28 de mayo de 2012

Obligado acercamiento a un ex mubarak


Iglesia colgante de Santa María, en el barrio copto de El Cairo
Después del viaje a Etiopía, este viajero insatisfecho se solidariza, sensibiliza o, simplemente, recuerda a los coptos etíopes como un pueblo sencillo, sincero e íntegro. Aquellos coptos/ortodoxos de Lalibela mandaban un mensaje de tranquilidad al mundo desde sus miradas antiguas y trasnochadas.
Y le viene esto a la mente por los avatares que están pasando estos otros coptos, los egípcios, en un momento tan importante para ellos, para su futuro como grupo/pueblo, rodeados como estan del, a veces, populacho islamista. Cuando hace unos años visitó el barrio copto de El Cairo, le resultó un lugar cerrado, cohibido, vulnerable, donde la religión importaba, donde los mensajes eran sinceros aunque en cierta medida engañosos para unos ojos extraños. Un barrio digno, con matices ancestrales, antiguos, perdido en el tiempo y, sin embargo, hasta cierto punto con una gran sinergia con el resto.
Estos días (estamos en mayo del 2012) los coptos se debaten entre un imposible apoyo a un político islamista y el obligado acercamiento a un ex mubarak. Terrible decisión para este grupo religioso que -seguro- verá el futuro lleno de incertidumbre, metido como esta en un Egipto lleno de incógnitas. Ni la religión, a la que siempre se han agarrado, les salvará en estos momentos de un pensamiento meditado de huida.
Este mochilero se internó en su día en aquel barrio copto y, desde la ignorancia e incomprensión de las religiones, vio VERDAD, manipulada verdad en sus humildes y discretos ojos.
Y espera que, después de la tan cacareada ‘primavera árabe/egipcia’, este pueblo sea respetado y su futuro sea lo menos incierto posible.
Este viajero tiene sus dudas.
Copyright © By Blas F.Tomé 2012

21 de mayo de 2012

¡Mierda p'a la Cuatro!


Hace unos pocos días este viajero insatisfecho vio un 'pelín' (quizás 5 minutos) de un programa que ni siquiera tenía constancia de su existencia. Un programa que después de las primeras imágenes, habría que decir píxeles, le produjo una repugnancia de difícil calificación. La bazofia en cuestión (cosa soez, sucia y despreciable, dice la RAE) era Perdidos en la tribu [Cuatro].
Si existe tal indignidad a la hora de producir un serial de estas características, el personal está un poco más cerca de perder el sentido de la cordura a la hora de moverse por el mundo. Si se llega a trivializar tanto a un pueblo y a una raza (aún con su consentimiento, después de 'untar'/sobornar bien hasta el más paria de la 'falsa' tribu), es porque se han perdido las más mínimas cotas de convivencia. En esos 5 minutos vio burla hacia el otro que no entendía por desconocer el castellano; críticas con mal estilo; menosprecio hacia el local/indígena; trato auto-suficiente y despreciativo como si el otro fuera inferior, y hasta amenazas soeces.
 “La familia de San Sebastián se instala en Togo, África, junto a los tamberna, un pueblo muy activo sexualmente que pondrá la nota más morbosa de esta edición”, decían -sin ningún tipo de crítica y reparos- en una crónica de un periódico digital español.
Este mochilero les desea lo peor a esa pandilla de productores, negros/ganapanes, realizadores y equipo técnico.
¡Mierda p’a la Cuatro!.
¡Mierda p’a Berlusconi!.
¡Una vergüenza!.

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14 de mayo de 2012

Largo trayecto, viejo Peugeot 504


Que el trayecto entre Antananarivo y Mahajanga (Madagascar) era largo, lo sabía; con carreteras alicatadas de profundos baches, lo había oído; con alguna que otra avería, intuía, y con pinchazo imprevisto, suponía. Lo que no sabía, ni intuía era hasta dónde podría cargarse aquel viejo pero brillante Peugeot 504 que tenía delante y, sobre todo, qué posibilidades de respirar tendría entre achuchones, tanta camiseta raída y vestidos de inseparable sudor negro.
El conductor se esforzaba en colocar fardos en el techo del pequeño vehículo, atiborrado ya de cajas, calabazas y sacos. Esperaban allí dos personas cuando el viajero insatisfecho preguntó al hombre de las alturas si aquel era el transporte para Mahajanga. Movió su marcada mollera negra y sus ojos saltones mientras le hacía gestos para que encaramara a lo alto su pesada mochila portada a la espalda.
La plaza al lado del conductor estaba ocupada por una señora gorda, silenciosa y negra/brillante, con vestido floreteado de colores y negra cabeza llena de rizos. El leonés tomó posesión detrás, en el amplio asiento intermedio, a la espera -pensaba- de otras dos personas. En cuanto a aquel asiento delantero ya ocupado, después de una larga tertulia, no exenta de griterío, en la que intervino no sólo el conductor sino todos los que por allí merodeaban, y eran muchos, fue abandonado por aquella taciturna mujer. Un viejo ochentón de aspecto moribundo (quizás, enviado a casa, desahuciado de algún dispensario), rostro amarillo, pálido y en constante y trabajosa respiración, fue aupado y colocado entre un mozalbete y una mujer. La hija, supuso. Con lo que a la vera del conductor iban ya tres personas más. La señora gorda pasó a ocupar el puesto que este ‘blogger’ tenía al lado.
Poco a poco, con un pertinaz goteo, el Peugot se fue llenando. En la parte de atrás (normalmente, maletero), mediante alguna componenda casera, habían habilitado otros dos asientos, ya repletos con dos jóvenes y una mujer de bonito pañuelo granate enrollado a modo de turbante.
Entretanto, el moribundo ochentón no se le iba de la cabeza. ¡Pobre hombre!.
El viajero, con su mochila azul en brazos, aplastado contra la oxidada puerta y presionado por la floreteada gorda, sin atreverse a protestar, miró a los otros tres que ocupaban este segundo asiento intermedio. El suyo. Todavía hubo espacio para que otra joven se sentara despreocupada en el suelo del vehículo, doblada, a los pies de un señor, con su cabeza apoyada en la vecina gorda de vestido floreado. Con un asustado niño pequeño, alzado en aquel instante al asiento trasero, eran trece personas.
Como si se le hubiera aflojado una biela del cerebro, el mochilero les contaba una y otra vez mentalmente. Preocupado, pensaba en las largas horas y meditaba la decisión a tomar: continuar hasta el final del trayecto o apearse y esperar al dia siguiente, aún previendo que sería, quizás, más de lo mismo.
¿Quién dijo miedo?.
¡Áfricaaaaaaaa!.

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5 de mayo de 2012

Miradas ¿de reproche?


Este leonés, cuando viaja, siempre termina sus paseos en los mercados. No es que pretenda llegar a ellos -a veces, sí- es que se los encuentra cuando más perdido está por las locas caminatas sin rumbo que dedica a las grandes ciudades o pequeñas poblaciones.
Una colectividad humana ésta de los mercados que va a lo suyo, que avanza parsimoniosamente entre tenderetes, cestos de frutas y verduras, bultos de ropa usada, charlas de comadres y fardos de comida. Una colectividad que se apresura a tapar, con empujones, andares y huellas, las huellas u olor del paso del aventurado visitante. Algunos metros transitados entre la multitud en el centro de esos mercados bastan para abolir el mundo exterior, el de la calle; un universo deja lugar a otro bien distinto, donde el sentido del olfato se agudiza y el sentido de la vista se alerta y se previene.
Pero el viajero insatisfecho con pinta extranjero o el sursuncorda, aunque quiera, nunca pasa desapercibido. Aunque pareciera que la incondicional mezcolanza con la multitud, muy propicia en los mercados, le va a llevar a pasar inadvertido siempre se encuentra unos ojos que observan sus movimientos preguntones y, a veces, admirativos. Cuando fotografía, le lanzan esa mirada de reproche, de curiosidad o sorpresa aunque, casi siempre, sea difícil discernir su tipo. Se le encogen los músculos al saberse sorprendido y nunca sabe si debiera pedir disculpas, agradecer el gesto o hacerse el despistado; mostrarse firme cuando recibe una regañina o excusarse con el que se muestre ofendido.
¡Le han pillado, viajero y fotógrafo aprendiz!.
¡Ríndase ante la evidencia!.

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27 de abril de 2012

Bekele Woya


Bekele Woya debió ser un hombre más, aunque un gran hombre, uno de los muchos valientes soldados y feroces luchadores contra el ejército italiano invasor. Murió años más tarde del fin de la ocupación italiana de Etiopía pero allí estaba su lápida. Tenía su panteón recubierto por un templete verde metálico y su sepultura estaba en los aledaños de Trinity Cathedral, de Addis Ababa, uno de los lugares más venerados por los ortodoxos etíopes. Donde estaba situada, no era propiamente un cementerio al uso sino que unos centenares de tumbas ocupaban los jardines del famoso y reverenciado templo. Era tan admirado que incluso el emperador Haile Selassie construyó su museo y tenía allí un trono (segunda fotografía) que ocupaba durante algunos oficios religiosos.
Cuando Mussolini llegó al poder en 1922, Italia llevaba ya varios años con la vista puesta en Etiopía. No había digerido aún su anterior derrota ante el ras Makonnen Walda que frenó en aquel entonces, finales del siglo XIX, las pretensiones italianas sobre Etiopía y Somalia. Con la llegada de Mussolini los planes de ‘venganza’ se aceleraron. Quería presentar a Italia, ante los italianos y el mundo, como un país civilizador frente a otro que vivía en plena ‘edad media’. El 2 de octubre de 1935 Mussolini anunciaba desde el balcón principal del Pallazo Venecia la invasión de Etiopía, que comenzaría al día siguiente.
Cuando los italianos llegaron a Addis Ababa, en mayo del año siguiente, el júbilo en Italia fue enorme. Personalidades como el Papa Pío XI y Winston Churchill expresaron su admiración por la eficacia de la campaña italiana en Etiopía aunque también su preocupación por lo que esto significaba: el brutal expansionismo italiano acercaba a Mussolini a la órbita de Hitler.
La ocupación duraría hasta 1941 y dejaría en los etíopes un ‘mal sabor de boca’, con bastantes motivos para ello: se calcula que la población pasó de 16 a solo 9 millones.
Todavía ayer [tómese este ‘ayer’ como un cercano pasado] durante la visita del viajero insatisfecho al país, cuando los etíopes hablaban de ‘enemigos’ siempre se referían a los italianos.
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17 de abril de 2012

Piedra = Noemi Campbell

Quizás fuera la piedra más fotografíada de todo Perú; tal vez fuera más retratada que Noemí Campbell en la pasarela de Milán. Más fría, eso sí, que la guapa modelo y sin desarmar con su pícara sonrisa, no había duda de que, entonces, aquella piedra inca arrancaba pasiones.
[Las continuará arrancando].
Era la representación más palpable y cercana, un resumen de lo que suponía la ancestral arquitectura inca. Aquellos antiguos constructores, como imbuidos por la más absoluta sencillez, centraron su trabajo en los grandes bloques de piedra tallada que encajaban con una precisión milimétrica, formando muros ensamblados con esmero y pulcritud. Había miles de ellos por Cuzco y alrededores. En muchos casos, un ejemplo de integración; en otros, de abandono.
Aquel día, al pasar por delante de ella [de la piedra], este viajero insatisfecho, desconocedor de tenerla tan cerca (en plena calle, estrecha y peatonal que llevaba desde la plaza de Armas al barrio de San Blas, donde hospedaba) y alertado por el grupito de buscavidas/protectores de la piedra, asentados allí para extorsionar al turista, reaccionó tocándola con cierta admiración. Eso le valió la inmediata bronca de aquellos ‘niñatos’ buscavidas que pretendían con ello asustar, amedrantar e incluso timar a cualquier solitario paseante con aires extranjeros.
Luego, deambulando por callejones y avenidas, reflexionaba sobre la cantidad de entrometidos, granujas, rateros, estafadores, maleantes, bribones, engreídos, y demás tribus, que se mueven en los lugares turísticos de todo pueblo o ciudad del mundo mundial.
¿Qué no se podía tocar la 'cacareada' piedra de los doce ángulos?.
¡A mamarla!.



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8 de abril de 2012

Algo muy distinto a las cataratas del Nilo Azul

Paco Nadal le avisaba con su peculiar estilo en uno de sus comentarios: “Si vas a las cataratas del Nilo Azul, pregunta a qué hora sueltan el agua, porque se te cae el alma a los pies cuando las ves secas por culpa de la presa hidroeléctrica”. ¡Gracias, Paco!, pero este mequetrefe había estado allí el día anterior. Tu sabia sugerencia llegaría unas horas tarde. Algo, no obstante, había oído ya el viajero insatisfecho pero las ganas de estar en el sitio habían silenciado aquellos ecos agoreros.
Aquel día, por la mañana temprano, se encaminó a la ‘Bus station’ de Bahar Dar, ciudad a orillas del lago Tana, y esperó con paciencia a que el autobús adquiriera tono africano, es decir, enlatado, atiborrado de gente local. En la paciente espera, un viejo indigente negro y barbudo se paseó de principio a fin por el autobús tosiendo y doblándose como voraz tuberculoso. Creyó lo fuera. Todo el pasaje, entre protestas e improperios, se tapó sus bocas y narices con pañuelos y brazos, mientras este mochilero se cubría con su mascarilla ‘Michael Jackson’.
Despues de más una hora de trayecto, Tis Isat (así se llamaba el poblado cercano a las cataratas) le recibió en medio de un bullicioso mercado. Espectacular gentío que se olvidaba del recién llegado turista/viajero y dedicaba su empeño a menesteres de subsistencia. Más de una hora de caminata le esperaba hasta divisar las cataratas del Nilo Azul en toda su amplitud.
¡Qué chocante veía a aquellas mujeres que se cruzaba con sus vestidos tribales portando enseres hacia el mercado de Tis Isat!.
No veía sufrimiento ni trabajo, veía vida.

Cuando ya en ruta cruzó el puente portugués (primera fotografía), que recordaba de fotografías atestado de agua pero encontró seco, los malos augurios, alertas y premoniciones comenzaron a adquirir visos de realidad. Antes de visualizar tamaña sorpresa, por otra parte esperada, tuvo tiempo de ver un simpático salto de agua (segunda fotografía); cruzar al lado de varias cabañas de labriegos con sus ‘tortas de excrementos vacunos/boñigas’ a la entrada; sufrir el sofocante calor en subidas y bajadas y respirar de vez en cuando pero con pasión el sano aire del lugar.
Luego, la decepción final. Un escasísimo chorro de agua saltaba al vacío formando pequeñas cabriolas de nada en particular.
¡Cómo se pensaba encontrar las cataratas (tercera fotografía) y cómo se las encontró (cuarta fotografía)!.


Su ilusión se hundió.
Su cerebro se vació.


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30 de marzo de 2012

Una fotogénica aparición: un 'banna'

Aquel ‘banna’ (fotografía), con el escaso cargamento de miel recolectado, bajaba solitario por la carretera donde el microbús se había averiado. En las últimas salidas del viajero insatisfecho (¿Coincidencia?. No sabe), los buses, minibuses o taxis compartidos suelen averiarse con cierta insistencia.
- ¿Puedo hacerte una fotografía?.
- Son 3 birr (moneda local).
- OK. ¡Venga!.
[ ¡A tragar! ].
La principal actividad económica de los ‘banna (en realidad, un subgrupo de la etnia ‘hamer’) era la ganadería. Se dedicaban especialmente al pastoreo de rebaños de vacas, y en menor medida, ovejas y cabras. La apicultura era otro recurso para su propia alimentación o posterior venta.
Aunque algunos continuaban siendo seminómadas y carecían de viviendas fijas, los ‘banna’ compartían muchas tradiciones y rituales con otros pueblos de la región etíope del río Omo. Cuando un joven quería casarse y había sido aceptado por la joven elegida, debía pasar por la prueba del ‘salto de las vacas’: la familia de la joven seleccionaba un grupo de vacas que, colocadas una junto a otra, el pretendiente debía saltar cuatro veces sobre ellas sin caerse. Si esto ocurría en alguno de los saltos, se consideraba un mal augurio para el futuro de la pareja por lo que el novio sería rechazado por la familia de la novia y tendría que esperar un año más para volver a pasar por la misma prueba.
Los ‘banna’, dicho sea de paso, podían tener hasta cuatro esposas.
Otra curiosa tradición era la dedicación de los hombres al cuidado y embellecimiento de sus peinados. Solían recubrirlos con un trabajado gorro que protegían a su vez durante el sueño. Acostumbraban a dormir con la cabeza recostada sobre un apoya-cabezas de madera.
Artilugio éste ofrecido con insistencia a los turistas/viajeros como artículo de recuerdo.
¡Pena no haber traído uno!.
Foto.: Originales colmenas-tronco de abejas colgadas de los árboles.
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21 de marzo de 2012

Los héroes del canal


En la esclusa de Miraflores, la más concurrida de las tres del canal de Panamá, había un museo [el viajero insatisfecho le dedicó un rato] que contenía fotografías, maquetas de los artilugios utilizados, fragmentos de maquinaria de la época y otras muchas cosas. Todas ellas suponían un homenaje a los miles de obreros que participaron en su construcción; que sufrieron atroces enfermedades o pagaron con su vida semejante proyecto.
Las palabras sobreimpresas en la fotografía podrían constituir un resumen del agradecimiento de la Historia para con aquellos héroes/trabajadores.
La importancia del canal era evidente, si bien la historia de su construcción estuvo llena de proyectos, quimeras e ilusiones. Sería el francés Ferdinand de Lesseps el que convirtió al canal de Panamá en un gran reto empresarial. Las obras comenzaron el 1 de enero de 1880, pero ocho años después se quedarían en un punto muerto. De Lesseps lo intentó, pero una mala planificación le llevó a un estrepitoso fracaso. Finalmente -como todo lector sabe- serían los estadounidenses quienes lograrían llevar a cabo su construcción, no sin antes intrigar, tramar y provocar convulsiones políticas hasta forzar la constitución de un nuevo país: Panamá.
Ese fragmento de aquella época tiene su historia oficial, su historia real y su leyenda negra.
Para quien quiera profundizar:

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17 de marzo de 2012

Cuento africano / Los celos

Un Rey tenía muchas mujeres pero, ante su desesperación, ninguna le había dado un solo hijo. Tras haber consultado a los augures, hizo preparar una comida mágica en la que debían participar todas sus esposas. Ahora bien, la más jóven fue enviada, malígnamente, al mercado por sus rivales, pocos instantes antes de que comenzara el almuerzo. Cuando regresó, le habían guardado las calabazas vacías para que… las lavase.
Desesperada, gritó antes sus burlonas compañeras:
-Quiero mi parte de la comida, tanto si ha sido preparada para que perezcamos como para mantenernos vivas, cosa que ignoro.
-No queda nada –clamaron las rivales
La nueva desposada no protesto pero, reuniendo las calabazas, rascó cuidadosamente su interior y comió los restos de todas ellas.
Seis meses después, en la cabeza de las malas compañeras creció de todo ¡pero su vientre siguió plano!. Sólo el de la más joven indicaba un próximo parto.
El Rey, tan maravillado como desconfiado, dio, sin que nadie lo supiera, una choza particular a la futura mamá e hizo que la sirviera una sola criada, a la que suponía muy fiel, luego se marchó de viaje. Durante su ausencia, las celosas descubrieron el escondrijo, sobornaron a la criada y enviaron a su rival un manjar envenenado. Cuando el Monarca regresó, su favorita, muerta desde hacía algunos días, se estaba ya descomponiendo. Montó en cólera, sospechó la verdad e interrogó a sus mujeres que le respondieron:
-¿Acaso teníamos su custodia?. ¿Sabíamos, siquiera, en que lugar la habías escondido?.
Una investigación acabó descubriendo la verdad. Esposas culpables y criada infiel fueron decapitadas por la propia mano del señor”.
………………..
Moraleja: los celos pueden llevar al crimen y a la muerte como castigo.

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10 de marzo de 2012

Las iglesias de Lalibela y otras divagaciones


Los etíopes vestían mal, para qué ocultarlo, aunque no destacaban del resto de los pueblos africanos que este viajero insatisfecho conocía de antemano. Conjugar los colores no era lo suyo ¿y por qué tendría que serlo?. Los adultos y las mujeres parecían creer que el tartán rojo y un estampado a flores color rosa eran colores complementarios. Las etíopes, algunas, llevaban un pareo hecho de un tela, y otro distinto y enorme de otra tela enrollado encima del primero.
En algunos lejanos poblados, las mujeres podían llevar los pechos al viento, pero las piernas debían quedar totalmente ocultas, alto secreto.
Valiente y muy valorada decisión.


Los hombres, bueno, bueno, eso ya era ¡la hostia!. Se vestían de estilos inimaginables: algunos llevaban largas camisas de un color parduzco; otros, con una ligera manta enrollada a la cabeza, bajo un sol de justicia. O llevaban una tela colgada de uno de los hombros, al estilo ‘Gladiator’. La filosofía -a parte de la indudable necesidad- parecía ser ‘si lo tienes ¿por qué no llevarlo?’. Y así ocurria en todo el país.
En Lalibela (Etiopía) era lo mismo (¿por qué iba a ser diferente?), aunque allí la imagen recurrente, como centro monástico importante, era el orador de blanco, el peregrino de blanco, y aquella multitud lejana, de velo blanco, que ascendía hasta la entrada de la iglesia socavada en piedra. La población de este enclave religioso pertenecía a la iglesia ortodoxa y eso, de lejos, se apreciaba aún siendo poco observador. En las concentraciones masivas que surgían por no sabe qué motivo, aunque prevalecía el blanco, el colorido restante y la estampa eran los mismos del resto de África: vestían mal.
Las iglesias escavadas en la roca, motivo principal de la visita y del comentario [este ‘blogger’ se ha entretenido por las ramas], eran otra historia.
Nada que ver.
Moldeadas únicamente con martillo y cincel, aquellas obras maestras de nombres tan sugerentes como Bet Maryam, Bet Meskel, Bet Giorgis o Bet Amanuel eran admirables y, según la leyenda, por las noches hasta los ángeles trabajaron en ellas. Según la leyenda y según le ‘remachó’ aquel joven local, serio y convencido. La miel de las abejas que por allí rondaban se creía estaba dotada de propiedades curativas especiales y, en concreto, la de Bet Giorgis era especial -se decía- para los desórdenes mentales.
¿Serían psicólogas aquellas abejas?.
Era duro y cansado pisar múltiples escaleras, estrechos pasillos con ascensos y descensos, oscuros túneles a prueba de valientes y subidas por una roca no muy pulida ni cincelada, pero todas aquellas iglesias, una por una, se lo merecían. La más fotografíada y visitada quizás fuera la Bet Giorgis (primera y segunda fotografía) donde el visitante al llegar veía el tejado de cruz tumbado a sus pies.




Copyright © By Blas F.Tomé 2012


2 de marzo de 2012

¡Dejen orar antes de salir!

Habrá pocos lugares en el mundo donde convivan tan bien y tan ordenadamente los turistas/viajeros con el culto religioso, con el fervor de la población y sus ritos centenarios como en Lalibela (Ethiopía). El respeto mutuo y la bonhomía del etíope convirtieron este hecho, para el viajero insatisfecho, en algo reseñable. Él mismo tuvo que esperar un tiempo para aflorar del templo visitado.
Ya tendrá tiempo de loar las particularidades de Lalibela como maravilla mundial y arquitectura insólita, ahora quiere mirar hacia la afabilidad del habitante, del niño, de la esposa o del trabajador etíope.
¡Dejen orar antes de salir!. 
Copyright © By Blas F.Tomé 2012

24 de febrero de 2012

Nacimiento del Nilo Azul / Etiopía


La imagen de aquel lejano hipopótamo recibiéndole al acercarse al nacimiento del Nilo Azul, quedará en la mente del viajero insatisfecho como una postal vivida. Sí, allí mismo, en uno de los rincones del lago Tana (Etiopía) se situaba su nacimiento, harto difícil de demostrar -aunque siempre fué necesario concretar y ubicar- pues cerca desembocaba algún arroyuelo llamado Gishen Abay River que, antes de aparecer por allí, correteó por lejanos valles y apartadas montañas.
¿No será, en sus fuentes, donde arranca el Nilo Azul?.
No importaba, para este mochilero nace/nacía en el misterioso mundo de aquel cabezón de hipopótamo que apareció y se sumergió al instante, aunque le dió tiempo a captarle con su cámara.
Hacía unos días, una amiga 'blogger' le recordaba que para Javier Reverte, periodista/escritor viajero, el lago Tana olía a flores. Y sí, olía a flores. Pero, también, al papiro que crecía en algunas partes de su orilla; olía a bondad de la naturaleza que colocó el lago en aquel lugar tan apartado pero necesario; olía a sus ribereños que se sentaban en masa al atardecer a inspirar la tranquilidad de sus aguas, ellas mismas perfumadas por el suave rocío devuelto por la ya pasada noche; olía a monjes mandones y algunos pasados guerreros; olía al brusco remar de los muchachos en sus pequeñas embarcaciones de papiro y, también, al verdor agradecido de sus orillas.
Se sentó un día al atardecer, imitando a los ribereños, y se entretuvo mirando las minúsculas olas que más tarde reflejarían algunas luces del cielo. Y luchando en esa terrible batalla con sus pensamientos, los fue dejando caer al, en aquellos momentos, pardo lago Tana.

Fotografia.- El papiro crece a las orillas del lago Tana.

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18 de febrero de 2012

El 'Camelot de África' / Etiopía

Hoy, o ayer ¡qué más da!, tocaba un poco de historia, leyenda, cuentos y tradiciones.
Una mirada atrás.
Dice la leyenda que el emperador Menelik I, hijo de la reina de Saba y el rey Salomón, trajo el Arca de la Alianza desde Jerusalem a Etiopía, fundando una de las dinastías ininterrumpidas más longevas del mundo. Este sólo es un ejemplo de la magnífica historia de Etiopía que funde leyenda y tradición, misterio y hechos reales.
En ese hollado camino, merecía la pena Gondar, ciudad enmarañada entre pequeñas lomas y valles, y envilecida también por el ‘veneno’ que imperaba en el país, el eucalipto; aunque este crítico-mochilero debe reconocer era muy útil para los locales: con él construían sus casas, vallas, andamios,..... Todo.
Al norte del lago Tana, la ciudad de Gondar poseía la fortaleza Fasil Ghebbi del siglo XVII, y dentro de ella el palacio de Fasiladas que, con su sola mirada, dignificaba el pesado y largo trayecto desde Bahar Dar, al sur del lago, en un apretado minibús, lleno de ‘stopes’ y paradas.
Muchas veces descrita como el ‘Camelot de Africa’ al viajero insatisfecho le sorprendió pues, al mirarla, su mente se desplazaba también a las películas del rey Arturo, Merlín, Escalibur y los caballeros de la Tabla redonda.
[Ah, y cómo no, del ‘golfillo’ de Lancelot].
Se habría rodado alguna película allí?
Ha visto tantas, y tantas versiones, que también la describiría como el ‘Camelot africano’ que otros, antes que él, aportaron como particular e imaginativa visión.
!Esto es 'otro África'!.

Copyright © By Blas F.Tomé 2012

12 de febrero de 2012

Los mursis y la moto / Etiopía

El V(B)iajero Insatisfecho, en moto. Al fondo, el valle del río Omo

De esta guisa y sin muchos complejos de imagen (primera foto) atravesó, de paquete en moto, el Parque Nacional Mago, sur de Etiopía, en medio de un asfixiante calor, tragando polvo por los poros y dando saltos como reconocido paquete por un camino de tierra y piedra, pisoteado por miles de turistas en sus 4x4.
Pero contento de estar allí.
Se veían ruines y abandonadas chozas de mursis, grupos de ganado guiados por niños mursis y algun joven, en solitario, con su rifle que portaba como si de una endeble vara fuese. El viajero insatisfecho y su ‘motorman’ se cruzaban con ellos y dejaban una espesa estela de polvo que ellos parecían obviar. El calor que soportaba el valle convertía aquello en un verdadero horno de sudor y verde mortecino y ceniciento. La epoca de lluvias habia pasado.
El libro guía decía que podía alcanzar 41 grados pero este mochilero (reconvertido en paquete) cree que la sensación térmica, por la abigarrada espesura de maleza, podría ser de 50 o 52.
El Parque Nacional Mago, muy cercano al lago Turkana (Kenia), fue creado originariamente para proteger una gama completa de animales y alardear de una exótica colección, incluyendo búfalos, leones, leopardos, elefantes y jirafas. En la práctica, quedaban algunos mamíferos como la cebra, kudos, y poco más.
¡Ah!, y cómo no, los mursis, explotados hasta la saciedad con fines turísticos y ellos mismos pervertidos por los 'birr' (moneda local) que reciben como intercambio.
¡Una vergüenza!.
 Mujer mursi, en el poblado artificial montado para hacer la 'turistada' de rigor.

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5 de febrero de 2012

Addis Abeba, contrastes y miseria / Etiopía

Addis Abeba, capital de Etiopía, después de una noche de dormida y adaptación, se mostraba caótica. No le sorprendió al viajero insatisfecho pues sabe de ciudades africanas. La primera impresión fue que crecía sin un plan. Se olvidó de la organización y apostó por “el mañana ¡dios dirá”!.
Contrastes, como siempre. Al lado de la opulencia, vivía la enfermedad. Una enfermedad que se exhibía/exhibe, además, como justificante de la mendicidad. Y ésta parecía/parece verse por todas las partes y llegaba a producir la indiferencia de tanto que se mostraba. Después de la mendicidad suele (no siempre) venir el hurto, el robo, la extorsión. No sufrido, por ahora, y espera que nunca.
Los niños vendían de todo, chicles, golosinas, tabaco. Se les veía muy espabilados, con una sonrisa que parecía ocultar sus ratos de miseria. Seguro, seguro -al menos aquellos- que además de vender, por lo general, eran pequeños ladronzuelos.
Y en ese lento aterrizar a un país, todavía afectado por el choque que supone el cambio e impresionado por lo mismo, oyó por primera vez expresarse en amárico. “Aderu” (buenos días), le dijo aquel negro/brillante, quizás enclenque charlatán, cuando vio que allí parado el mochilero escuchaba mientras él iba desgranando (no sabe qué) pausadamente como quien levanta cada pesada palabra pronunciada. Semejaba a un rimero de cifras pues, a la vez, elevaba uno de sus dedos, o dos, o tres como si contara sus ‘pesonas/pesadas’ sentencias. 
Un grupo de asnos, cargados con sacos de carbón vegetal, enfilaban la calle entre el ruido de los tubos de escape de los coches. Bajaban de las montañas tapizadas de eucaliptos que rodeaban la ciudad, según pudo saber. Hasta hacía no mucho la madera era el principal combustible de la mayoría de la población. La introducción del eucalipto en Etiopía supuso una catástrofe natural que evitó una catástrofe humana, pues su escasez hubiera sido mortal.
[Ese mochilero siempre critica este árbol, que tanto daño ha hecho al territorio ibérico].
Los europeos introdujeron este árbol australiano y su colonización silenciosa sigue avanzando.

Copyright © By Blas F.Tomé 2012

29 de enero de 2012

Etiopía, el país de la reina de Saba

En 2001, ya había intentado visitar Etiopía pero un problema logístico le desvió a Vietnam, desde donde vivió (o mejor, no vivió) los atentados del 11-S.
Ni se enteró.
En 2003 leyó “El safari de la estrella negra” que le devolvió, de nuevo, la vena etíope.
  • Etiopía se distinguía en el África negra por disponer de guión propio y, por consiguiente, de su propia historia escrita y un poderoso sentido del pasado. Los etíopes son tan conscientes de sus vínculos culturales antiguos con India y Egipto, y la fuente religiosa de Oriente Medio, que a menudo afirman ser los primeros cristianos. Cuando antepasados bárbaros corrían por Europa con el culo al aire y con el vientre pintado con glasto azul, los etíopes, ataviados con ropajes elaborados, criaban ganado, utilizaban la rueda y defendían su civilización del ataque del islam, mientras cumplían con devoción los Diez Mandamientos”, decía Paul Theroux, en su libro “El safari de la estrella negra”.
Y si lo decía Theroux, que era, y es, uno de los escritores viajeros por excelencia, ¿qué iba a hacer el viajero insatisfecho?.
Pues,….., prepararse -otra vez- para ir.
Hasta ahora, y han pasado varios años, no puede decir que el viaje está hecho, que no lo está, pero será inminente.
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21 de enero de 2012

Un poco de arte tradicional del Sahel

Desde la ciudad de Bolgatanga (Ghana), la intención del viajero insatisfecho era visitar el Palacio Paga Pía, en la frontera de Burkina Faso [su fotografía era portada del libro-guía de cabecera]. Un taxi/compartido -medio de transporte barato para realizar movimientos de unos pocos kilómetros en el norte de Ghana- le acercó a la ciudad de Paga. Allí, nada más descender, fue recibido por dos jóvenes salidos de entre las casuchas aledañas. Lo primero que hicieron: reclamarle el ‘impuesto revolucionario’.
Este leonés siempre se queja, de estas forzadas dádivas, pero debe reconocer, y lo hace, que no suelen ser excesivas y, al fin y al cabo, ellos enseñan lo poco que tienen, pero que constituye su cultura, y además tratan de explicar sus históricas realidades o sus invenciones.
Se decía que aquel extenso complejo fue fundado por Naveh Kampala. De él sólo mostraban alguna casa tradicional. El resto, más parecido a los pobres arrabales chabolistas de un pueblucho, nada tenía que ver con lo que en los países europeos se conoce como palacio. Los descendientes del tal Kampala vivían ahora allí, distribuidos en docenas de casuchas, con su rango, con sus más de 300 parientes, esposas e hijos. Alrededor de tres cuartas partes de aquellos pequeños edificios del complejo se habían construído -ya quedaba poco cosa- en el estilo tradicional del Sahel, varios atractivamente pintados y algunos, los más antiguos, conteniendo cerámica y otros artilugios, todos ellos artesanales [ver fotografía].
El diseño de las puertas de las casas [ver fotografías] era una reliquia de la época esclavista, según algunas fuentes. La baja entrada y un alto murete que por el interior la bordeaba, hacía imposible que alguien, no bienvenido, entrara en casa sin que el ocupante tuviera un montón de tiempo para darle un golpe en la nuca.
Comprobado.
El muchacho que ejerció entonces de guía le contó, además, otra versión: ese particular, raro y original diseño de las entradas impedía el acceso de animales salvajes.
¿Cuál sería la historia real y cuál la invención?.
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