29 de junio de 2013

El jabalí verrugoso

No había muchos animales ‘avistables’ en el Parque Nacional Mole, a pesar de que era el santuario salvaje más grande del norte de Ghana y, también, el más internacionalmente conocido. Al menos no tuvo suerte, y eso que paseó a pie durante toda una calurosa mañana con un guía -rifle en ristre- y otros curiosos por varias zonas del parque. Eso sí, pudo divisar elefantes, que retozaban tranquilamente en una charca, gacelas y algún que otro jabalí verrugoso.
El viajero insatisfecho conoce animales más hermosos que el jabalí verrugoso africano, pero ninguno tan osado. Su valor es difícil de calibrar. Su color ceniciento le convierte en un descuidado y sucio campesino de las praderas, en un intransigente y ácido labrador de la tierra. Es el defensor, poco agraciado pero muy garboso, de la familia, la casa y el territorio, y luchará contra todo aquel, sin importarle el tamaño, que se atreva a molestar o interferir en su satisfecha y horadadora existencia. Hasta su armamento es de villanos: colmillos curvos, feos pero letales, que emplea de manera tosca tanto para hozar como para la batalla. Su piel es del color del polvo, recia y revestida de ásperas cerdas. Tiene los ojos pequeños, hundidos, legañosos y sin gracia; solo son capaces del recelo y resentimiento.
Desconfiado al límite, sospecha de todo lo que se mueve y si le sorprende, ataca. No duda en su estrategia, si es que la tiene, siendo muy peligroso al emerger de su escondrijo pues utiliza el factor sorpresa.
No le falta astucia. Se mete de culo en su pequeña y acogedora guarida, prestada o requisada la mayoría de las veces, para que no lo pillen nunca por sorpresa. Con su hocico apila tierra en la parte interior del agujero. Esta tierra sirve como pantalla de polvo que se dispersa como un nubarrón envolvente en el momento en que el jabalí se abalanza al ataque.
Esta es la literatura de su fisonomía y estilo de vida, pero observar a aquel paciente jabalí verrugoso en el Parque Nacional Mole no era nada más que motivo de cautelosa alegría. Sin gracia, eso sí.
No piense el lector que era fácil llegar al Parque Nacional. Para un mochilero en África nada es fácil, todo lo contrario, trabajoso y, en ocasiones, temerario. Había que tomar un destartalado autobús en la ciudad de Tamale que no transitaba, sino unos pocos kilómetros, por carretera medianamente asfaltada. El resto era un camino de tierra -algo parecido a la zahorra natural- lleno de promontorios y baches, nada ideal para el mochilero cargado siempre de dolores de columna y espalda. El ‘buseto’, que debía llegar hasta la entrada del parque en la oscura noche, podía perfectamente dejar tirado al curioso, como así ocurrió, en el pueblo de Larabanga, a varios kilómetros del destino y con escasos alojamientos nocturnos.
Al día siguiente, el dinero, la necesidad del ‘business’ de jóvenes locales moteros/buscavidas y el orgullo por conseguir la meta harían el resto para ver cumplido el deseo de visitar el Parque Nacional.

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18 de junio de 2013

El poder del cuenta-historias

Es realmente incómodo, angustioso y, quizás, agobiante para el viajero insatisfecho -y como a él, supone, al resto de los bloggers que cuentan andanzas, recorridos o viajes- ser un selector de historias, contar únicamente las aventuras y detalles que cree convenientes, a través de su subjetivo pensamiento. ¿Por qué selecciona unos detalles y descarta otros?, o ¿por qué a unos les da una apreciación y a otros la contraria?. Y se pregunta, a veces, si es consciente de este hecho o si hace esta selección porque es un atrevido o un insensato.
Hasta este momento, de su viaje por Benín, ha optado por una serie de momentos y estaciones aunque ha prescindido de otros. Desde este mínimo hecho, es constructor y manipulador del conocimiento que se pueda tener de un determinado país, aunque para evitarlo estará la habilidad del lector que mantendrá la posibilidad de leer otras cosas y, en base a ellas, se construirá un criterio personal, más objetivo que el del propio viajero.
Pero también se siente [dentro de su insatisfacción] satisfecho porque ello puede ayudar a que otros conozcan realidades diferentes y les induzca a indagar más sobre una determinada cuestión o pequeño lugar. Los enlaces que suele colocar en sus textos pueden ayudar a ello.
Y porque cree que a veces “las imágenes valen más que mil palabras” [frase sobada y manida], aunque no siempre o casi nunca lo lleve a cabo, va a ilustrar con varias fotografías la realidad del poblado lacustre de Ganvié, en el lago Nokoué, al margen de su peculiaridad histórica. La vida diaria de este bonito poblado, genuíno, trabajador, pobre y, en cierto modo, abandonado.

Niños pescando en el lago, cerca de Ganvié


Mujer de Ganvié camino del mercado flotante

Recogiendo agua potable, en piraguas cargadas de recipientes

Niños a la puerta de su casa

Bulliciosa celebración de una boda

En los alrededores de Ganvié
La mochila azul, ante la calle principal de Ganvié
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8 de junio de 2013

Los yugos en África


A este viajero insatisfecho le gusta viajar a África sin comodidad alguna, al menos no muchas, y disfrutar sin las ataduras que le incomoden o le dirijan. África de por sí es un terreno indirigible y moviéndose a su compás se hace uno más africano. Con la traba de la compañía, el grupo o el vehículo, quizás, este solitario mochilero sentiría coartada su libertad. La compañía, el grupo o el vehículo propio no son africanos, no van con el espíritu africano.
Y piensa en el viaje a Mozambique, en las reincidentes averías de los transportes públicos y las vivencias dentro de cada uno de los medios elegidos. Sin duda alquilar un vehículo permitiría ahorrar tiempo y visitar más cosas, daría una comodidad durante el trayecto. Generaría el inconveniente de la propia seguridad para salir airoso de complicadas situaciones que devienen de la convivencia real con el personaje local. Viajando en grupo obviaría el trato con personas que identifican al blanco como diferente aún viéndole sufrir como ellos, por ejemplo, en el engorro de una avería en bus.
A mitad del trayecto entre Beira y Quelimane, ciudades de Mozambique, el autobús pinchó. Durante el trasiego inevitable del cambio de ruedas, le dio tiempo a pasear unos cientos de metros por los alrededores. Solitario, mirón, curioso y precavido para no alejarse mucho de la avería. A un lado de la carretera, un niño con un fardo de leña seca en la cabeza le miraba, también precavido para evitar cerca al extraño blanco que le inquietaba. Al avanzar hacia él, cuando creyó que la distancia era corta y poco razonable huyó precipitadamente hacia las chozas cercanas. Lentamente, para no levantar injustificados miedos, le siguió hasta ellas. Allí, la madre alertada le recibió expectante.
- ¿Una foto?, le salió al mochilero en tono suave.
Al iniciar el gesto, otras mujeres sonrientes abandonaron sus chozas para unirse en grupo. Posaron con naturalidad, vieron su imagen en la pantalla de la cámara y despidieron al curioso con sencillez y agradables sonrisas.


Para sentir África, hay que acudir a este vasto territorio con mentalidad de sencillas vivencias, no con perspectivas de provechosa visita cultural. Uno puede llegar a Mozambique a mamar la herencia portuguesa o a Ghana a desentrañar el escarnio de la esclavitud pero lo debe de hacer sin el confort europeo. Con este yugo, el visitante no estará en África, solo paseará por Mozambique o Ghana para tirar fotos, protegido por el parapeto del mundo occidental del que no acaba de desprenderse.
¿Cuándo se quitará el yugo o apartará el parapeto? Cuando sepa sufrir la sufrida vida africana y ver en ella un motivo de movimiento y no de parálisis.


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31 de mayo de 2013

La ‘beurre de karité’



Drupa del árbol de karité

Hasta que no regresó de su viaje por Benín, no pudo entender de manera manifiesta lo que era la ‘beurre de karité’, que había oído y visto pero sin tenerlo nada claro. Ahora lo sabe y puede enseñar incluso algunas fotos del proceso de elaboración.
Excepto la experiencia de conocer en vivo y en directo la fabricación de la ‘mantequilla de karité‘ (así se conoce en castellano), en esta entrada, todo es documentación.
El viajero insatisfecho conoció de primera mano el artesano proceso de obtención de la mantequilla natural de una drupa del árbol de karité; árbol que puede alcanzar la altura de 15 metros, medir un metro de diámetro y vivir hasta tres siglos. Esta grasa vegetal se conseguía tras el triturado y ebullición de esta especie de nueces. Era utilizada como comestible en la tradicional cocina local, y en algunos sitios, para la industria chocolatera y, también, como producto de belleza.
Proceso de elaboración de la mantequilla de karité

La recogida de las nueces y la fabricación de mantequilla de karité era una actividad que daba trabajo a muchas mujeres del África Occidental. Y si habla de mujeres es porque eran siempre ellas las que estaban en todas las partes del proceso, desde la recogida y el lavado hasta la obtención de la pasta y posterior filtrado. También en la venta del producto final. Lo comprobó en el variopinto mercado de Malanville donde eras mujeres, siempre mujeres, las que vendían esta mantequilla como si de una pasta de jabón se tratara.
¡Atentos bloggers!, el  uso continuado de ‘manteca de karité‘ asegura  los efectos preventivos para combatir el envejecimiento de la piel. Actúa recubriéndola con una película invisible que evita la deshidratación y la protege de las agresiones externas, como el sol, el viento o los cambios bruscos de temperatura. Es muy eficiente en la regeneración de la piel, calma las pieles irritadas y es el más efectivo de los anti envejecimiento que existen en la naturaleza.
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21 de mayo de 2013

“Se buscan”


¿Les habrán encontrado ya?.
Hace apenas dos años quienes aparecen en la fotografía estaban perseguidos como verdaderos asesinos, hombres temibles que se movían en el entramado mundo del tráfico de drogas en aquella apartada zona de Panamá. La vecina Colombia y su frontera cuasi imposible, debido a la selva del Darién, generaba este tipo de contrabandos. Este viajero insatisfecho leyó, en algún medio, que desde Colombia se enviaban (y se siguen enviando) los cargamentos de cocaína por mar hasta Panamá. Allí eran almacenados y luego transportados por tierra a Costa Rica, de donde partían hacia México para llegar al mercado norteamericano. Narcotraficantes estos que arriesgaban sus vidas por el paso fronterizo en rápidas lanchas ‘fuera borda’, actividad que mantenía en permanente estado de alerta-vigilancia al ejército y fuerzas panameñas.
No era difícil encontrar carteles de “Se buscan”, con fotografía incluida, en el país. A este mochilero le recordaban las antiguas películas de vaqueros y bandoleros salidas del cinematógrafo de los grandes directores hollywoodienses. Sorprendía la contundencia del “Se buscan” y el despliegue de fuerza militar derivado de la orden. Nunca encontró ‘alias’ peligroso alguno durante su recorrido ni pudo ejercitar el cívico impulso de denunciar aunque sí vió en el cartel una clara advertencia sobre el moderado peligro en aquel determinado paraje local.
Yaviza, última ciudad de Panamá en plena selva del Darién, era una pequeña población fronteriza tomada por las fuerzas de seguridad. Según parece, se esforzaban estas en adquirir equipamiento, en capacitar recursos humanos e invertir en lanchas patrulleras y helicópteros para vigilar de manera eficiente el vasto territorio costero, tanto atlántico como pacífico, muy propicio, por otra parte, para múltiples escondites de droga.
Ante esta situación, el cartel anunciador se convertía en un elemento útil a la vez que disuasorio para esta mafia de difícil control. El de la fotografía se ubicaba en un árbol al lado del puerto fluvial de Yaviza, a la vista del que lo quisiera ver. Y ello era sencillo al apearse de la lancha, orillada en el lecho del río, que traía también a las gentes de los poblados ‘emberá’ de los alrededores. Este mochilero se fijó aún más en aquel árbol porque en su base un colorido y domesticado papagayo (o similar) hacía piruetas con desgana sobre un hierro allí colocado.
Se buscan”.
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10 de mayo de 2013

Gambella

Gambella es un estado, o provincia, de Etiopía/Ethiopía. Una región al oeste del país, casi incrustada en Sudán, que contiene un Parque Nacional con su mismo nombre y gran cantidad de grupos éticos.
Hace pocos meses, una empresa india ha arrendado [robado] los “bosques sagrados” vírgenes de los ‘mezhenger’, uno de los grupos étnicos, a pesar, incluso, de la oposición del presidente del país. Verdanta, así se llama la empresa, proyecta utilizar el área natural para la plantación de té y especias, destinado todo ello a la exportación. Las ganancias en dólares para los afectados [pagan a precio de ganga] no serán proporcionales  a las pérdidas naturales y sociales, pero….
Estas ‘inversiones’ de empresas extranjeras, para llegar a serlo, suprimen la disidencia local y causan el desplazamiento de las personas y grupos/etnias. Un ejemplo de ello, los ‘mezhenger’ que dependen de esos bosques para todo, incluyendo la caza, la recolección y la apicultura, está última tan extendida aunque de manera artesanal por todo el país.
Ya han sido arrendadas [robadas] 5000 hectáreas.
Una vez más -en esta ocasión, no han sido los chinos pero si sus vecinos los indios- preparado está un nuevo expolio de riquezas naturales en África, expolio de un pueblo tan pobre y con tantas necesidades como es el etíope.
Antes de su viaje a Etiopía, el viajero insatisfecho ya conocía (había oído) las peculiaridades de esta apartada región aunque no tuvo oportunidad de visitarla. Ahora, al leer noticias frescas sobre el lugar, se olvida del condicionante que supone contar con pocos días de viaje, y se dice a sí mismo: ‘No tengo perdón’.
Eso sí, durante su viaje, no perdió el tiempo y quiso conocer otros pueblos, como los ‘banna’, también con terribles necesidades y una escasez de las más elementales condiciones de vida. El hogar de la familia 'banna' de esta fotografía estaba en una loma a unos doscientos metros de la carretera. Era una aislada y vieja cabaña de madera, barro, boñigas y hierbajos en medio de un paisaje de arbustos  verdes, casi pardos por el sol. No había agua, ni se veía tinaja alguna. Como camas, un montón de hierbas y añejas hojas. El suelo raído pero mal barrido.
Apariencia de rancio y sucio.


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30 de abril de 2013

Aquella familia ‘peul’


Cuando abordó aquel paraje iba acompañado por el sonido de una pequeña moto y el motorista (zems-taxi/motos benineses) que la conducía. Apareció en el patio abierto de aquella comunidad peul, en el norte de Benín, y toda la familia se escondió en sus circulares chozas de barro. Tenían sus mujeres fama de vergonzosas ante el resto de las gentes locales y, en aquel momento, estaban solas. Únicamente les acompañaba un ciego anciano al que le costaba caminar.
Las dos niñas, supuso hermanas, se mostraron, en principio, tímidas y vergonzosas, aunque de vez en cuando sus sonrisas las delataban como alegres y normales. Ocultaban su rostro con sus menudos brazos llenos de pulseras de aluminio pero por los resquicios que dejaban se entreveía su simpatía.
Los peul (también llamados fula o fulani) son el pueblo nómada más grande del mundo.
Su origen es desconocido. 
Si este mochilero quisiera resaltar un momento agradable de su recorrido por el país, sin duda éste alcanzaría los primeros puestos. Toda la familia, después de diluido el primer sobresalto, se mostró alegre, y sus componentes -poco a poco aparecieron- dicharacheros, simpáticos y, sobre todo, pacientes. Les encantaban las fotos, reírse de sí mismos y disfrutar -cree este viajero insatisfecho- con la presencia de un blanco, calvo a trozos, barbudo y melenudo más.
Siempre recordará la tarde con aquella familia de antiguos esclavos peul, la etnia más extendida por el Sahel, pastores nómadas en origen pero, entonces y ahora, asentados al regazo de aquella urbe, Banikoara, relativamente cercana. A la distancia justa para no sentirse olvidados pero tampoco engullidos. Circunstancias como la elevada desertización o la globalización pudieron llegar a persuadir como pueblo, a aquellos y a otros muchos anteriores, de llevar un modo de vida sedentario y casi urbano.
Y, en estas condiciones, se vislumbraba un mundo que se acaba. Un mundo africano ancestral, enraizado a sus tradiciones que valía la pena descubrir antes de que fuera demasiado tarde.
Si no lo era ya.
 Copyright © By Blas F.Tomé 2013


21 de abril de 2013

Visita multi-lingüística

El descanso del león, o leona.

En la visita al Parque Nacional de Pendjari (Benin) tuvo mucho que ver las casualidades que conlleva un viaje, las probabilidades del que las busca y la voluntad de unas mujeres que finalmente le permitieron unirse. En el 4x4 que les llevó de gira iban una alemana, una francesa, una finlandesa, una coreana y el viajero insatisfecho (español). El día previo, tuvo la suerte de conocer a la francesa que hablaba un perfecto castellano y le invitó a estar presente en la reunión preparatoria en la que se decidiría si la visita era posible o no. Al final, las “cuatro mochileras+uno”, salidos todos de diferentes lugares, se encantaron a sí mismos y decidieron acoplarse para abaratar costes y conocer el Parque Nacional, a un centenar de kilómetros de la ciudad de Natitingou, donde se encontraban.
El PN de Pendjari, que tiene una superficie de 2.750 Km², toma su nombre del río que le atraviesa. Al sur, limita con los precipicios del macizo de Atacora, aunque éstos realmente no están dentro del propio parque. Era conocido por su vida silvestre y por ser el hogar de algunas de las últimas poblaciones de elefantes, leones e hipopótamos del África Occidental, tres ‘grandes’ que afortunadamente consiguieron divisar.
Una primera crítica que le viene a la mente es que no era la época apropiada. La estación seca en la zona (mes de enero) no favorecía contemplar un entorno bello y verdes praderas, más bien todo lo contrario, en gran parte, pastizales quemados por los responsables del parque. Fuegos controlados para evitar -dijo el guía- grandes incendios que pudieran ser mortales para aquellos animales y terreno protegidos. Los carnívoros y herbívoros, que se dejaban ver lejos, y el a veces paisaje quemado que rodeaba el trayecto, no permitieron una especial euforia.
Fuera como fuese, una gran visita.
Espectadores del león de la primera foto. ¿Manifestación?. No, así son los parques nacionales, a veces.

Copyright © By Blas F.Tomé 2013

12 de abril de 2013

¡Cuánta tontería 'pilla' uno en los viajes!



¡Cuánta tontería 'pilla' uno en los viajes!.
Mucha, sin duda.
Al finalizar el viaje, en medio de él, cuando pasea por el mercado o cuando visita aquel monumento son momentos apropiados para encontrar algo que comprar, tocar o mirar, y remirar. Después, pasarán a formar parte de la 'mochila azul'.
En su ‘chabola’, el viajero insatisfecho guarda un poco de todo, monedas, billetes, sellos, postales, ‘vitolas’ de cerveza, un poporo, posavasos, esculturas de madera, un anillo labial de las mursi, un fosil de caracola marina, fotos y……, cuadros, pulseras, CD´s, tankas, silbatos, collares, bonetes y,……., sombreros, vestimenta africana, camisetas, molas, máscaras,.…. Y todo aparece por la ‘covacha’ colocado -pero sin gusto- polvoriento, descolorado, avejentado y sucio.
Un poporo, junto a unas hojas de coca
Todo son tonterías que no recuerdan el viaje, ni alimentan la memoria, ni son utilizadas como elemento de autoestima. Tal vez sirvan para renegar aún más cuando, en la siguiente salida, llegue la triste y embarazosa hora de comprar. Dijo Jefferson: “No compres nunca lo que te sea inútil bajo el pretexto de que es barato”.
¡Este viaje no traeré nada!, ha soltado infinidad de veces el leonés antes de salir a África, Asia, o cualquier otro destino. Al final, lo visto, lo oído o lo admirado llevarán siempre al mochilero hacia la tienda de souvenirs o puesto callejero, siempre con el ánimo de no romper su palabra y mirar ‘para-matar-el-tiempo’.
Pero…..
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2 de abril de 2013

El sueño de navegar el río Niger


-Orillas del rio Niger, en Karimamá. El río, al fondo, no se aprecia en la foto-

Aunque pareciera un tanto ridículo, para el viajero insatisfecho era muy importante ver el río Niger, en su viaje por Benin.
Misión cumplida.
Hacía años que había leído “El dios indómito”, de Sanche de Gramont.
Relataba, entre otras muchas cosas, las peripecias de Mungo Park, a primeros del siglo XIX, el primer explorador europeo que terminó engullido por las aguas del río Niger. Fuera por las aventuras que alimentaron la mente del mochilero, fuera por el buen espíritu del relato deseaba conocer este extraño río que se adentraba en el desierto y después, como asqueado de su lucha con las ardientes arenas, giraba casi 180 grados y se lanzaba camino del océano (golfo de Guinea) por tierras ya de Nigeria.


Mapa del recorrido del rio Niger
Llegó, para conocer el río, hasta Malanville, ciudad beninesa, última población antes de la frontera de Niger-país. No contento con eso e ilusionado por navegarlo unos kilómetros, al día siguiente tomó un taxi-brousse (taxi-colectivo-montonera) que le llevaría a la población de Karimamá, más al norte, en la propia ribera del río. Le parecía más fácil su descenso que su ascenso. Desde esta localidad -pensó- con un poco de suerte y mucha esperanza, descendería en una piragua a motor que transportaría a las gentes, y a él, de regreso al famoso mercado de Malanville. Cuando llegó a Karimamá comprobó que la tarde de aquel día no era buen momento, ya habían bajado las barcas, mejor probar suerte al día siguiente aunque con pocas probabilidades, según los soldados de la Marina beninesa apostados (¿o debería decir tumbados?) en la ribera del río, pues el mercado finalizaba y las piraguas en la jornada posterior más bien harían la ruta contraria.
Después de un mar de dudas y un pequeño paseo en piragua por sus aguas decidió regresar otra vez en taxi-brousse.
Su sueño se había escapado por poco, pero…

  • Nota.- Ha tratado de ampliar información (mediante enlaces) sobre estas poblaciones pero no ha logrado encontrar algo de cierta relevancia. En todo caso, dos lugares apartados y fronterizos en la ribera del río Niger.
Copyright © By Blas F.Tomé 2013

23 de marzo de 2013

En Ilha de Moçambique, África se mezclaba


Hay muchos lugares en el África-mito que aleccionan. Donde uno siente que está aprendiendo o recibiendo enseñanzas existenciales que nunca, nunca olvidará.
Pasear por Ilha de Moçambique (Mozambique) mezclaba dos placeres: el regocijo viajero y el agrado de la tranquilidad. Desprendía tanto altivez colonial como normalidad en el diario vivir.
O subsistir.
Callejear cuando el sol caía en el horizonte entre aquellas ancestrales casas coloniales -reformadas, unas; pintadas pero abandonadas a su suerte, otras-, caminar entre aquellos árboles centenarios caídos por el entonces reciente huracán del que además se veían otros destrozos y observar a aquellos vecinos sentados ante las puertas abiertas de sus casas en las que se intuía la magia de añejos aristócratas ocupantes, fueron unas de las muchas docencias que le imprimió África. Otra, contemplar el poblado Makuti, en mitad de la isla como un barrio más, hundido en su inquietante foso, abarrotado de pobres pobladores, humildes pescadores, antaño siervos de colonos y semi esclavos de miseria.

-Primer plano del poblado Makuti-

Ilha de Moçambique, isla de antiguos comerciantes, negreros, embajadores del mundo y monjes obesos y mandones. Fue mágica, aunque nunca supo por qué.
El viajero insatisfecho no puede asegurar ahora que contempló el atardecer más inverosímil de su vida pero sí el de mayor quietud. Desde que atravesó, un mediodía de marzo, aquel estrecho y largo puente que unía la isla al continente pensó que era un lugar seductor.
La abandonó cuando todavía el sol no había dado señales de alborear. Atravesó de nuevo, en dirección contraria, el puente que le alejaría de allí, kilómetros y kilómetros.


Copyright © By Blas F.Tomé 2013

12 de marzo de 2013

El bosque sagrado de Kpassé



Como llegó a Ouidah (Benin) el día siguiente de la señalada festividad del vudú (10 de enero), no había podido disfrutar de la compleja imaginería de esta ‘religión bailada’ como se considera al vudú. Posteriormente, se enteraría de que realmente el 10 de enero no fue un día interesante en la vida de otros mochileros-visitantes pues la cita se redujo a mucho bla, bla, bla de las autoridades, bienvenidas, recuerdos y agradecimientos pero poca actividad fuera de lo común.
Por ello, decidió irse al bosque sagrado de Kpassé, en uno de los barrios de la ciudad, pues el libro-guía ‘lo vendía’ como el mejor lugar para captar un poco la esencia de esta religión tan confusa, con sus estatuas, mitos y leyendas. El nombre del bosque era el mismo que el de un antiguo rey de Savi, localidad cercana, que fundó la ciudad de Ouidah. Fue Kpassé, hijo del primer rey, quien inició los primeros contactos con los navegantes portugueses que empezaban a explorar las costas africanas, allá por el siglo XV.
Era necesario un guía para acceder a tan sugerente lugar pero sus explicaciones resultaban un poco ‘extrañas’ a los oídos profanos, al menos a los oídos del viajero insatisfecho por sus alusiones a poderes mágicos, zonas tabú, incluso, a las facultades esotéricas de los murciélagos allí aposentados. Bueno, nada fuera de lo normal sabiendo como sabía que Kpassé fue primero rey y, a su muerte, permutó y se reencarnó en un iroko, árbol majestuoso y –según pudo comprobar- muy envejecido. La historia no era muy realista, más bien -diría- surrealista.
El sitio llamaba al recogimiento y al silencio si no fuera por los miles de murciélagos colgados de las ramas de otros grandes irokos (no del iroko-dios) que, al verse sorprendidos, comenzaron con sus gruñidos. Nada más entrar, allí estaba la estatua de Legba, otro dios, que lo era de la virilidad y de no sabe cuántas cosas más, representado con grandes cuernos y un sensacional miembro viril, envidia de viajeros.
Era el primer dios allí situado pero uno más de las muchas, enigmáticas y extravagantes estatuas del bosque sagrado de Kpassé.
Copyright © By Blas F.Tomé 2013

3 de marzo de 2013

La granja de cocodrilos de Arba Minch


La granja de cocodrilos se encontraba a unos 6 kilómetros de Arba Minch (Etiopía), no lejos del lago Abaya. Para acercarse hasta allí, el viajero insatisfecho alquiló una bici y se dejó acompañar por uno de los muchos jóvenes que se ofrecían para ello con el fin de ganarse un plus a cuenta del faranji [cajero-automático-turista-blanco]. Aquel sillín de la bicicleta, duro como hormigón, le iba dañando sus partes más delicadas de la entrepierna según pasaban los pocos kilómetros. Harto, a la vuelta elegiría otro medio de transporte, ayudado por el menesteroso joven que le acompañó.
En la granja había varios miles de crias de entre uno y seis años. Los cocodrilos se criaban a partir de los huevos que se recogían del lago, donde la abundancia de estos grandes reptiles permitía que Arba Minch fuera conocida como ‘la ciudad de los cocodrilos’. Gran cantidad de ellos eran reintroducidos de nuevo al lago para mantener el equilibrio natural. La estancia mantenía utilizables unos ocho o diez tanques, cada uno de ellos con centenares de ejemplares que vistos desde arriba aparecían aburridos, desganados, siempre de edad similar.
Siendo duros críticos -y cree serlo- la visita no merecía la pena. Nunca podría reemplazar el ver a los cocodrilos en la libertad del lago Chamo o el lago Abaya, cerca de allí. Quizás para los alumnos de un colegio de Aravaca -es un ejemplo- la inspección podría ser instructiva, una toma de contacto con la naturaleza y asombrosa por las características de la especie.
Nada más.
Un grupo de alumnos abandona la granja de cocodrilos

Nunca entenderá él mismo a qué fue allí, teniendo en cuenta su aversión hacia zoos y centros de experimentación animal.


Copyright © By Blas F.Tomé 2013

21 de febrero de 2013

El hombre que dormía con las abejas


Cuando aquel hombre con su tradicional bonete les invitó, casi forzó (al viajero insatisfecho y a la francesa con la que callejeaba en Banikoara, Benin) a visitar su casa porque quería “mostrarles algunas cosas”, dudaron si acompañarle o salir zumbando de allí. La curiosidad de la francesa (que hablaba un perfecto español y se ocupó de la traducción) y las ganas de descubrir del mochilero hicieron el resto. Cuando a la entrada al patio/corral de la casa les enseñó el pequeño habitáculo donde dormía, “con las abejas”, y les mostró la entrada de los himenópteros al interior de su ‘cubil’, pensaron (con una mirada cómplice) que era un perturbado.
Pero ‘el hombre que dormía con las abejas’ tenía más sorpresas para ambos mochileros. En la mitad del patio había un depósito, rústicamente cubierto, donde almacenaba -dijo- las boñigas de las vacas para su fermentación. 
[Siguiendo las fotografías será más fácil de entender].
Les enseñó el interior del pequeño pozo y el viajero puede asegurar -ahora- que en aquel momento fermentaba. Posteriormente, giró una llave de paso que abría el gas producido, almacenado no sabe dónde, y les llevó hacia el rudimentario manómetro que en esos momentos fluctuaba ligeramente.
A continuación, pidió una cerilla a una de las mujeres que había allí reposando (sospechosas de ser sus esposas) y mostrando a los visitantes el recorrido del tubo por donde supuestamente circulaba el gas producido por la fermentación (¡sorpresa!) encendió un fuego similar al de cualquier cocina de gas conocida. Una llama entre dorada y cristalina salía por aquellos diminutos orificios.
Sus explicaciones habían quedado probadas.
Un raído papel, enseñado con orgullo, evidenciaba el reconocimiento oficial a la elaboración de bio-gas doméstico, su particular energía renovable.
¡Admirable!
Pero ‘el hombre que dormía con las abejas’ era, además, defensor de las serpientes salvajes aunque inofensivas en su tupido jardin y que, a pesar de sus llamadas (Sshsh, sshsh) no honraron el momento con su presencia; mantenía varios árboles y plantas medicinales en su patio y se mostraba crítico con la forma actual y despilfarradora (nada ecológica) de sembrar el algodón, producto muy común y, a la vez, riqueza de aquella región.
Un genuíno personaje, y entrañable, que no decepcionó, es más dejó perplejos a la francesa y a este mochilero-leonés.
Se llamaba Mesuna Allasan.
¡Gracias, buen hombre!.
¡Gracias, Mesuna!.

Copyright © By Blas F.Tomé 2013

12 de febrero de 2013

Ceremonia vudú/Benín


Uno de los principios básicos de la religión vudú era, y es, que la vida de los ancestros continúa después de la muerte; y otro, se podía interactuar directamente con los espíritus.
Pero había más y más principios básicos.
Por mucho que el viajero insatisfecho tratase de analizar y descomponer, jamás entendería la ceremonia que acababa de presenciar a pleno día, con un sol punzante, cuando todos los libros decían que era en general nocturna.
¡Vaya -pensó- ceremonia para turistas!.
Otra vez el leonés se sintió estafado y sableado por los ‘listos’, rondadores de torpes blancos “para mostrarte esto y lo otro”.
Y lo sabía antes de ir, pero……., no se arrepintió de haber ido.
El agradable paseo en piragua desde el poblado lacustre de Ganvié, en el lago Nokoué, hasta el vecino asentamiento semilacustre de So-Tchanhoué, donde presenció el ritual, ya compensaba el engaño.
El vudú era, y es, baile; era, y es, ‘religión bailada’. Los movimientos del cuerpo humano imitaban los de algunos animales y ellos adquirían el poder y atributos del animal imitado.
El coro de rollizas mujeres que se incorporó al espectáculo no dejó de bailar, entretanto el oficiante del grupo danzaba y tarareaba. Removía los feos fetiches que había encima de aquel aparente altar, agarraba con fuerza un mustio pollo y restregaba con él los fetiches, mientras la música de tambores y el ruido-hojalata de las campanillas allí colocadas no dejaban de sonar. Con dos movimientos bruscos, quebró -en vivo- ambas patas al pollo, al que este mochilero vio en sus ojos sufrir. Después de varias vibraciones y extravagantes saltos, con un certero machetazo cortó la cabellera del alado que se retorció hasta morir.
¡Espeluznante!.
Con la sangre brotada, espolvoreó los amuletos del altar.
Las mujeres bailoteaban, curvando sus orondos cuerpos, tocando palmas y, alguna, golpeando con sus exuberantes, abultados, desnudos y brillantes pechos negros aquel aire caliente, tostado por el sol.
Una tétrica gala de música, ruido, baile y espíritus supuestos.
Uno de los personajes que allí se estremecía levemente con el canto, se retorció de pronto en una convulsión profunda, girando y dando vueltas por el empolvado suelo. Había entrado en trance, supuso el viajero, consecuencia de aquella mezcolanza de música, cantos y ‘estimulantes naturales’ ingeridos. Su estado de semiinconsciencia permitía, según parece, una “mejor comunicación con los espíritus”. En la confusión y el caos organizados, el mochilero observó luego cómo, vestido con un faldón de rafia, se embadurnaba como un patán el cuerpo con un amarillento líquido.
Al lado del pequeño templo vudú, medio escondidas detrás de unas planchas de latón, había varias botellas vacías de ‘sadavi-vino de palma’ y de un vulgar gin. Viendo lo que veía y las botellas consumidas, era fácil imaginar el germen del trance.
Ceremonia vudú, ceremonia de confusión.
Tendremos que respetarla.
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31 de enero de 2013

Los tejedores del palacio real de Glele/Benin


El viajero insatisfecho como avezado, pero frustrado, periodista de investigación no tiene precio, y lo dice sin ánimo de vanagloriarse. Él sólo, sin ayuda de nadie, careciendo del olfato de Sherlock Holmes y la intuición de Hércules Poirot y sin recurrir al guía local descubrió, aunque parezca raro decirlo así, la senyera con la que se 'ahorcará' Artur Mas.
Dos hábiles tejedores, con sus tradicionales telares, urdían sin descanso y con maestría la gran senyera. Pero la gran curiosidad, o gran descubrimiento, fue que la estaban trenzando en el patio exterior del palacio real del antiguo rey Glele de Abomey, reinado anterior a la dominación francesa, que sometió a los reyes locales. Allí, en los portales donde esperaron los súbditos antes de ser recibidos en audiencia real, se estaba maquinando un proceso secesionista.
La gran mayoría del pueblo de Benín pertenece a la etnia ‘fon’ y hablaban el ‘fon’ y el francés. Pero había otros muchos pueblos como los ‘yoruba’ que ocupaban el centro; los ‘tofi’, del lago Nokoue; la etnia de los ‘taneka’, aún con taparrabos, representaban a ese África que se resistía a cambiar; los ‘somba’ del noroeste que se extendían además por el país vecino, Togo [separados como consecuencia de las divisiones coloniales hechas a principios del siglo XX con el proceso de independencia]; los ‘fulani’, aún nómadas, compartían su territorio con varias etnias más, aunque la más importante es la ‘bariba’ que significa ‘pagano’; los ‘songhay’ que ampliaban su expansión a Nigeria y, como no, los ‘gurma’, originarios de Burkina Faso. Todos estos pueblos, y muchos más, con rituales diferentes, religiones diversas y lengua o estatus sociales distintos estaban bajo la bandera y gobierno de Benín. 
Y no pasaba nada. 
Cuando un extranjero preguntaba algo en francés, todos los que lo supieran contestaban en el idioma galo.
Uno, no supo si ‘fulani’, ‘fon’ o ‘somba’, se rió -a 5.000 kilómetros de distancia de España- ante este mochilero del problema diferencial entre Madrid y Barcelona y la actitud secesionista de Cataluña que conocía de manera somera.
Riámosnos también todos con mucha, muchísima ironía y respeto.

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