Pisó
tierra de la ciudad de Mahajanga ya avanzado el mediodía del primer día del
año. No tenía hotel previsto, por lo que se encomendó al supuesto buen hacer de
un rickshaw motorizado. ¡Un desastre!
Le llevó a hoteles caros, aunque le había pedido lo contrario, e intentó
cobrar al final una fortuna. Se vio obligado a ponerse duro con aquel personaje
y no satisfacer sus peticiones. Al final, todo se resolvió con un cabreo
superlativo del motorista/rickshaw.
¡Que
le den, por estafador!
Para
el mochilero, Mahajanga era una ciudad conocida, pero el paso de los años la
había convertido, otra vez, en desconocida. No recordaba gran cosa y le parecía
un nuevo hallazgo. El gran baobab, a
orillas del mar, era la única imagen recurrente que tenía de la población.
Allí, a redescubrirlo, se fue el primer día, y encontró al voluminoso árbol
igual que su mente recordaba (21,70 metros de circunferencia). Luego se acercaría por la zona en otras
ocasiones, pues por los alrededores vendían unos cocos fríos que le refrescaban
del intenso calor.
En los bajos del hotel Central, donde se hospedó a partir de la segunda noche, había un restaurante de una calidad aceptable que daba a la calle. Muchos personajes, en apariencia marineros jubilados franceses, pasaban la mañana en aquel local, en interminables charlas delante de un café. Parecían conocerse todos: todos se saludaban.
Vagueó bastante por sus calles y visitó el puerto, uno de los más grandes del país, y de donde Bruno, protagonista del libro, En busca de “otra” Marlene Dietrich, había partido en aquel barco de carga hacia el continente negro, en concreto, hacía Beira, Mozambique. Otro de los días, alquiló un rickshaw motorizado para acercarse al Cirque Rouge —a unos veinte kilómetros (insufribles)—, un terreno compuesto por una variedad de suelos de diferentes colores, desde el púrpura puro hasta el blanco claro, que formaban un enorme anfiteatro. Aquellas formaciones arcillosas multicolor, gracias a la imaginación, reinstalaban a su mente en películas futuristas hollywoodenses.
Ojeó, además, la extensísima playa cercana y solitaria, y regresó satisfecho a Mahajanga.
Nochevieja viajera: Me gusta. He pasado algunas así y guardo buenos recuerdos, mejores que de otras sin viajar. Suerte que el personal, al parecer, iba tranquilo en el bus. Peor hubiera sido que alguno pasado de rosca te hubiera dado la matraca...
ResponderEliminarA la chica de la ducha natural le podíamos otorgar el título de "Miss simpatía". El cirque rouge me gusta (el baobab ya lo hemos comentado en otra ocasión), pero en esta ocasión me quedo con "campos de arroz": parece un cuadro de Antonio López.
PD. Dile a Pilar que ya no me habla :)))
Abrzsss!
Siempre que veo el Baobab, me impacta. Increíble esa anchura que tiene... Pienso que esas personas, apoyadas en él, esperan a coger esa "moto-taxi" para que le dé una vuelta alrededor, jejé. :))
ResponderEliminarPor cierto, me ha extrañado que tu recorrido el el rickshaw no lo hubieses acordado previamente 🤔.
Totalmente de acuerdo contigo en que el Cirque Rouge, se parece a aquellas películas de indios y vaqueros... Vamos, me vienen hasta los sonidos de disparos... 😀
Ya me estoy viendo, con estos calores que ya tenemos encima, como esas dos bellas "sirenas" de las duchas naturales. Supongo que tú, en estos momentos, seguirás con algún delicioso coco frío para combatir también calores, pero de otras "estepas"...
Y, sí, yo también me quedo esta vez, como Emilio, con los "campos de arroz". Totalmente, un precioso cuadro.
Besotes.
Ah, y di a Emilio, que, aunque no le hable, le visito... 😉