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18 de noviembre de 2017

Los ‘karamojons’, un pueblo tradicional en el norte de Uganda

Interior de una 'manyata', observad el vallado

El joven guía hablando con el jefe del poblado 'karamojon'

Tenía referencias sobre ellos, sobre los ‘karamojons’, pero quería conocer algo más o, ya que se encontraba donde se encontraba, al menos hacerles una visita, más por curiosidad que por resolver algún problema antropológico. Para eso ya están los antropólogos. No podía perder la oportunidad estando, cuando lo pensó, en Soroti, relativamente cerca. Allí había llegado desde la ciudad de Gulu, en la zona norte de Uganda, lejos de parques nacionales y, por consiguiente, alejado de rutas turísticas. Soroti era una reposada ciudad -todo lo reposada que puede ser una ciudad africana- una pequeña población con pocas cosas que ver. Eso sí, estaba hospedado en un hotel barato, casi nuevo, limpio y donde los empleados, sobre todo ellas, le trataban a cuerpo de rey. Por este detalle, casi pasa más días de la cuenta en el lugar (estuvo únicamente dos). Para acercarse a la región karamoja, tomó muy cerca del hotel, después de un copioso desayuno, un taxi-compartido (parecido a un ‘matatu’ pero más pequeño) que le llevaría hasta la población más grande de la zona. Fueron más de seis horas por un camino sin asfaltar, la mayoría de las veces dando tumbos dentro de aquel coche atestado de pasajeros, mala medicina ésta para su siempre dolorida espalda. Pero, sin problemas. África es así. La ciudad de la región karamoja a la que se dirigían era Moroto, al pie de las laderas de un monte homónimo. Ya muy cerca de ella, a unos 12 kilómetros, el coche comenzó a pisar carretera asfaltada, y en buenas condiciones, pero ya era tarde para los dolores de espalda que el mochilero llevaba después de tan largo trayecto.
Esta región semiárida, se extendía a lo largo de 28.000 kilómetros cuadrados de superficie, limítrofes con Sudán y Kenia, según decía el libro-guía (la Bradt). En ella se practicaba el pastoreo trashumante: hombres y animales se desplazaban a través del paisaje en busca de pastos y agua, sobre todo, durante las estaciones secas. Las gentes ‘karamojons’ vivían aún de forma tradicional, como pudo observar el viajero insatisfecho en su paseo por uno de sus poblados, aunque -según informaciones- debido al efecto combinado de la sequía, las inundaciones, los conflictos y los tipos de administración de tierras, la vida pastoral tradicional de los ‘karamojons’ estaba cambiando. Estas gentes, estaban en conflicto constante -en la actualidad, menos- con sus vecinos en Uganda, Sudán y Kenia debido a las frecuentes incursiones para realizar el pastoreo y también, como no, para robar ganado. Podría ser en parte debido a una tradicional creencia que otorga a los ‘karamojons’ el ganado por un derecho divino. Era, además, territorio hostil, había muchas armas y con ellas el peligro latente aumentaba. Fuera por lo que fuere esta zona siempre estuvo al margen de las atenciones gubernamentales, y un poco alejada de leyes y servicios. En aras de la verdad debería decir que en la actualidad esa actividad conflictiva había aminorado, en especial desde que el gobierno ugandés se había decidido a confiscar la gran mayoría de armas de fuego.
Contrató un guía local en Moroto para su ansiada visita. Era un simpático ‘karamojons’ que hablaba inglés (solían hablar únicamente su propia lengua) y conocía a la perfección a las gentes del lugar. En una moto -este leonés ‘de paquete’- se acercaron a uno de los poblados, en medio de una extensa llanura a unos 25 kilómetros de la pequeña ciudad. Primero por una carretera asfaltada pero luego por un camino de baches donde su espalda comenzó de nuevo a sufrir. El poblado estaba completamente vallado por un tupido entramado de palos dispuestos de manera entrelazada y ordenada: las célebres ‘manyatas’. Dentro del vallado general, cada familia construía otro cercado para su choza y las de sus hijos, pues estos adquirían una evidente independencia al subir de grado en su virilidad. Los ‘karamojons’ luchaban para conseguir su futura mujer, y podían tener varias, hecho que concedía al afortunado (‘?’) cierto poderío social.
¡Qué se le iba a hacer!. Las tradiciones mandaban.
Paseó por aquellos callejones llenos de un tradicional encanto y una cierta tranquilidad y quietud, a veces suspendidas por un grupo de niños que corriendo y riendo festejaban la presencia del extraño. Saludó a mucha gente que le recibía con amabilidad (iba acompañado por un conocido joven) y celebraron con risas, cantos y bailes su estancia en el poblado.
¿Podía este mochilero pedir más?.

Un grupo de jóvenes 'karamojons' salta y baila


El V(B)iajero Insatisfecho salta con un grupo de niños 'karamojons'

VÍDEO



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7 de septiembre de 2017

Una pareja de ‘karamojons’ / Uganda

Nada más aterrizar en UGANDA, en el aeropuerto de Entebbe, los personajes que por allí pululaban (empleados, seguratas, taxistas, maleteros, buscavidas,…) hablaban ‘luganda’. Para el viajero insatisfecho una lengua totalmente desconocida.
¿Y, entonces, dónde se entrelazaría y uniría el entendimiento para hacer más fácil la comunicación?: en el inglés, idioma oficial que todos conocían.
Al día siguiente, en sus ansias por iniciar el periplo real por el sur del país, viajó todo el día en un bus y se hospedó en la ciudad de Kabale, donde ya no hablaban el ‘luganda’ sino que se expresaban en ‘rukiinga’. El mochilero llegado a aquellas lejanas tierras comenzaba a pensar en lo difícil que sería una comunicación en aquella zona del país con idiomas tan diferentes. Pero no, todos, o casi, hablaban el ‘rukiinga’ y el inglés. Después de las visitas pertinentes por la zona, se fue ‘con viento fresco’ a la ciudad de Kisoro, unos ochenta kilómetros más al sur, en la frontera con Rwanda, y también del Congo. Al llegar, lo primero fue preguntar en inglés si allí, por casualidad, se expresaban en la lengua de la zona de Kabale, la ciudad anterior, pero el personaje interrogado, un joven vestido como un ranger, le dijo que la lengua local era el ‘rufunbira’. Vaya, pensó este mochilero, cada parada una nueva lengua.
Complicado, ¿verdad?.
En todos estos días, nadie le habló de una identidad nacional por hablar lenguas diferentes, nadie dijo nada de un hecho diferencial que supusiera ‘montar el numerito’ para conseguir especial estatus social y de vida.
[Y de eso ya se había dado cuenta en otros viajes africanos pero lo constata ahora, o ahora lo analiza más, mirando las bondades de fuera y comparando con las falacias de dentro].
Como el norte era uno de sus destinos lejanos, este leonés se dispuso a iniciar la andadura hacia esa parte más alejada. Después de atravesar el Parque Nacional Queen Elisabeth, se encaminó hacia la ciudad de Kasese, de paso hacia el Parque Nacional de las Montañas de la Luna (no se llamaba así pero este parque estaba montado alrededor de estas famosas montañas; y míticas, por cierto). Quiso saber -al escuchar las conversaciones en el tono de voz apreció algo diferente- si en Kasese hablaban ‘rufunbira’. No porque tuviera intención de mejorar su comunicación con ellos y aprender su lengua, sino por ‘puta’ curiosidad. Y no, allí, a unos 220 kilómetros de Kisoro se expresaban en ‘lhukonzo’.
¡Qué contrariedad!.
No obstante, en este caso ya lo había casi adivinado por el sonido bucal que era diferente o, quizás, era que se iba haciendo a la idea de que en cada ciudad que pisara hablarían distinto. Pocos kilómetros más al norte, ya en el distrito de Tooro, muy famoso entre los ugandeses por su antiguo reino y tradiciones, en la ciudad de Fort Portal preguntó al ‘boda boda’ (motorista) que alquiló para hacer un recorrido cercano, tratando de divisar de cerca las Montañas de la Luna, en qué idioma se expresaban en esta antigua y afamada región.
- Aquí hablamos el lutoro.
- Escríbemelo, por favor.
- ‘Lutooro’.
- Ah. Perfecto, muy parecido al nombre de la región.
Luego, las famosas cataratas Murchison le llevaron a este leonés, por su interés en visitarlas, hacia la ciudad de Masindi. En la agencia que le iba a llevar de ruta por el parque nacional de las cataratas, contratada en aquellos momentos, preguntó, ¿y vosotros os entenderéis perfectamente con el resto de los ugandeses al ser este un lugar turístico, no?. Sí, sí. Nos entendemos perfectamente en inglés, aunque aquí todos hablamos, y habitualmente, ‘lunyoro’.
A este mochilero le daban ganar de pasar de preguntar y empezar a convencerse de que en cada zona, en cada distrito, en cada ciudad o región hablarían diferentes lenguas. Como así era.
En la ciudad de Gulu, ‘acholi’, y en la ciudad de Moroto, al norte casi en la frontera con Kenya, territorio del pueblo karamoja, casi toda la población hablaba el ‘karamojon’.
Este territorio tal vez fue uno de los más problemáticos en el pasado por el abandono sufrido por parte del gobierno central, por la permisividad en la posesión de armas y por su carácter violento, pero nunca por sus reivindicaciones del ‘hecho diferencial’ en cuanto a sociedad y lenguaje. 
Al llegar a España, y encontrarse de nuevo con los rifirrafes políticos sobre el tema catalán, se acordó de los ‘karamojons’ y asoció a un dúo de independentistas catalanes con esta pareja de ‘karamojons[Foto]. Pura imaginación.


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