
National Gallery of Zimbabwe
Llegó
a muy buena hora a Harare, Zimbabue. El avión aterrizaba avanzado el mediodía: un
buen momento para realizar —después del visado— los pequeños trámites
aeroportuarios antes de lanzarse a sus calles. Entre ellos, conseguir una
tarjeta-SIM, cambiar un mínimo de dinero (en los aeropuertos suelen proponer
mal cambio) y regatear con algún taxista para desplazarse a la guesthouse que había contratado para una
noche por internet. Una negociación dura: los taxistas defienden sus intereses
y suelen querer imponer sus criterios de cobro. Allí mismo, mientras realizaba
el cambio de tarjeta en el móvil, arregló con un muchacho —no taxista— su
traslado a la ciudad. La
guesthouse estaba cercana pero no en
el centro. Una vez instalado, el restaurante de un Centro Cultural cercano y
ajardinado le sirvió para tomar el primer contacto con el país, y su primera
comida.
Harare
era una ciudad con historia. Fue la antigua Salisbury, capital de la antigua
Rodesia, colonia británica. Su herencia se notaba en muchas zonas de la ciudad,
sobre todo en el centro, en el downtown. Pasear por él, como hizo
el viajero insatisfecho al día
siguiente de su llegada, era hacerlo entre rascacielos, oficinas —en apariencia
modernas—, tiendas de artículos de moda, centros comerciales, etc. Todo ello,
en cierta medida, un poco decadente. Sus gentes, moviéndose como paseantes
ocupados, enganchados a sus móviles y haciendo pasar desapercibido a este visitante
foráneo, blanco y distinto. En otras zonas menos céntricas, se sentiría más
observado.
Una
de sus primeras visitas fue la National Gallery of Zimbabwe, a un
lado de Harare Gardens: un jardín, abandonado, sucio y sufriendo el
paso del tiempo con mentalidad de refugio de gentes desocupadas —quizás,
perezosas— y abandonadas a su suerte. Tuvo, sin duda, mejores épocas.

Uno de los edificios de HarareMás
paseos y más impresiones.
Cuando
caminas por una ciudad africana y vives el auténtico ambiente, en ese toque de
caótico desorden cuesta encontrar sentido a esa vida diferente. Después, recapacitas,
fijas tu atención en detalles y comienzas a entender cómo es el día a día en
una ciudad africana. Sorprenden cosas, movimientos e impulsos.
Le llamó la atención, aunque ya tenía conocimientos,
“la dolarización” en Harare, y en el resto del país. Tenían su propia moneda
local (dólar zimbabuense), pero el dinero que manejó siempre y que manejaban
las gentes, incluso para las pequeñas cosas, fue el dólar estadounidense. Le sorprendió la colocación de la gran
estatua de Mbuya Nehanda, heroína de la guerra de liberación de
Zimbabwe, en un importante cruce de calles y elevada en el centro sobre una
gran estructura de pasarelas. Pero así eran y son los africanos. No quiso
profundizar mucho más en esta capital africana, pues, aunque todas ellas tienen
su particular interés, le parecen repetitivas, en cuanto a vida, ambiente y
confort.

Sobre las pasarelas la estatua de Mbuya Nehanda
Estatua de Mbuya NehandaAquí comenzó otro más de sus periplos africanos,
cada vez más acelerados, en especial en estas grandes urbes.
Debe serenarse este mochilero, pero no sabe si algún día lo logrará.
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