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10 de abril de 2025

Antsirabe, y alrededores / Madagascar


Estación de tren (abandonada) de Antsirabe

Esta entrada se centrará en Antsirabe (ya había pasado por la ciudad, en concreto por la gare routière camino de Morondava, pero sin detenerse en paseos y visitas). Como llegó a ella por la tarde sin haber comido, después de un largo recorrido de regreso en minibús desde esta población, lo primero que hizo fue alimentarse en el restaurante Mirana, cercano al hotel Hasina, alojamiento en el que pasaría tres noches. Este primer día, además, sólo dio un pequeño paseo por los alrededores. No daba para más: puro cansancio, después de toda la noche en el minibús, con larga avería incluida lo que casi duplicó el tiempo de trayecto. La ciudad la recorrió al día siguiente: paseo por sus calles, visita a la abandonada estación de tren y recorrido por la orilla de un lago urbano que se encontraba a unos centenares de metros —detrás del hotel— en el centro de la ciudad.

Por los alrededores de este lago —bastante abandonado y sucio— se veían algunas antiguas mansiones estilo francés, todo ello mezclado con casas humildes y algún edificio en construcción. Un desastre estético.

Un joven, en ese momento, animaba a una banda de patos o gansos domésticos que andaba por la orilla a lanzarse al lago. Lo consiguió. 

Después de este recorrido se adentró en la parte más antigua de la ciudad. Los edificios estilo colonial, las calles estrechas y un ambiente concurrido así “lo cantaban”. El día se pasó rápido.


Lago Andraikiba

Al siguiente, emprendería una empresa distinta. Temprano, después de un desayuno al lado del hotel —muy al estilo europeo, con café y bollería— concertó con un rickshaw, tirado a pedales, la visita a dos lagos ubicados en los alrededores. Sobre uno de ellos, el más alejado (a unos 20 kilómetros) había leído cosas de interés. Una vez finalizado la excursión llegó a la conclusión de que no había elegido el medio de transporte adecuado. Lo complicado de la ruta, con muchas pendientes, hizo que en multitud de tramos fuera necesario empujar el rickshaw. El mismo medio, pero motorizado, hubiera sido lo acertado.


Vista general de territorio, camino del lago Tritriva

Carnicería, en una población, camino del lago Tritriva

El lago Andraikiba era una gran extensión de agua, circundado por una carretera y, en la parte más turística, plagado de puestos de venta, kioscos de comida y demás bagatelas. Estaba rodeado de una leyenda, en la que una mujer, aspirante a esposa, se había ahogado en competición con otra candidata. Desde ese día, se dice que el lago se llamó Andraikiba, que significa «el lugar donde murió una madre».


Entrada al lago Tritriva


Lago Tritriva

El lago Tritriva, mucho más distante, era un tanto original. Ocupaba un cráter en una región notable por la presencia de aguas termales. Se asentaba en el respiradero de un cono volcánico ovalado encerrado entre acantilados verticales. Una curiosidad: durante las épocas de lluvia contenía poca agua; en cambio, en las épocas secas alcanzaba su máximo. Al viajero insatisfecho le costó llegar hasta allí, por aquel camino de tierra con gran cantidad de pendientes y, por los alrededores, fincas fértiles de productos variados como maíz, patatas o legumbres, y algún arrozal. Una total escasez de árboles, únicamente visibles en los pequeños núcleos habitados. La electricidad no había llegado aún a estas aldeas circundantes o de paso.

La excusión le ocupó la jornada.

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29 de marzo de 2025

La Avenida de los baobabs, Morondava / Madagascar


De camino a la Avenida de los baobabs

La ruta o carretera RN7 recorría el centro del país —de sur a norte— hacía Antananarivo. Ahora, el viajero insatisfecho transitaba por esa ruta. Desde Fianarantsoa hacía el norte, la próxima escala sería en Antsirabe. Pero una breve escala, pues había pensado dirigirse hacia Morondava, una apartada ciudad al oeste del país, fuera de la ruta. Todo seguido, sin descansar, ni dormir, únicamente el tiempo suficiente para un cambio de transporte. Otro palizón más, pues lo previsto era pasar la noche en el minibús, lo que añadía aún más horas de transporte a su ya cansado “cuerpín”. Como así fue. Salió ya sin luz de Antsirabe. Una larga y oscura noche, con una breve parada para la cena, en un pequeño poblado donde la electricidad brillaba por su ausencia, hasta que el amanecer y la luz solar abrieron la posibilidad de panorámicas visuales sobre el paisaje atravesado. Extensas llanuras agrestes con arbustos ásperos, en apariencia, y pequeños montículos de la misma calaña. Pocas zonas de tierras cultivadas. Pararon a desayunar en un poblado bullicioso —humildes viviendas en medio de una llanura— que ya había empezado a vivir.

[Los malgaches madrugaban, y la actividad, sobre todo en las pequeñas poblaciones, comenzaba temprano].

¡Qué calor hacía en Morondava! Llegó a primeras horas de la tarde. La ciudad, a orillas del mar, era un verdadero horno. Con ese calor que penetraba en el interior de la piel y costaba desprenderse en las noches. ¡Qué difícil era conciliar el sueño!

Aunque, también, cayeron varios chaparrones que dificultaban los movimientos y paseos en el día.


Pescador y barco, en la playa de Morondava

Esta ciudad tenía una extensa playa donde llegaban los pequeños barcos con sus pocas capturas, durante la semana, y donde salían a disfrutar los lugareños, los fines de semana. Solamente, el domingo pudo observar grandes grupos de personas, y familias, disfrutando del relax playero. El hotel Menabe, donde se hospedaba, pertenecía a un empresario o familia musulmana. Había muchos lugares musulmanes en la ciudad y se hacía difícil conseguir una cerveza. En otros, en especial en uno donde comió uno de los días, la tenían en abundancia, y muy fresquita.

La visita a Morondava tenía como objetivo principal conocer la Avenida de los baobabs, donde se encontraba la mayor concentración de la especie más grande de baobabs del mundo: los Adansonia grandidieri. Según la leyenda —los lectores de estos escritos seguro que la conocen— los baobabs eran muy presumidos, por su hermosura y majestuosidad, y no paraban de crecer, siempre por encima de otros árboles. Los dioses, molestos por su actitud —y para “bajarles los humos”— les dieron la vuelta, dejando las raíces al aire. De ahí su aspecto, sobre todo cuando pierden la hoja.

También, eran los árboles odiados por el Principito (El Principito, de Saint-Exupéry) porque hacían peligrar su asteroide.

Bueno, independientemente de la leyenda y relato, esta avenida componía uno de los paisajes más impresionantes de todo Madagascar.


Avenida de los baobabs

Contrató un rickshaw motorizado para que le acercara al lugar (80.000 ariarys, unos 16 euros), distante de la ciudad unos veinte kilómetros, y poder apreciar lo que era un paisaje espectacular: grandes baobabs a ambas orillas de un camino, y también salpicados entre el paisaje cercano. Por este camino/avenida de tierra circulaban animales, personas y bicicletas, diseñando por sí solos naturales y preciosas instantáneas. Pasó la mañana recorriendo la zona. Se acercó, también, a un lugar —alejado— donde habían crecido unos baobabs unidos, “enamorados”, por su original composición.

Desde Morondava, intentaría ir a Bello-sur-Mer, una población de pescadores, —el libro/guía lo definía como interesante— pero no había transporte todos los días y, precisamente, el día pretendido no existía tal.

Siguiente destino: regreso a Antsirabe.


"Los novios", enamorados (dos baobabs)

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