Don
Det y Don
Khon eran, sin duda, un destino de turismo de mochila. Un turismo que,
como despedida de Laos antes de salir por el sur hacia Camboya, buscaba un
lugar tranquilo de relax, al sonido de las aguas del río Mekong y los silencios
de los campos de arroz. Porque ambas islas eran eso: paseos en barca, caminatas
entre arrozales y trayectos en bicicleta por caminos de tierra y piedras.
El viajero insatisfecho se adaptó al ambiente de inmediato. Nada más llegar. Alquiló un pequeño hotel, algo más caro de lo habitual, pero teniendo en cuenta que era zona turística lo tomó como plus impuesto y, después de una ducha, se dispuso a inspeccionar aquel conjunto de callejuelas, con hoteles o guesthouse, y casas de pescadores y de dueños de arrozales. Había muchas tiendas de alquiler de bicicletas, puestos de venta de regalos, bares y pequeños restaurantes, algunos de ellos con terrazas sobre pilotes con vistas al río. Los carteles anunciaban: Mekong river tours, Money exchange, Rental bikes, shop,…de todo. Y todo para el disfrute de mochileros, también para las gentes de paquetes turísticos. Un par de perros peleaba a la entrada de un bar y varios gatos observaban el juego, entre vigilantes y curiosos. Las aguas circulaban mansas, silenciosas como un desfile fúnebre, por los laterales de la pequeña isla. Con buenas sensaciones, se retiró a su habitación.
A la mañana siguiente, alquilaría una bici para recorrer los arrozales de la isla y se acercaría a Don Khon para lo que era preciso cruzar el llamado puente francés, aún entero y útil para el trasiego e intercambio entre islas. Don Khon tenía una carretera central recientemente asfaltada y llana lo que posibilitaba un reposado pedaleo. Visitó las cataratas Somphamit, donde el rio Mekong generaba pequeños, pero ruidosos saltos, debido al terreno rocoso por el que atravesaba. Los sonidos que saltaban al aire cuando el agua y la espuma rompían con las rocas, atronaban. En aquellos momentos, dos jóvenes locales en la misma orilla de la corriente envenenada colocaban redes o algún artilugio que desde donde estaba no conseguía distinguir. ¡Eran dos reyes de las aguas feroces del Mekong!
También, pedaleó sin mucho esfuerzo hasta el extremo sur de la isla donde se ubicaba un antiguo puerto fluvial francés. El agua de un coco le sirvió allí de líquido revitalizador.
Otro día, andando, disfrutaría más de las orillas y de las aguas del mítico río de la Indochina colonial.
Copyright © By Blas F.Tomé 2023
Paz, tranquilidad, serenidad de espíritu y mucha reflexión... Tú dirás...
ResponderEliminarNo sé si las otras islas serán parecidas a estas dos 'Don', pero parecen un lugar idílico para el relax, paseos en bici, disfrutar de esos campos de arroz y ver maravillosas puestas de sol tumbado en una hamaca y una cervecita bien fría o ese jugo del coco hummm... Y antimosquitos, supongo... (o será todo producto de mi imaginación... :))
La foto de la cascada es muy bonita con ese encuadre que elegiste y hasta se puede imaginar también el ruido del caudal del agua... Al decir cascada, siempre pienso en alturas y a la vista está que no todas lo son tanto.
Besotes, 'mochilero-bicilero-disfrutón'. ;-) Das una 'miaja de envidia'. 😉
No es mal plan, Blas: paseos entre arrozales, en barca o en bici, agua de coco para recuperarse...Dan ganas de apuntarse. De buena gana cambiaría en alguna ocasión mis "meritorias' reseñas de unos libros europeos, que poco interesan, por tus andanzas en tierras lejanas.
ResponderEliminarUn abrazo