15 de febrero de 2007

La violencia es más cruda en África

En la orilla del lago Malawi había un hotelucho, o casa de huéspedes, que regentaba un australiano joven, rubio como la crema, porrero y, a veces, las más, borracho, huido de la justicia australiana o, al menos, así me dijo. Pero eso sí, desde la amplia terraza de su hotelucho, cargada de mesas y hamacas, se veía en todo su esplendor el inmenso lago por el que hacía unas horas yo había navegado. Las noches se convertían en un intercambio cultural e internacional en este refugio de turistas mochileros. Un sudafricano “partía la pana” con una suiza; un finlandés miraba embelesado a una jovencísima ruandesa, negra brillante como…..como todas las negras, y el australiano, esas noches que estuve, se entendía con dos inglesas, ambas gorditas pero con simpáticas caras. Y más relaciones, y más intercambios culturales…
Los agotadores días de “turisteo” y marchas por los alrededores con el sol abrasador, “un sol de justicia” (qué poco me gusta esta expresión), terminaban habitualmente en una terracita en el centro de la pequeña ciudad ribereña del lago, donde la cerveza era el mejor regalo que uno podía obsequiarse. Desde la terraza, mientras apuntaba en mi diario las actividades de la jornada, presencié algo que me impactó. Un musculoso negro se acercaba corriendo por la calle, seguido de otro más raquítico pero que daba unos gritos que no podía entender. De pronto, un ladrillo (de esos artesanales que no tienen ningún orificio, sólidos y pesados) sale de la mano del raquítico con tal fuerza que impacta en el hombro del perseguido cuando éste pasaba a mi lado, lo que le hace tambalearse a punto de caer. Un segundo pedrusco en las piernas le derriba momentáneamente a pocos pasos delante de mí. Luego, sale corriendo. Todo ocurre en un segundo. El perseguidor desiste de su empeño de alcanzarle y nos mira satisfecho de su logro, como si su instinto depredador hubiera sido colmado. ¡Qué crudeza!. No pude reaccionar, pero tampoco lo hicieron sus congéneres que miraban impasibles la escena. Algunos ni eso, seguían con sus inútiles, pero necesarias labores. La cosa no iba con ellos. La violencia y el sufrimiento se convirtieron en rutina hace mucho tiempo en África y su crudeza les deja neutros, impasibles, críticos silenciosos ¿con quien?, ¿con el agresor o con el agredido?. Desconocía los orígenes de la reyerta, pero la imagen sigue en mi mente cada vez que me acuerdo de África. No he vuelto al negro continente, y aunque tengo ansia de pisarlo, me incomoda imaginar lo que me puedo encontrar. Esas escenas diarias, sin aparente valor e inestabilidad nacional, pero que hay que verlas, vivirlas y sentirlas pues no dejan de ser lejanas para la mente de cualquier europeo que ejerza de viajero insatisfecho.

2 comentarios:

  1. Un excelente relato, lleno de una naturalidad espléndida, que nos hace viajar desde el viaje a una realidad tan dura como veraz. Y no creas que los que no hemos pisado el Africa subsahariana no lo conocemos, por desgracia: visitando a un amigo que ayudaba en un centro de acogida de inmigrantes en un barrio de Madrid viví una escena muy parecida entre dos subsaharianos en la que llegó a correr la sangre.

    Gracias y saludos.

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  2. Aqui se nos va la fuerza por la boca y todo se queda en palabrería. La palabra "ladrillazo" es de las mas comunes pero yo creo que nunca jamás se ha visto usar un ladrillo como arma. Yo si que he visto usar un "gasón" que es un trozo grande de barro seco apelmazado, sin llegar a adobe, que sería otro "ladrillo".
    Y tras la disertación sobre armamento primitivo decir que en cualquier caso hay que ser bruto para usar un arma.

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