14 de diciembre de 2016

Isla de Holbox

Calle en la isla de Holbox

Para llegar a la isla de Holbox, en el yucatán mexicano, era necesario acercarse a la población de Chiquilá. De allí, con intervalos de media hora, salían ferries hacia la isla que más parecía un arrecife surgido del océano. Un centenar de kilómetros antes de llegar a Chiquilá había conocido a tres jóvenes argentinas que también se dirigían, curiosas, al supuesto paraíso. Tomaron juntos el autobús y, desde entonces, por un motivo u otro tuvieron varios encuentros casuales en la isla. Eran muy agradables y para el viajero insatisfecho fueron un destello de alegría y jovialidad. Mientras el mochilero se trasladaba hasta la isla en el ferry, ellas lo hicieron en lancha rápida pero en la búsqueda de un hotel para dormir se volvieron a encontrar. Al final pasaron dos noches en el mismo hotel y se encontraron varias veces en los tranquilos paseos por la pequeña población de Holbox.
El lugar era ideal como punto de partida para conseguir avistar al tiburón ballena pero en aquel momento de la visita las salidas estaban prohibidas por los obligados períodos de descanso para que el bicho pudiera reproducirse con tranquilidad, aunque entonces varios carteles turísticos ofrecían erróneamente el paquete. No tuvo, por tanto, la suerte de realizar una excursión en barca por las aguas cercanas, pero si aprovechó para relajarse en la extensa playa que, tal vez por la época, estaba relativamente tranquila.
El ambiente turístico de aquella pequeña isla hacía que los lugares para dormir y comer fueran por lo general algo más caros que en el resto de México. Son los peajes a pagar, a veces, en los viajes ‘a tu aire’.
La primera noche, poco después de llegar, cenó junto a las amigas argentinas en uno de los restaurantes de la playa. Fue una larga plática sobre experiencias personales en el mundo viajero de cada uno. Ellas habían abandonado el trabajo y monotonía en la ciudad de Rosario (Argentina) para lanzarse en su coche por todo Sudamérica. A México habían llegado en avión desde Colombia, después de haber aparcado su coche allí. Lo tomarían de nuevo al regreso. ¡Qué envidia de viaje!. Este leonés, por su parte, les habló de sus largos recorridos por África y les infundió, o al menos eso le dijeron, el gusanillo de su pasión africana. Algún día irían, se atrevieron a decir, aunque por cuestiones de rutas aéreas les resultará muy caro viajar a este continente.
¡Gracias, Ana, Magda (o Meg) y Carol!.


Playa de la isla de Holbox
La estrecha y alargada isla (unos 20 kilómetros de largo por 1 o 2 kilómetros de ancho) estaba bordeada por una inmensa playa en el lado que daba a mar abierto. Cercanos a la playa, multitud de pequeños hoteles turísticos, construidos la mayoría de ellos lejos de los cánones de los grandes ‘resort’ y manteniendo cierto exotismo como columnas de madera de rudo tallado o techumbres de paja. Recorrió con paciencia gran parte de la orilla arenosa, incluso se metió en el agua a darse varios chapuzones. Fue un largo día de buscada soledad, por otra parte muy habitual, hasta que el sol descendió sobre las aguas cercanas del océano. Y lo hizo con bellas maneras. Entonces, con una cerveza y una sentada en una especie de malecón de cemento moldeado por las olas, se atrevió a internarse en lo más profundo de su alma viajera.


Puesta de sol

Copyright © By Blas F.Tomé 2016


3 comentarios:

  1. Las fotos son estupendas, y asociadas a esas amistades argentinas hacen un viaje sumamente placentero. Me trae a la cabeza la necesidad de publicar el intercambio de opiniones y amistades en los viajes. A veces, incluso mas importante que el mismo viaje.

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  2. Sigo con gusto hasta la isla de los tiburones ballena a ese solitario viajero acompañado que eres tú, pero yo necesito ver a esos peces gigantescos y misteriosos que me fascinan.

    Gracias y saludos.

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  3. Me alegro, Blas, de ese "destello de alegría y jovialidad". Casi mejor que avistar al tiburón ballena, ¿no? Un abrazo: emilio

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