De toda la línea del ferrocarril ecuatoriano trans-andino entre Guayaquil -en la costa pacífica- y Quito sólo se conserva el trazado que va de Riobamba a Alausí. Es un tren de vía estrecha que pasa por lugares irrepetibles y que circula con una obligada lentitud debido a sus difíciles curvas y pendientes.
El ferrocarril (toda una obra de ingeniería), que comenzó a construirse por Guayaquil, llegó Riobamba en 1905, después atravesó su punto más alto en Urbina (3.618 m) y finalmente llegó a Quito en 1908. Pero los desprendimientos de tierra que provocaron las lluvias torrenciales de El Niño (1982-1983) y los daños que produjo este fenómeno en 1997-1998, obligaron al cierre de todo el recorrido, tan sólo se pudo reparar el tramo que discurre entre Riobamba y Alausí, y unos pocos kilómetros más, hasta atravesar la Nariz del Diablo, en un espeluznante descenso y en un increíble zigzag que obliga en ciertos tramos a ir marcha atrás.
A veces, puentes de aspecto desvencijado cruzan profundas quebradas. Toda una movida-turista desde el techo del tren donde se viaja (ver imagen grande), sin otra separación de los precipicios que el vacío. La experiencia de este viajero en ese tren se saldó con ocho descarrilamientos (ver imagen pequeña). Ocho, que un grupo de empleados ferroviarios solucionó con una habilidad pasmosa.
De verdad, que fueron ocho. El viajero insatisfecho no salía de su asombro.
El ferrocarril (toda una obra de ingeniería), que comenzó a construirse por Guayaquil, llegó Riobamba en 1905, después atravesó su punto más alto en Urbina (3.618 m) y finalmente llegó a Quito en 1908. Pero los desprendimientos de tierra que provocaron las lluvias torrenciales de El Niño (1982-1983) y los daños que produjo este fenómeno en 1997-1998, obligaron al cierre de todo el recorrido, tan sólo se pudo reparar el tramo que discurre entre Riobamba y Alausí, y unos pocos kilómetros más, hasta atravesar la Nariz del Diablo, en un espeluznante descenso y en un increíble zigzag que obliga en ciertos tramos a ir marcha atrás.
A veces, puentes de aspecto desvencijado cruzan profundas quebradas. Toda una movida-turista desde el techo del tren donde se viaja (ver imagen grande), sin otra separación de los precipicios que el vacío. La experiencia de este viajero en ese tren se saldó con ocho descarrilamientos (ver imagen pequeña). Ocho, que un grupo de empleados ferroviarios solucionó con una habilidad pasmosa.
De verdad, que fueron ocho. El viajero insatisfecho no salía de su asombro.
Fue allí para conocer y palpar un poco más la historia de este trazado ferroviario, buscando y queriendo entender su historia. Pero una vez allí, simplemente, lo sintió. Los viajes son un patrimonio personal, un bagaje que no permanece estático, sino que se alimenta día a día. No se si alguien imagina lo que puede salir de una aburrida y perezosa charla en un autobús o, en este caso que nos ocupa, en un ribazo a orillas de la vieja vía, esperando que el tren retorne al sitio de donde nunca debió salir: de sus raíles.
"Seco", cuando viajas a estos lugares, con los peligros que corres, nos pones el corazón en un puño a la gente que te queremos que como somos pocos tocamos a más sufrimiento. Quédate en tu barrio que aunque descarriles de vez en cuando siempre tienes a alguien para socorrerte y llevarte al camastro de la osera.
ResponderEliminarGenial Blas...casi me caigo de la silla...
ResponderEliminarBesotes.