a poco. Llegaban barcas (se divisaban primero a lo lejos) cargadas de gente, de productos, sacos de hortalizas, montones y montones de coles, de bananas, carbón vegetal. En unos instantes las orillas se llenaron de tenderetes de ropa, de puestos de baratijas, frutas y verduras, y la gente pululaba a su alrededor.


Lago Bunyonyi

Este mochilero se sentó en un ribazo para presenciar cómo arribaban las pequeñas canoas y observó con detenimiento a sus gentes. Paseó entre los puestos del mercado ocasional, sacó unas fotos y dejó que el tiempo transcurriera sin más. Quería absorber un poco la vida ugandesa, teniendo en cuenta que iba a pasar unos cuantos días por el país. Era interrumpido de vez en cuando por jóvenes que le proponían un paseo por el lago en canoa, pero no estaba muy dispuesto. Se lo perdió. Según pasaban los minutos, la tranquilidad era mayor. Los locales se acostumbraban a ver al foráneo paseando o sentado, perdido, solitario y le dejaban en paz.
¡Y qué paz!.


Canoa cargada de productos, en el lago Bunyonyi

Su curiosidad y un camino de tierra le llevaron a varios resort, hoteles de cabañas, y comprendió que no era el único extranjero en disfrutar de la belleza del lugar. Un ‘boda boda’ le volvió a subir a lo más alto, a un lugar con extraordinarias vistas sobre una gran amplitud del lago. Había una bruma que impedía apreciar su total belleza. Tenía cierta magia aún sin ser espectacular. Allí despidió al motero y se dispuso a regresar andando a la ciudad de Kabale. Eran unos 10 kilómetros, todos ellos de bajada (ya los había hecho en moto de subida). Disfrutó el paseo. Charló con algún niño que pululaba por los alrededores, con unos picapedreros que trabajaban en las orillas del camino, saludó a unas mujeres que cavaban en un pequeño huerto, y abordó de nuevo Kabale con ese primer contacto de vida ugandesa a sus espaldas.


Picapedreros en el camino de regreso

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16 de agosto de 2017

PN Queen Elisabeth / Uganda

La fotografía que el V(B)iajero Insatisfecho no pudo hacer

El Parque nacional Queen Elisabeth es, junto al encuentro con gorilas en el PN Bwindi y las cataratas Murchison, una de las joyas de Uganda. Pues en este primer Parque nacional puso su empeño el viajero insatisfecho para al menos intentar ver algo que tuviera que ver con el interés turístico del lugar. Del resto es posible que no se ocupe los días que pase en este montañoso país africano (no olvidemos que aquí están las famosas montañas de la Luna). Bueno, también, tratará de asistir al espectáculo de las cataratas Murchison.
Desde la ciudad de Kabale hizo un largo trayecto hasta Kihihi, población cercana a la entrada sur de Ishasha del Parque Nacional, en un transporte colectivo (un coche con 6 o 7 plazas, que !cosa rara! no estuvieron totalmente ocupadas en ningún momento del viaje). A este mismo conductor, después de una larga negociación, contrató para que le hiciera el recorrido por el parque, que se constituye en dos sectores, el sector de Ishasha y el sector Mweya. Para ir de uno a otro se utiliza un largo camino terrero en el que los animales brillan por su ausencia.
El sector de Ishasha era conocido especialmente por los leones trepadores de árboles y a esa visión pretendía dedicarse este leonés. Antes de la entrada  (Ishasha Gate) ya había podido avistar antílopes, búfalos y algún elefante, pero el pretendido interés estaba en los leones de los árboles. Al ‘conductor/pirata’ le veía poco interesado en dar muchas vueltas para tratar de encontrar a estos animales, pues pensaba mucho en la gasolina (‘the petrole’, insistía). Dieron unas vueltas y los leones no aparecieron. Allí, en este recorrido, encontró a unos madrileños que habían dormido al lado de un pequeño rio con hipopótamos en sus aguas. Habían odio bullir a los hipos pero el supuesto peligro fue aminorado por el ranger que les vigiló toda la noche, fusil en ristre.
Fin del trayecto del primer sector. Ahí comenzó la tensa relación con el ‘conductor/pirata’ que duraría hasta el final del día.
El siguiente sector (Mweya) estaba muy alejado y eran necesarias unas dos horas, como ya ha dicho, por un camino de tierra y sin animal previsto. Únicamente consiguieron avistar unos babuínos en todo el trayecto.
Mweya, aunque era muy emblemático, este mochilero lo consideró, en cierto modo, el típico/tópico lugar turístico. Un barco daba una vuelta a los visitantes por el canal de Kazinga, que une el lago Edward con el lago George, para así divisar los animales que se acercaban a la orilla, entre ellos, muchos hipopótamos, búfalos, varios cocodrilos y algún que otro elefante. También facóceros y multitud de aves que viven de los peces, como cormoranes, garcillas y algún que otro marabú.
Allí sí estaba a gusto el ‘conductor/pirata’. Esperó en posición fetal dormido en el coche, sin gastar gasolina, las dos horas que duró el paseo en barco. Un barco, por otra parte, lleno de turistas que se unían a la expedición y salían de todas partes, de los diversos jeep de paseo.
Cabreado por no haber avistado los leones trepadores, por la inoperancia del ‘pirata’ contratado, terminó el día, aunque debe reconocer que la naturaleza en libertad es así: puede ofrecerte el espectáculo que buscabas o puede negártelo.
Pero la repulsión hacia este conductor se mantiene al escribir estas líneas, y se quedará en la memoria de este mochilero.
Farsante!.

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