Fueron
más de 400 kilómetros y en unas relativas malas condiciones.
La llegada a Victoria Falls fue avanzada la tarde. Un taxi, acostumbrado a tratar con turistas —y a estafarlos, diría— le llevaría al alojamiento que había reservado por internet: Shoestrings Backpackers Lodge. Un lugar con cierto encanto para pasar unos días, con un gran jardín, piscina, bar y restaurante. Las tres noches que pasó allí, alojado en una tienda de campaña, acondicionada como una habitación (sin baño), podría decir que fueron agradables. Alojarse en esas tiendas era el precio más barato que se podía conseguir; luego, disponían de habitaciones estándar dobles, pero a un precio bastante superior.
En ese último tramo de la tarde, dio una vuelta por
los alrededores para situarse en esta nueva población, que resultó ser de un
tamaño muy manejable. Turística: con comercios, restaurantes y tiendas de ropa,
y de otros artículos decorativos. Aquí comenzó a ver grupos de blancos, parejas
de blancos y paseantes blancos. No los había visto en el resto del viaje.
Caminó sin mucha preocupación y orientación y, a
pesar de ser un villorrio pequeño, casi se pierde. La culpa: esa desgana que se
apoderó del viajero insatisfecho cuando, después del cansancio de un
viaje en bus dando brincos, se relajó.
Regresó al backpackers
en noche cerrada.
Una buena música, una fría cerveza (LITE) y una aceptable cena (Sadza & beef) convirtieron al mochilero en un personaje distinto, más complacido y ufano. Se completaría, más tarde, con una dormida en su pequeña tienda de campaña acondicionada.
A la mañana siguiente visitaría las cataratas Victoria.



No hay comentarios:
Publicar un comentario