5 de febrero de 2007

Simpatía tanzana para el viajero

Y yo, en Mwanza (Tanzania), admirando con veneración el lago Victoria desde esta bulliciosa ciudad. Ahora, desde la perspectiva del paso del tiempo, me siento un poco ridículo al recordar que en aquella época (1999) me envolvía una satisfacción viajera ante la visión del histórico lago y, en cierto modo, la emoción. Me sentía allí, en la distancia, como el doctor Livinsgtone o Speke, o quizá como el más temerario Stanley, a quien se le encomendó buscar al primero, perdido hacía años en el inhóspito territorio del continente. “Doctor Livingstone, supongo”, fueron las primeras (y ya famosas) palabras que dijo el aventurero al encontrar al también aventurero, explorador y misionero más famoso de toda África.
Que cómo llegué hasta el lago, pues arrimado a mi mochila viajera después de un largo viaje en tren -por cierto, mejor medio de transporte que el autobus en tierras africanas- desde el otro extremo del país, Dar Es Saalam.
Quería recorrer el lago, sentir la sensación de haber navegado sus aguas y emular al livingstone que tengo, todos tenemos, dentro. Cualquier marinero, como los que describe Arturo Pérez-Reverte en su último libro Corsarios de Levante, se hubiera mofado de mí y me hubiera tachado de “aspirante a marinero de agua dulce”. ¡Que les den!. Yo estaba encantado con el momento y, además, recorrí durante toda la mañana una extensa parte del lago.
Muy cerca del muelle, porque hay un muelle como si fuera un pequeño puerto del Pacífico, destacaban airosas un grupo de rocas (ver fotografía), que a la orilla emergen como prehistóricos menhires en equilibrio raro e inestable. Tuve miedo de acercarme a ellas por si la fatalidad de un fuerte viento conseguía derrumbarlas. Y me preguntaba si Livinsgtone o Stanley habían estado allí admirando el paisaje antes de intentar circunnavegar las aguas, pero, al instante, aparté ese inocente pensamiento. Que los expertos, antropólogos o viajeros, expliquen desde sus investigaciones qué personaje europeo fue el primero en acercarse por allí, y digo europeo, porque los parlantes de swahili eran dueños y señores de esos parajes hace mucho tiempo.
Malaika, nakupenda malaika” (bonita, te quiero bonita), según la tradicional canción swahili, popularizada hace muchos años por Boney M. A veces, este viajero insatisfecho preguntaba al camarero que le atendía (y todavía recuerda), cómo se decía hola (jambo), o gracias (asanti sana), o ¿cómo estas? (nzuri sana), para corresponder, en swahili, la amabilidad de estas gentes que saludaban al visitante con simpatía.

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