8 de noviembre de 2025

Mutare / Zimbabue

Jacarandas, en Mutare

Una vez reconocida y conocida Harare, el próximo destino sería Mutare, en la frontera con Mozambique. El autobús que le trasladaba hizo un recorrido bastante rápido y cuando desde lo alto de una pequeña meseta divisó la ciudad al fondo le pareció muy colorida. Era la época de la floración de los jacarandas, árboles muy africanos de flores violetas que, salpicados por las diferentes partes de la ciudad, generaban un agradable panorama, divisado desde lejos. El viajero insatisfecho comenzó a denominarla para sus adentros la “ciudad de los jacarandas”, aunque en el devenir del viaje otras poblaciones se merecerían el mismo calificativo.

Consiguió una guesthouse ligeramente apartada del centro, con lo que la tranquilidad era una de sus cualidades. Estaba situada frente al Mutare Sport Club, un club deportivo multiusos, donde se celebraban, según pudo saber, partidos de rugby. Tenía éste un pequeño restaurante en una de las esquinas, donde a la sombra de unos árboles —pinos, cree recordar— comió en dos ocasiones. La localidad, aparte de ser una ciudad fronteriza con Mozambique, no tenía especiales atractivos. Bulliciosa en la parte central, donde el mercadeo de todo tipo de productos era santo y seña de la población.


El V(B)iajero Insatisfecho, cerca de las cataratas Mutarazi

Con Víctor, el jardinero de la guesthouse, a quien utilizó como guía, organizó una excursión para conocer las cataratas Mutarazi. Después de un largo trayecto en un transporte local hasta una pequeña población, las cataratas estaban situadas en una alejada zona solitaria. Era necesario alquilar un transporte individual para trasladarse hasta allí: unos 20 kilómetros por un camino de tierra y baches. Y eso hizo. Fue un lento trayecto entre espesa vegetación y bordeando laderas pobladas de pinos y eucaliptos. Algunas de estas, ya taladas recientemente y, otras, en proceso de tala en aquellos momentos.
A unos centenares de metros de las cataratas Mutarazi

Cuando llegó hasta allá, en un no precisamente barato recorrido, se encontró con una espesa niebla asentada en la zona. Caminando por la estrecha senda que llevaba al salto, durante los últimos centenares de metros, la humedad se palpaba en el ambiente y la espesa niebla penetraba en las carnes de este mochilero. El día era también espeso, con varios conatos de lluvia. Después de esperar un buen rato para ver si aclaraba, abandonaron el lugar sin poder ver la catarata.

Después de alquilar un transporte para esos últimos kilómetros, que una densa niebla imposibilitara la auténtica panorámica, le resultó una experiencia un tanto decepcionante.

Todo un día perdido.

Niebla densa en las cataratas Mutarazi



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