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11 de noviembre de 2009

Mangrove River

Los manglares son esas formaciones vegetales compuestas por un conjunto de árboles-arbustos que tienen especiales características para sobrevivir y desarrollarse en terrenos costeros inundados o zonas con agua de altos niveles de salinidad. Protegen a las costas de la erosión y han proporcionado durante siglos multitud de recursos a las poblaciones locales. Conforman también zonas de apareamiento y cría de muchas especies, además de ser refugio para peces, otras formas de vida marina y multitud de serpientes. Armonizan en sí mismos, a veces, un paisaje verde; silencioso, otras, y misterioso, las más.
¿Qué son los manglares para el viajero insatisfecho? Muy sencillo, áreas con mucho atractivo.
Ha visitado varios.




























Port Barton, en la isla de Palawan (Filipinas), era una tranquila playa. Era la playa del ‘nada-que-hacer’ y vaguear con el cuerpo tostado al sol. Pero había otras posibilidades. Muchas. El Mangrove River (Río de manglares) era una de esas opciones cercanas que los barqueros del lugar se encargaban de promocionar.
‘Aceptar lo que ofertan’ es una de las máximas de este mochilero. ¿Qué puede pasar?.
Y aceptó.
Mientras subía a la pequeña barquichuela que le llevaría desde la playa a la desembocadura del río, no dejaba de mirar los verdes islotes lejanos y soñaba, ya, con su conquista de un nuevo territorio de manglares. Una vez allí, en las zonas misteriosas del Mangrove River, se sentía la humedad, la sombra y, de vez en cuando, un cierto temor. En sus zonas verdes, se palpaba la presencia de serpientes, de anillos de colores, venenosas y tan peligrosas como la prudencia que mostraba el barquero al observarlas, quietas, sesteando colgadas del follaje (ver fotografía arriba).
'Acércate un poco a la rama para sacarle la foto', le decía al barquero. No, no, que se pueden descolgar y caer en la barca.
Poco probable, pero quedó dicho.

Copyright © By Blas F.Tomé 2009

26 de enero de 2009

Aves en el manglar


Dejarse engañar puede ser una grata experiencia. Dejarse engañar en África, todo un acontecimiento.
La zona de Ziguinchor (Senegal), ciudad de ‘sabor’ francés, era uno de esos lugares peligrosos para los visitantes. La cercana frontera con Guinea-Bissau era muy permeable y los campos aledaños a Ziguinchor, refugio de guerrilleros regionales y del país vecino. Además, el río Casamance iba caudaloso entonces y su navegación era peligrosa aún contando con un potente motor, tuc-tuc.
Ambos peligros esquivaron a este viajero insatisfecho. A la orilla del río, en el puerto fluvial de la ciudad, engañado por un guía local (¿lo sería?), inició una de esas excursiones matinales que dejan regustillo en el recuerdo. Parajes bravos de río, parajes selváticos que olían a guerrilla, aguas que bajaban con fuerza, de cuando en cuando campos encharcados de aguas pantanosas, corrientes que tropezaban contra los manglares. Su fuerza hacía mover los cientos de nidos -tal vez, miles- de garzas y garcillas o, quizás, otras aves ribereñas que desconocía. Bonito espectáculo.
Desde la barca, ya entre los manglares, tocaba sus nidos, tenía sus huevos al alcance de las manos, palpaba su valor y, casi, sentía el ansia del ave que revoloteaba tímida y angustiada en su propio territorio que ni quería ni debía abandonar.
El viajero se sentía ofendido. Un intruso.
Al regreso, la corriente golpeaba con fuerza la barca. La noche caía cuando el río se imponía más crecido y caudaloso.
El corazón en un puño [¿vale la expresión?].
Arribaban ya de noche cerrada en el puerto fluvial de la ciudad.
El miedo, aún entre las piernas.
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Copyright © By BlasFT 2009

12 de noviembre de 2007

Una historia de manglares

Los manglares desempeñan una función clave en la protección de las costas contra la erosión eólica y por oleaje; alojan gran cantidad de organismos acuáticos, anfibios y terrestres, y son hábitat de los estados juveniles de cientos de especies de peces, moluscos y crustáceos.
Y son más cosas. Son una pasión visual para cualquiera que circule o navegue por sus aledaños. Por ese afán de satisfacer las pasiones visuales, este viajero insatisfecho se metió en su pequeña aventura.
Para llegar en autobús desde Esmeraldas a San Lorenzo -ambas ciudades en Ecuador- hay que pasar varios y arbitrarios controles del Ejército, que están en apariencia tratando de controlar la droga colombiana que se filtra a Ecuador. Se podría hablar de la frontera colombiana con San Lorenzo como zona caliente de los cárteles de la droga.
En esos territorios calientes se genera a veces inseguridad, silencios colectivos, miradas conflictivas pero, también, naturalidad con el extranjero que quiere conocer.
El libro-guía decía que allí se podía encontrar un amplio territorio de manglares, de ahí el interés de este mochilero por llegar a esa zona. Una vez allí, era necesario disponer de una barca para callejear por los diferentes regatos del estuario del río, donde se concentraban la mayoría de manglares:
Después de mucho insistir en el pequeño puerto, conseguí embarcarme con una familia que, en su pequeño bote, iba en la dirección apropiada. No sabía dónde se dirigía pero sabía que regresaría ya entrada la noche.
El mayor problema surgió cuando me enteré de que el poblado al que íbamos pertenecía a Colombia. Iba a entrar ilegalmente en territorio colombiano, en zona caliente de la droga y con una familia que no sabía a que se dedicaba ¿serían traficantes?, me preguntaba, según navegábamos los diferentes callejones acuáticos. Durante el recorrido, y en el pequeño barco, me enteré que eran concheros e iban a un poblado al otro lado de los manglares a comprar conchas, ese molusco parecido al berberecho que se utiliza para los sabrosos ceviches ecuatorianos.
Cierta preocupación, en principio.
Pero gran satisfacción, al final.
Me moví con ellos por el poblado colombiano, donde fui 'el rey de la tarde', la novedad. Asistí al mercadeo de las conchas, me enteré de cómo se cogían, de sus riesgos, de las previsibles picaduras de serpientes y de su escasez o abundancia dependiendo de las lluvias y altura de las aguas.
Toda una experiencia. Regresamos, ya entrada la noche, a San Lorenzo. Nos recibió el fogonazo del vigía que, cumpliendo su misión, identificaba al escaso tráfico fluvial en esa ‘oscura boca de lobo’ a altas horas de la noche
”.