Calle en la isla de Holbox
El
lugar era ideal como punto de partida para conseguir avistar al tiburón ballena
pero en aquel momento de la visita las salidas estaban prohibidas por los
obligados períodos de descanso para que el bicho pudiera reproducirse con
tranquilidad, aunque entonces varios carteles turísticos ofrecían erróneamente el
paquete. No tuvo, por tanto, la suerte de realizar una excursión en barca por
las aguas cercanas, pero si aprovechó para relajarse en la extensa playa que, tal
vez por la época, estaba relativamente tranquila.
El
ambiente turístico de aquella pequeña isla hacía que los lugares para dormir y
comer fueran por lo general algo más caros que en el resto de México. Son los
peajes a pagar, a veces, en los viajes ‘a tu aire’.
La
primera noche, poco después de llegar, cenó junto a las amigas argentinas en
uno de los restaurantes de la playa. Fue una larga plática sobre experiencias personales
en el mundo viajero de cada uno. Ellas habían abandonado el trabajo y monotonía
en la ciudad de Rosario (Argentina) para lanzarse en su coche por todo
Sudamérica. A México habían llegado en avión desde Colombia, después de haber
aparcado su coche allí. Lo tomarían de nuevo al regreso. ¡Qué envidia de
viaje!. Este leonés, por su parte, les habló de sus largos recorridos por
África y les infundió, o al menos eso le dijeron, el gusanillo de su pasión
africana. Algún día irían, se atrevieron a decir, aunque por cuestiones de
rutas aéreas les resultará muy caro viajar a este continente.
¡Gracias,
Ana, Magda (o Meg) y Carol!.
Playa de la isla de Holbox
La estrecha y alargada
isla (unos 20 kilómetros de largo por 1 o 2 kilómetros de ancho) estaba
bordeada por una inmensa playa en el lado que daba a mar abierto. Cercanos a la
playa, multitud de pequeños hoteles turísticos, construidos la mayoría de ellos
lejos de los cánones de los grandes ‘resort’ y manteniendo cierto exotismo como
columnas de madera de rudo tallado o techumbres de paja. Recorrió con paciencia
gran parte de la orilla arenosa, incluso se metió en el agua a darse varios
chapuzones. Fue un largo día de buscada soledad, por otra parte muy habitual, hasta
que el sol descendió sobre las aguas cercanas del océano. Y lo hizo con bellas
maneras. Entonces, con una cerveza y una sentada en una especie de malecón de
cemento moldeado por las olas, se atrevió a internarse en lo más profundo de su
alma viajera.
Las fotos son estupendas, y asociadas a esas amistades argentinas hacen un viaje sumamente placentero. Me trae a la cabeza la necesidad de publicar el intercambio de opiniones y amistades en los viajes. A veces, incluso mas importante que el mismo viaje.
ResponderEliminarSigo con gusto hasta la isla de los tiburones ballena a ese solitario viajero acompañado que eres tú, pero yo necesito ver a esos peces gigantescos y misteriosos que me fascinan.
ResponderEliminarGracias y saludos.
Me alegro, Blas, de ese "destello de alegría y jovialidad". Casi mejor que avistar al tiburón ballena, ¿no? Un abrazo: emilio
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