El ferry partió con puntualidad africana (dos horas después de lo previsto). Fueron tres o cuatro horas de navegación —no recuerda— con el océano Índico en calma, al menos en aquel trayecto. Desembarcaron en la población de Ambodifototra, la más importante de la isla, donde encontró un hotel asequible a su presupuesto.
Una
isla donde se mezclaba la realidad actual, atractiva para turistas y viajeros,
y la historia, llena de leyendas sobre los piratas que la tomaron como base de
expediciones y control de los mares, de ahí su cementerio pirata y la población
mestiza que desfilaba por sus calles.
A
finales del siglo XVII los piratas ocuparon la zona. Encontraron allí parte de los
elementos que necesitaban para cubrir sus necesidades: madera para sus barcos; agua
dulce; una bahía tranquila y protegida de las grandes olas, y un lugar ideal
para contralar el tráfico de barcos entre Europa y el Extremo Oriente.
No
permaneció nada más que tres días en la isla, pero con los pocos trayectos
realizados percibió el ambiente. Había atmósfera vacacional —no como en
Benalmádena o Gandía—; muchos hotelitos con bungalós de madera; bonitas y
pequeñas playas, y cierto número de extranjeros que disfrutaban de su
tranquilidad.
Y el viajero insatisfecho también disfrutó. Paseó sin rumbo, observó y observó, y visitó el famoso cementerio de piratas. Lo haría en solitario, después de transitar por una senda, salpicada de pequeñas viviendas de familias locales, cerca de un kilómetro, lo que hablaba del escaso turismo existente. Desde el cementerio, situado en un morro, en un saliente a orillas de la bahía, se observaban unas bonitas vistas, envueltas de un paisaje verde y arbolado. Unas lápidas, sin nombres visibles y desperdigadas, señalaban las tumbas, repartidas por aquel terreno. La naturaleza y sus elementos (lluvias, vientos, tempestades,…) las habían dejado en esas condiciones, que hablaban, también, de lo antiguo de sus inhumaciones.
Y
hablando de piratas, no podía faltar el hotel que llevase el nombre de la
nación ambicionada por los famosos piratas Misson y Caraccioli: Libertalia.
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Sobre esta nación, se hablaba ya en
el libro En busca de “otra” Marlene
Dietrich, de Blas Fernández Tomé:
“La constitución de esta comunidad/república
bautizada Libertalia era ya un hecho. No sólo reconocía la igualdad entre los
hombres, instauraba la elección democrática de los representantes y proclamaba
la abolición de la esclavitud, sino que defendía, además, el derecho natural a
la repartición de las tierras en función de las necesidades vitales”.
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A este hotel, con preciosos bungalós a orillas de una pequeña playa —casi la tocaban—, entró a curiosear, y tomó una THB fresquita.
Para moverse por la isla, el mejor transporte eran los rickshaws motorizados amarillos, muy generalizados allí y en muchas otras ciudades de Madagascar.
No en todas.