Llegó
a punto de anochecer a la estación de autobuses, bastante solitaria y alejada
del meollo poblacional, y se hizo de noche cerrada tratando de encontrar un tuk-tuk que le dejara en una de las guest-house del centro. Había varias y
llevaba una de referencia, y esto le indicaría al conductor del vehículo de
tres ruedas.
La
guest-house resultó ser una preciosa
casa de dos pisos con habitaciones a lo largo de un jardín o patio interior. Se
accedía a ellas por puertas situadas en una galería o corredor que daba a dicho
jardín. Se asemejaba a una corrala, pero relativamente nueva y especialmente
limpia. Allí pasaría tres noches. La entrada daba a una ancha calle o avenida,
en el centro de la ciudad. Frente a ella, un restaurante presentaba a la
entrada unos grandes y oxidados proyectiles americanos, a modo de decoración art déco laosiano. En él comería,
tomaría alguna cerveza y redactaría notas recordatorias de la ciudad.
Para la visita a la Llanura de las jarras, o tinajas, utilizaría los servicios del recepcionista que en su tiempo libre se convertía en motorista de alquiler. Casado, todo venía bien al joven matrimonio, con hijo pequeño, aunque no le vio excesivamente interesado por el dinero que tan justamente se había ganado.
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Llanura de las jarras |
Esta
famosa llanura, en realidad, constaba de varios asentamientos de tinajas en los
alrededores de la ciudad. Pateando uno de estos lugares, parecía ser suficiente,
pues todos eran más o menos lo mismo: un “sembrado” de jarras, unas de granito
y otras de piedra arenisca, que ocupaban una extensa zona de terreno. Las
jarras, de uno a tres metros, estaban esparcidas sin aparente control. Unas
tumbadas, otras en pie; unas destrozadas y otras bien conservadas, pero todas
ellas formaban un bonito conjunto.
Aunque
no se conocía a ciencia cierta el uso de esas antiguas jarras, durante la
excavación, el arqueólogo francés Colani, en 1930, observó que su interior contenía
restos humanos, aunque no todas, pero muchos huesos mostraban evidencias de
incineración. Algunos hoyos o socavones cercanos a las jarras daban cuenta de
explosiones de bombas americanas durante la guerra en el país, según dijo el
recepcionista-motorista.
El asentamiento visitado, tenía además una cueva, que bien podría haber sido refugio en tiempos bélicos. Ahora, un pequeño buda y unas ofrendas ocupaban uno de los laterales interiores. En el camino de vuelta a Phonsavan, visitaría otro buda, éste de proporciones gigantescas y en apariencia sin terminar, en la parte alta de una pequeña elevación de terreno.
¡Qué obsesión laosiana
por construir grandes y dorados budas en los mogotes cercanos a las
poblaciones!
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Parece que en esta etapa del camino encontraste un sitio confortable y limpio, y si ,además, estaba rodeado de jardín y silencio, sería muy agradable para concentrarte en tus notas y pensamientos...
ResponderEliminarQué curioso, y raro, lo del restaurante con esos proyectiles a la entrada y que no estén en algún museo...
Y, por descontado, esas tinajas, que al parecer eran funerarias. A saber...
Las raíces del árbol, como el 'mini' buda, espectaculares también.
Aunque me quedo con las raíces. :)
Besotes.
Me río con el "Big Bang" (o algo así) entre "mi amada Pilar" y "mi querido Emilio" de la entrada anterior.
ResponderEliminar¡No perdamos el humor!.
Besos.
Al ver la foto del restaurante he pensado "qué tinajas más raras". Luego al leer que eran proyectiles...
ResponderEliminarLos budas y la llanura de las tinajas también me parecen curiosos, pero me gustaría que hubieras subido tbm alguna foto de tu alojamiento. Intuyo por lo que cuentas que la merecía.
PD. Yo tbm me he reído con la respuesta de Pilar y veo que me hace caso: mira cómo en esta ocasión no se ha quedado atrás en su comentario 🙂