El lago Atitlán y uno de los volcanes al fondo
Era muy temprano cuando en Panajachel decidió hacer una caminata hasta el poblado más cercano, también ribereño del lago Atitlán. El pueblo era Santa Catarina Palopó. Se agenció un palo (¡¡un palo!!), cual peregrino del camino de Santiago, y se lanzó, no sin cierto reparo y pereza, carretera adelante. Sabía que eran 4 kilómetros y ese reto era realmente fácil. Ida y vuelta serían aproximadamente 2 horas a paso tranquilo más lo que prolongara su visita al poblado. Unas preciosas vistas del lago le iban acompañando todo el trayecto y, al fondo protagonistas, los volcanes de San Pedro, Tolimán y Atitlán, en orden de menor a mayor altura. Los tres eran figuras cónicas perfectas que se alzaban al otro lado del inmenso lago. Circulaba por una carretera asfaltada y, de vez en cuando, le cruzaban coches y motos en ambos sentidos. También, como no, gente local que se dirigía andando a no sabría qué lugar. Mientras caminaba no oía apenas nada. Ni mugidos de ganado o res alguna. No había. Ni el croar de las ranas o sapos. No vió ninguno. Ni siquiera una sinfonía de grillos. Dónde estaban los grillos?. En cualquier llanura más seca y apropiada, seguro. A un lado, el lago, y al otro, una alta montaña frondosa y verde, en alguno de sus tramos -pocos- un maizal plantado donde parecía imposible. Siendo un poco exagerado, tal vez, con algún tipo de arnés.
Mujeres en Santa Catarina Palopó
¡Quién
dijo miedo! Eran 4 kilómetros más.
Se
convenció asimismo de que la vuelta la tenía asegurada en transporte público
pues durante el trayecto había visto varios pic-up
cargados de gente local, intuyendo que era su habitual medio de transporte. El
libro-guía hablaba de la gran producción de cebollas en San Antonio Palopó y dos
kilómetros antes el viajero insatisfecho
comenzó a oler este producto hortícola. ¡Imposible!, pero ¡cómo es la capacidad
de sugestión humana!. El pueblo estaba encaramado
en la ladera de la montaña y llegaba hasta la misma orilla. Desde lejos pudo
apreciar la gran cantidad de terrazas que acompañaban a las casas en su
ascensión por la ladera. Supuso que las terrazas eran de cebollas. Así era.
Alternaban su anárquica subida ladera arriba con las viviendas, aunque la mayoría de ellas estaban más bien a un lado del poblado. En ese afán de conseguir una buena fotografía paseó
por sus estrechas y empinadas calles o sendas escalonadas, unas veces de cemento, otras
de adoquín y, como no, otras escavadas directamente en firme de la tierra o roca,
buscando esa perspectiva que le dejara una buena instantánea para el recuerdo.
No lo logró.
Vista general de San Antonio Palopó
Primer plano de las terrazas de cebollas
Algún
obrero trabajaba entonces en ellas pero nada especial o espectacular. Eso sí, en
su recorrido de curioseo se encontró con gente muy amable que sin hablar muy
bien el español (su lengua autóctona era el cakchiquel)
preguntaban y hasta ofrecían una visita a sus casas, eso sí, con el escondido
interés de conseguir unos quetzales (moneda
guatemalteca) de propina u ofrenda.
Una última mirada
quieta y pausada a los volcanes que ofrecían orgullosos su silueta al otro lado
del lago, entre nubes los tres, y se montó en la pic-up que le traería de vuelta, ya un poco cansado, a Panajachel.
Mercado/plaza de San Antonio Palopó
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Y ahora me cuentas la verdad. Yo no me lo creo. Hay algo más, tiene que haberlo... o no? Besos rey de las cebollas.
ResponderEliminarSi leyeras bien el 'post', "gloriatormento", verías que hay más cosas que cebollas en el paseo. ¡Anda!, lee bien, ¡anda!.
ResponderEliminarMe ha parecido una extraordinaria caminta que he disfrutado mucho apoyado en tu palo.
ResponderEliminarGracias y saludos.
Sabes que este paradiasiaco lago esta envenenado por un alga que intentan erradicar?
ResponderEliminarY como no fuiste a Santiago de Atitlan en bote? Alli las cooperativas de mujeres viudas, victimas de la represion del gobierno, tienen mas interes que la cebollas. Creo.
Besos