Jacarandas, en Mutare
Una
vez reconocida y conocida Harare, el próximo destino sería Mutare, en la frontera
con Mozambique. El autobús que le trasladaba hizo un recorrido bastante rápido
y cuando desde lo alto de una pequeña meseta divisó la ciudad al fondo le
pareció muy colorida. Era la época de la floración de los jacarandas, árboles
muy africanos de flores violetas que, salpicados por las diferentes partes de
la ciudad, generaban un agradable panorama, divisado desde lejos. El viajero insatisfecho comenzó a
denominarla para sus adentros la “ciudad de los jacarandas”, aunque en el
devenir del viaje otras poblaciones se merecerían el mismo calificativo.
Consiguió
una guesthouse ligeramente apartada
del centro, con lo que la tranquilidad era una de sus cualidades. Estaba
situada frente al Mutare Sport Club, un club deportivo multiusos, donde se celebraban,
según pudo saber, partidos de rugby. Tenía éste un pequeño restaurante en una
de las esquinas, donde a la sombra de unos árboles —pinos, cree recordar— comió
en dos ocasiones. La localidad, aparte de ser una ciudad fronteriza con
Mozambique, no tenía especiales atractivos. Bulliciosa en la parte central,
donde el mercadeo de todo tipo de productos era santo y seña de la población.

El V(B)iajero Insatisfecho, cerca de las cataratas Mutarazi
Con
Víctor, el jardinero de la guesthouse,
a quien utilizó como guía, organizó una excursión para conocer las cataratas
Mutarazi. Después de un largo trayecto en un transporte local hasta una
pequeña población, las cataratas estaban situadas en una alejada zona
solitaria. Era necesario alquilar un transporte individual para trasladarse
hasta allí: unos 20 kilómetros por un camino de tierra y baches. Y eso hizo.
Fue un lento trayecto entre espesa vegetación y bordeando laderas pobladas de
pinos y eucaliptos. Algunas de estas, ya taladas recientemente y, otras, en
proceso de tala en aquellos momentos.
A unos centenares de metros de las cataratas Mutarazi
Cuando
llegó hasta allá, en un no precisamente barato recorrido, se encontró con una
espesa niebla asentada en la zona. Caminando por la estrecha senda que llevaba
al salto, durante los últimos centenares de metros, la humedad se palpaba en el
ambiente y la espesa niebla penetraba en las carnes de este mochilero. El día
era también espeso, con varios conatos de lluvia. Después de esperar un buen rato
para ver si aclaraba, abandonaron el lugar sin poder ver la catarata.
Después
de alquilar un transporte para esos últimos kilómetros, que una densa niebla
imposibilitara la auténtica panorámica, le resultó una experiencia un tanto
decepcionante.
Todo un día perdido.
Niebla densa en las cataratas Mutarazi
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