Al
bajarse en la gare routière
correspondiente en Tana/Antananarivo, preguntó por el transporte que saldría al
día siguiente, en dirección a la costa este del país, hacía Toamasina
(más conocida localmente como Tamatave). Pretendía dormir una
noche en la capital y salir al día siguiente en esa dirección. Nada. Todo
ocupado, habría transporte para esa ciudad, al cabo de tres o cuatro días.
No
se lo podía creer.
Cuando
llegó al hotel, se lo confirmaron: en época navideña, las salidas de Tana
aumentaban y era difícil encontrar medio de transporte. Le recomendaron ir a
otras estaciones de autobuses (gare
routière), a otras compañías, para intentar hacer una reserva. Lo consiguió
después de visitar varias, pero para “pasado mañana”. Tendría que pasar dos noches
en la gran capital del país.
Salió
a ultimísima hora de la tarde en dirección a Toamasina/Tamatave, después de dos
días. Mentalizado estaba de que tendría que pasar una noche más en el interior
de uno de aquellos vehículos atestados, como así fue. Paró, despues de circular toda la noche, a un lado de la
carretera cuando el sol comenzaba a levantar. Pudo ver de cerca los gigantescos
baches de la vía —llevaba ya un rato, dando saltos y brincos en el interior de
vehículo— y cómo se balanceaban los camiones de cinco y seis ejes que circulaban
en aquellos momentos.
Después de sufrir una salida de la carretera —un camión con una fuerte soga sacó al vehículo del hoyo— el minibús llegaba a mediodía.
Toamasina,
históricamente, se había convertido en la principal ventana al mar del país, en
detrimento de Mahajanga (costa oeste), en el reinado de Radama I, a principios
del siglo XIX. Desde entonces la ciudad había crecido y se había modernizado:
los viejos edificios de madera, arrasados por un terrible ciclón de primeros
del XX, dieron paso a construcciones de estilo colonial. Toamasina a menudo era
azotada por ciclones en los meses de enero y febrero. Continúa ocurriendo.
No había mucho que ver en la ciudad. Pasear por sus calles, por la zona portuaria, y relajarse con unas THB (marca de la cerveza) sobre una mesa o un agua de coco comprada en uno de los muchos puestos callejeros, fueron las actividades más sobresalientes del viajero insatisfecho. Se negó a ir al parque botánico y zoológico de Ivoloina, ubicado a 11 km de la ciudad. No era —ni es— muy partidario de visitar parques botánicos y, especialmente, zoos: lugares de encarcelamiento de plantas o animales.