23 de noviembre de 2016

Chihuahua, la ciudad de Anthony Quinn


Antes de nada convendría dejar claro que la ciudad, y el nombre, de Chihuahua no tiene nada que ver con la famosa raza de pequeños perros falderos. En realidad, el topónimo quiere decir “lugar seco y arenoso” y, precisamente, en la zona comenzaba el desierto de tierras áridas que llevaba a Estados Unidos, a Nuevo México y Texas.
La localidad nació con el nombre de San Francisco de Cuellar para luego pasar a llamarse San Felipe el Real de Chihuahua. Se fundó gracias a las riquísimas minas de Santa Eulalia cercanas al emplazamiento, situado en la confluencia de los ríos Chuvíscar y Sacramento. Actualmente, canalizado su lecho con esmero y, en el momento de la visita, con el cauce seco.
Al arribar allí en el autobús que le traía de otra población del mismo estado (Estado de Chihuahua), el viajero insatisfecho se encontró con el problema ya recurrente de buscarse un alojamiento para descargarse del mochilón un rato y pasar alguna noche. Preguntó a un joven vendedor de tacos y perritos calientes que le indicó, cree que con cierta sorna, un hotel barato. Luego resultaría ser un ‘putiferío’. Como no lo encontraba, se acercó en la calle a otro individuo a interrogarle por el sitio. El personaje le miró, y dijo “¿pero en ese tugurio te quieres hospedar?, búscate otro sitio porque de ahí, si sales, sería con lo puesto” (no fueron exactamente estas palabras, los mexicanos hablaban utilizando su jerga). Y le indicó otro hotel de mejor calaña.
Después del alojamiento, todo fue visita, recorrido, miradas, paseos por la ciudad ‘más perra’ de todo México: Chihuahua.
Quinta Gameros

Le pareció una ciudad tranquila, llena de elementos históricos. Incluso situándose uno desde la lejanía, por ejemplo en España, la ciudad tenía cierto recuerdo a películas de vaqueros y mexicanos, a acciones revolucionarias, a paseos a caballo de Pancho Villa y a diálogos mexicanos de Anthony Quinn. Le resultaría difícil definir su sociedad pero tenía algo que le parecía cercano, algo afín.
Visitó la Quinta Gameros, una casa señorial que decían era la mejor muestra de ‘art noveau’, o quizás rococó, en México. Diseñada por un arquitecto colombiano para la familia pudiente Gameros, nunca fue habitada por sus dueños, debido a la revolución mexicana que la confiscaría tres años para instalar en sus dependencias el cuartel general de Pancho Villa.
De allí, a la casa-museo de Pancho Villa, gran héroe de la revolución, eran al menos seis o siete cuadras.
Cerca. Aunque llegó, preguntado y preguntando.
Doroteo Arango Arámbula (1876-1923), así se llamaba, fue un campesino pobre, huérfano, con escasa formación, bandido, líder del movimiento revolucionario del norte (al mismo tiempo que lo hacía Emiliano Zapata en el Sur) y el único que consiguió invadir una parte de los Estados Unidos saliendo victorioso. Murió ‘baleado’ en 1923.
Coche en el que asesinaron a Pacho Villa

Y allí, en su casa-museo, digna de una reposada visita, se podía admirar el coche, cosido a balazos, donde el gran revolucionario murió.
Pero aún había otro personaje mítico en la villa de Chihuahua, y ese personaje era Anthony Quinn. Allí nació en plena revolución mexicana, y allí era venerado entonces. Una estatua, en uno de los parques más visitados de la villa, rememoraba su trayectoria cinematográfica, inmortalizada como Zorba el griego, bailando el sirtaki.
Estatua de Anthony Quinn, en Chihuahua


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11 de noviembre de 2016

Zacatecas virreinal

Zacatecas, vista desde el teleférico

Zacatecas (México) era sin duda una ciudad en la previsión mental de visitas del viajero insatisfecho. Con tanto tiempo en territorio mexicano no hubiera podido justificar a sí mismo el no pisar esta ciudad -y sus calles- llena de referencias históricas, turísticas y sociales.
En el año de 1546 la ciudad comenzó a formarse gracias a que un grupo de españoles descubrió su gran riqueza minera de plata y oro que produjo numerosas corrientes migratorias y auge económico. Y en 1993 la UNESCO declaró su centro histórico como “Patrimonio Cultural de la Humanidad”, siendo la primera ciudad mexicana distinguida en dicha categoría. Hoy es una población de unos 150 mil habitantes, o más.
Hasta aquí, la consulta a fuentes más expertas que los conocimientos del mochilero. A partir de aquí, contará brevemente lo que más le impactó y lo hará con el punto de vista crítico que le pudiera pedir el cuerpo.
Llegó a primerísima hora de la mañana, después de una dura noche de autobús procedente de Chihuahua. Despistado, dormido y cansado se encomendó al buen hacer del primer taxista que pilló en la ‘terminal camionera’ (como suelen decir por allí) para que le solucionara de manera barata la cama de los días siguientes, un hotel económico y céntrico. Pensaba estar al menos dos o tres noches en la ciudad. Y lo hizo bien. El hotel, dentro de la cadena Hostelling Internacional, estaba enclavado en una bonita casa colonial y tenía de todo, entre ello, alguna habitación barata y limpia. Siempre ha pensado este mochilero que un sitio agradable hace también viaje. Era mucha la diferencia entre estar en un sitio cómodo y limpio o en un ‘hotelucho’ con total falta de encanto y lleno de ‘cucas’ voladoras. ¡Que los ha visto!.
Había muchos rincones que visitar en Zacatecas. Nada más bajar a la calle, después de una buena ducha, se apreciaba que la vieja ciudad era todo un vestigio colonial: los edificios, las calles, las aceras y su cuidado corazón central histórico. Se podía visitar la catedral, el palacio de Gobierno contiguo, el templo de Santo Domingo, el Museo Rafael Coronel o la antigua mina El Eden, se podía callejear sin rumbo o subir, como no, al famoso cerro de la Bufa. A éste se llegaba en un teleférico que cruzaba la ciudad desde otro cerro, el del Grillo, más asequible y cercano al centro. Unas bonitas vistas de la urbe en el trayecto y, también, desde el cerro de la Bufa. Allí encontró la figura de Pancho Villa, a lomos de su monumental corcel.
¡Qué sorprendentes imágenes de sus ídolos construyen los pueblos!.

Figura de Pancho Villa a caballo, en el cerro de la Bufa

Desde el teleférico, como si el mochilero estuviera situado en un drone (vehículo aéreo no tripulado), veía el entramado de calles, palacetes, patios y antiguos corrales: todo un mundo que hacía referencia al intenso periodo colonial español.
Entró en el museo Rafael Coronel que ocupaba un antiguo convento franciscano, pasando así de antiguo lugar de evangelización de pueblos indígenas a muestrario de una inmensa (no ha visto otra igual) colección de máscaras de ritual y máscaras festivas. Y visitó la mina El Edén, más parecida a un centro turístico que a una mina real, aunque, a decir verdad, tenía de ambas cosas.
En fin, Zacatecas era, sin lugar a dudas, un ciudad visitable, una reliquia ‘de piedras’ de la época colonial, nada parecido a las ‘piedras’ mayas o aztecas que también pudo examinar durante su recorrido mexicano.

Máscaras en el Museo Rafael Coronel

Catedral

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