31 de mayo de 2009

Paz


Después de doscientas entradas contando patrañas viajeras, este viajero insatisfecho se hace su pregunta. Ya, decenas de veces.
¿Por qué nunca ha escrito de su experiencia en el Taj Mahal?.
Ni siquiera -piensa- ha colocado una fotografía de este mítico lugar.
Tiene miedo.
¿Por qué?.
Quizás no sepa describir aquel momento, la visión que tuvo en su interior y que sería necesario plasmar si dibujara aquel instante.
Se levantó no muy temprano.
Después de desayunar, abandonó la humilde guest-house donde había pernoctado aquella noche. Uno de los muchos jóvenes ricksaw que estacionaban delante del hotelucho para viajeros se ofreció a llevarle.
Sus simpáticas maneras le animaron.
Con varios días ya en la India tomando este popular medio de transporte, le comían la curiosidad y las ganas de querer conducirlo. Se lo propuso al enjuto pero fibroso muchacho e intercambiaron los papeles. El mochilero conducía por un largo paseo de la ciudad de Agra, de árboles centenarios, mientras el hindú sonriente se dejaba llevar cómodamente sentado. Fue un rato de intenso esfuerzo pero, guiado por sus indicaciones, consiguieron poco a poco ir acercándose al Taj Mahal. No le vislumbraban aún cuando se rindió ante el agotador pedaleo y las gordas gotas de sudor húmedo que desprendía su frente.
Se sentó en el lugar que entonces le correspondía.
Mientras pensaba, y admiraba el duro trabajo de aquel ricksaw-man, recorrieron la última avenida y llegaron a la entrada del monumento.
¿Qué sintió al verlo a lo lejos, después de un amplio, simétrico y cuidado jardín?: Paz.

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