Una
vez amanecido, la pausa para el desayuno fue directamente en uno de esos
mercados populosos de carretera, que estaba despertando, donde más que puestos
para tomar algo había tenderetes de ropa, herramientas y otros cachivaches
chinos. El café o el té siempre fue un buen recurso. Por los alrededores y de
camino al destino, paisajes llanos, con vegetación de
matorrales y pequeños arbustos que semejaban a palmeras en crecimiento.
El minibús hizo su entrada en Toliara sobre las cuatro de la tarde, veintidós horas después de haber salido de Antananarivo. Derrotado, cansado, sin haber dormido un solo minuto, alquiló un rickshaw para que le llevara al hotel Chez Alain —resultó estar a poco más de doscientos metros de la gare routière—. Este hotel, sería uno de los mejores en los que se alojaría a lo largo del viaje: un bungaló estiloso, cuidado y limpio, en medio de unos jardines con los mismos calificativos. Allí se alojaría dos noches que tenía contratadas a través de Booking (una oferta), la tercera noche le resultaría demasiado cara y daría con sus huesos en el hotel Paletuvier, más barato, pero de otro estilo.
Toliara
era una ciudad portuaria, con cierto movimiento de grandes barcos de
transporte. Cuando se acercó por allí estaba la marea baja, y una gran
extensión de arena y tierra, con pequeñas barcas varadas, dejaba ver el puerto
a lo lejos, pero le dio pereza alcanzar. De camino, vio varios pequeños
hoteles, con algunos personajes blancos por los alrededores. Parecían veteranos
marineros jubilados, dispuestos a pasar sus últimos días en aquellas latitudes.
No lo confirmó.
Desde esta ciudad, que recorrería andando y en rickshaw (era la ciudad de estos vehículos a pedales, había miles), se acercó al poblado de Ifaty, alejado unos cuarenta kilómetros. La antigua “guía-libro” que llevaba lo señalaba como visitable. Era un sencillo poblado de pescadores, con una extensa playa. Los pescadores llegaban a ella, con sus pequeños barcos y capturas. Paseó por la playa, atendió a las mujeres que le querían vender pareos y artesanías, tomó una cerveza en uno de los sencillos bares playeros y, después de comer en un restaurante, ubicado bajo un gigantesco tamarindo, regresó a Toliara en un transporte local.
Tenía planes para dirigirse más al sur del país, pero según informaciones recibidas, en época de lluvias (estaba en ella) era poco aconsejable. Luego, se arrepentiría de haber atendido todas estos consejos y sugerencias, que serían bienintencionados, pero que, al fin y al cabo, le impidieron conocer los territorios más al sur.