El otro día retomó el libro De la Tierra a la Luna, de Julio Verne.
Lo ojeó y lo leyó en un par de tirones. Hacía mucho que no leía a este autor, que
fue uno de los autores preferidos, y referente en época juvenil.
De la
Tierra a la Luna
es una de las pocas novelas que se le había pasado por alto y le ha producido,
ahora, una sensación grata. Los personajes protagonistas Barbicane o Michel
Ardant —luego aparecerá el capitán Nicholl— se dejan querer. Y el tratamiento aventurero
que el autor da a esta alocada historia genera, o eso cree, simpatía en el
lector hacía los personajes.
Destacable parece la potente información que
posee el autor sobre los temas técnicos que deben solventar para cumplir con la
aventura, que no es otra que un viaje a la Luna. Las explicaciones son minuciosas
y comprensibles; los cálculos realizados, independientemente de su veracidad o
no, son concienzudos.
Preguntas como desde qué latitudes es menos
costoso dispararle a la Luna, o los cálculos respecto a la bala, y el punto
donde escapa de la gravedad de la Tierra para ser absorbida por la gravedad de
la Luna, son presentadas y resueltas con gran habilidad, y técnica.
La novela tiene buen ritmo, quizás un poco
tediosa en la primera parte, donde se dan los datos más técnicos del viaje. Construye
una buena trama, hay incertidumbre y un buen final.
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