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11 de marzo de 2022

De Iquitos a la Triple frontera: Perú-Colombia-Brasil


Poblado en la ribera del río Amazonas

Abordó el barco sobre las cinco y media de la tarde. Iba pertrechado de todo el equipaje: mochila, mochila azul y hamaca reglamentaria para descansar durante el viaje, dormir y sentir el motor de aquel carguero en la quietud del balanceo. Los peruanos lo apodaban lancha. Se llamaba La gran Loretana, y el nombre iba todo lo grande que cabía bajo la cristalera del habitáculo del piloto.

Gran trabajo y dedicación tenían estos tripulantes conductores [pilotos] durante el trayecto. Observaban el rumbo tanto de día como de noche; hacían las paradas reglamentarias atracando con aquella plataforma en proa sobre los farallones del río; mantenían constante una vigilancia y surcaban por el lado del cauce con más agua, y tomaban decisiones arriesgadas. Sin duda, grandes conocedores del río Amazonas, de sus bancos de arena y de sus canales de conexión.

—Las lanchas para Santa Rosa (último pueblo en la frontera con Colombia y Brasil) salen sobre las siete de la tarde de Puerto Ransa, pero debes estar al menos una hora antes —le dijo un conductor de motocarro en Iquitos que era experto en estas lides. Le hizo caso.

Era ya de noche cuando el carguero zarpaba de Puerto Ransa. El tiempo transcurrido entre el momento de zarpar y el abordaje del viajero insatisfecho lo ocupó en amarrar la hamaca en el techo, donde había varias filas de hierro apropiadas; en colocar al lado de la hamaca la mochila a buen recaudo; en cargar el móvil (no sabe para qué, no hubo cobertura) en un viejo enchufe que pendía del techo; en observar el habitáculo y la gente que lo iba llenando según pasaban los minutos, y en visualizar las labores de carga y embarque.


Bajando pasajeros por la plataforma

Gran cantidad de bultos, fardos y cajas fueron ocupando el primer piso: la bodega, en realidad. Frigoríficos, lavadoras, microondas, un carromato con varios árboles frutales de vivero, dos vacas y un toro, grandes racimos de bananas o plátanos, grandes bloques de hielo, ventiladores de pie, sacos de maíz, fardos de pan, de ropa, de chucherías…. Un trasiego permanente de personas y mercancías. Una vez en el río, vendría la tranquilidad y el tuc-tuc de las máquinas del carguero.

Pronto, apareció el primer rancho, la primera cena: arroz y una pequeña pieza de pollo con salsa. Variarían poco los siguientes: pescado con arroz y harina de yuca; triturado de vísceras y arroz blanco... Diferentes eran los desayunos, leche de avena muy endulzada con un mini-croissant.

Al lado, un joven local llevaba unos grandes altavoces desde los que salía música ambiental. No fue muy pesado ni estridente con la música: cuando el ambiente pareció adormilarse, apagó su aparato.

La noche en el Amazonas era sugerente, motivaba al alma. La oscuridad absoluta se veía interrumpida en ocasiones por algún foco de luz en la orilla o el faro de otro barco que cruzaba. La noche en el Amazonas era intimista. La pequeña brisa acariciaba la hamaca y traspasaba al cuerpo, se hacía necesario una pequeña manta para el paso de las horas. La noche en el Amazonas era descanso, pero también tormenta y aguacero. Fuerte, muy fuerte y fuerte sonaba en la chapa de cubierta. El amanecer era bello, el sol salía sin malicia. Alguna pequeña población se hacía visible y el barco se arrimaba a la orilla. Algún pasajero había finalizado el trayecto. Otros, lo iniciaban.


Un gran barco, otro carguero, que cruza

Poblados y grandes poblados: Santa Rosa de Pichana, Altomonte, Angamos, San José de Cochiquinas, San Pablo de Loreto, San Juan, Chimbote, Caballococha,… Grandes buques cruzaban al paso.

Este era el ritmo constante de un trayecto distinto. Desconocido, pero alimentado por los mitos: “El mito de El dorado”, allí cercano.

VÍDEO



Copyright © By Blas F.Tomé 2022 

9 de enero de 2018

Trayecto en barco a Mandalay




El barco navega el río Ayeyarwadi-Irawadi

Era noche cerrada, 5 de la mañana, cuando el barco abandonaba Katha en dirección a Mandalay. El rio Ayeyarwadi (Irawadi) era como la columna vertebral de Myanmar-Birmania, de norte a sur, y el barco comenzaba a surcar sus aguas. No se veía absolutamente nada, solo los intermitentes fogonazos de un foco en la proa, lanzados primero a una orilla y luego a la otra dejaban un toque festivo a la noche en el gran río. !Como recordó aquel viaje por el Amazonas de hace ya muchos años, pero con el mismo sistema de navegación nocturna!.
El viajero insatisfecho había llegado a Katha en tren desde el norte, desde Myitkyina. Se encontró con una ciudad relativamente tranquila (todo lo tranquila que puede ser una ciudad asiática). Una ciudad (!como debía haber cambiado!) que acogió a George Orwell a primeros del siglo XX. Allí escribió su libro 'Los dias de Birmania' y, gran parte, está basado en su estancia allí. Varios edificios que aparecían en su escrito siguen en pie (así lo señala el libro-guía) aunque, si bien se imaginó que fueran algunos de los que vio esparcidos por la ciudad, no puede asegurarlo. Ninguno está señalado como tal ni son atracciones turísticas al uso.
En el trayecto del barco tenía puestas sus expectativas para poder avistar algunos, de los pocos que deben quedar, delfines Irawadi, un pequeño cetáceo muy amenazado de extinción. De morro corto y redondeado, caza en lagos y ríos pero su coexistencia con los humanos corre peligro. No pudo verlo en todo el viaje, cosa por otra parte predecible. Ya tenía muchas dudas antes de iniciar su descenso del río.
Según iba amaneciendo, como fondo el ruido del motor (tuc-tuc), la escala de grises y negros aparecía en el horizonte: gris claro el cielo, más oscuro el agua y negras las orillas selváticas o de espesa vegetación. Todo se iba aclarando cuando la luz que filtraban las nubes iban llegando al lecho del río. No apareció el sol en todo el viaje, la neblina permanente y la llovizna constante acompañaron todo el trayecto.
Una joven birmana sube sacos de carbón vegetal al barco

Lluvia suave pero molesta que impidió, seguro, que las lejanas orillas mostraran toda su viveza y vitalidad. Aun así, pudo contemplar muchos hombres en canoas pescando cerca de la orilla, algún rumiante despistado visto de lejos, y pequeños poblados y más cabañas solitarias. El gran barco fluvial paraba de trecho en trecho a recoger pasajeros, toda una maniobra de habilidad sin disponer de un puerto de amarre apropiado. Se enfrentaba a baja velocidad a la orilla, y la ladera servía de freno al barco que luego, a base de motor, conseguía orillarse por completo. Subían grandes paquetes, de no sabe qué, maderas de teca, sofás fabricados también en madera (pesados, por los gestos de los que los cargaban), bultos con verduras, sacos de carbón vegetal, y subían y bajaban pasajeros a través de una tabla que un operario se encargaba de colocar.
El tiempo transcurría lento metido en aquel cuchitril (tuc-tuc, tuc-tuc), supuestamente de primera clase, pues la permanente llovizna impedía disfrutar de la baranda exterior. 
La hora de comer había llegado. El barco se acercó a la orilla, donde un grupo de mujeres esperaban preparadas con todo tipo de viandas y productos. Este mochilero saltó, por primera vez, a tierra para proveerse de un bol de arroz, con carne y verduras (!buenísimo!).
La tarde, más de lo mismo (tuc-tuc). Recogían y dejaban pasajeros, subían y bajaban enseres a la orilla, y la monotonía invadía al mochilero que le hacía ensoñar. 
Era, de nuevo, noche cerrada cuando el barco atracaba en el puerto de Mandalay. Fueron 14 horas de travesía que la permanente llovizna empobrecía el placer vivido. !Pero la naturaleza tiene estas cosas!. Lo que da por lo que quita.

Preparando al viajero el bol de arroz


Copyright © By Blas F.Tomé 2018

18 de enero de 2015

De Siem Reap a Battambang

De Siem Reap a Battambang  (dos ciudades camboyanas) se podía ir en un ordinario bus dando un gran rodeo o pagar un inflado ticket -muy caro comparado con el del bus- para cruzar el Tonlé Sap (el lago orgullo de los camboyanos), en un pequeño barco de recreo o excursión, evitando así el largo trayecto por carretera. 
Hasta los topes iba. 
Repleto de mochileros que querían vivir la experiencia, aunque la gran mayoría no imaginaba, el viajero insatisfecho tampoco, que en vez de ir cómodamente sentados, el completo pasaje iría literalmente apiñado, al bordo de la incomodidad, o sobrepasada ésta.
En la cubierta tumbado, o sentado, o sin saber que postura tomar, el sol calentaba a rabiar y el dañino sudor 'de hamaca de Benidorm' comenzaba a brotar en la piel. En medio del lago, la percepción era de total vulnerabilidad.
Calor y más calor, sudor y más sudor. Con el paso de las horas el hábito a sufrir mermaría las funestas sensaciones y el cabreo inicial. Como contrapunto, a su alrededor pasaban poblados flotantes (varios), pequeños o grandes y no menos extraños; débiles barcos de pescadores artesanos a las orillas; campos de arroz ya recolectados y secos, los más, y otros verdes y atrayentes; campos de maíz recién sembrado, con sus primeros brotes, y muchos, muchos palafitos de lugareños.
Un paisaje fascinante que obligaba olvidar la piña de mochileros que sufría las inclemencias del sol.

Después de haber cruzado el lago Tonlé Sap, en las márgenes del río que ascendía hacia Battambang formando constantes meandros, se visionaba, también, un espectáculo de niños que saludaban y gritaban la novedad; mujeres afanosas en la limpieza de los peces pescados; hombres en las orillas, algunos con el agua al pecho -desnudo-, cambiaban y reponían redes que hacían flotar con botellas de plástico.
Actividad, mucha actividad.
Casas levantadas sobre altos pilotes a la orilla, y plásticos de diferentes tamaños que sobre cuatro palos de bambú conformaban otros humildes hogares de pescadores en los múltiples recodos del rio.
Con el paso de las horas, que fueron muchas, el río era cada vez más estrecho y a la barcaza, repleta de holgazanes mochileros, cada vez le costaba más surcar sus aguas.
Al caer la tarde, cuando el sol perdía intensidad, la sensación de relajo y tranquilidad comenzaba a aflorar. Es más, era primordial para la mente del viajero. 
Cuando la noche ya era cerrada el barco llegaba a Battambang.
Feliz trayecto.



Copyright © By Blas F.Tomé 2015

12 de junio de 2012

Subida a Nkhata Bay


Cococrilos en el PN de Liwonde, fotografiados dos días antes de tomar el Ilala II

Si bien para la bajada hacia el sur de Malawi había utilizando los buses locales como medio de transporte, la subida desde Monkey Bay hacia el norte la realizó este mochilero en el Ilala II, un barco que hacía el recorrido una vez por semana en cada dirección, con múltiples paradas en su lento trasiego. Este viajero insatisfecho quería ir hasta Nkhata Bay. ¿Por qué?. Porque el único motivo para utilizar el barco era para vivir la experiencia: quería hacer una navegación más larga que la del año anterior por el lago Victoria.
Entre la variedad de paradas que hacía aquel viejo buque, una era en el apeadero de las islas de Likoma, a orillas de Mozambique pero pertenecientes a Malawi. La noche era oscura y de escasa visibilidad pero el traqueteo y la bocina del barco, que aminoró la marcha aún sin atracar en puerto por carecer de él, alertó a los de la orilla que se lanzaron al encuentro en pequeñas piraguas cargadas hasta los topes. Tan sólo se veía alguna tenue luz, indicadora de que se acercaba un tropel de ‘barquichuelas’ para hacer el intercambio de mercancía y pasajeros. Una vez colocados al costado del Ilala II parado, unos subían y otros lo abandonaban para ocupar el puesto en alguna pequeña barca de aquellos que ya habían ascendido. Todo un trasiego desordenado y peligroso aunque no exento de acertados movimientos.
Así es África. Llena de escenas.
La noche pasada, sin camarote y tumbado bajo las estrellas en la parte alta de la cubierta, se convirtió en una minúscula aventura. Arropado con una liviana manta, robada en el avión de ida de KLM, y orillado al cajón de los salvavidas del barco pasaría la noche en un duerme-vela permanente.
Ese estado intermedio fue interrumpido por una sucia y achispada negra que, a falta de abrigo y para evitar la brisa nocturna, utilizaba con descaro la parte sobrante de la manta robada. Allí se la encontró, al pasar ‘del duerme’ a ‘la vela’, al menos dos veces acurrucada a su lado.
Insensata.
A media mañana, del segundo día, avistaban Nkhata Bay.
Copyright © By Blas F.Tomé 2012

23 de marzo de 2009

'Pakistani man'

Rompió la tranquilidad del barco. No sabe dónde había estado hasta entonces pero cuando este 'pakistani man' apareció en la cubierta del enorme barco que hacia la ruta de Manila a Cebú (segunda ciudad de Filipinas), muy fieles a su peculiar estilo, los filipinos -ágiles- se reunieron como obreras abejas alrededor de su reina.
Era mpresionante ver al hombre, torpe, con una necesaria sobresuela en un pie, por tener una pierna más larga que otra, con su altura desproporcionada y su inocente cara. Tal vez demasiado inocente y limpio su rostro para aquel cuerpo exagerado. Su mirada perdida y un principio de sonrisa permanente completaban un especial semblante.
Al dia siguiente este viajero insatisfecho supo que la presencia del segundo hombre más alto del mundo-mundial había sido noticia televisiva en Filipinas.
Incrementa, si cabe, el valor de la experiencia vivida.
Desconoce la misión de este su-viaje a las 7.000 islas. ¿Quizás cristianizarse en este católico país?. ¿Huiría del suyo semi destrozado por los actos sangrientos?.
Levantó, sin perder su inocente semblante, los dedos haciendo la V de victoria cuando sus improvisados fans -ávidos de fotografías- se lo pidieron y acarició, con cierta ternura, a una niña filipina que en el tumulto se puso a su lado.
Rompió la tranquilidad, pero ganó voluntades para alguna particular causa.

Seguro.
[No es una 'noticia de alcance', sucedió hace algunos días].

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