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5 de mayo de 2020

Los puentes colgantes de Lieupleu y Vatouo

El puente colgante de Lieupleu
Estaba en la ciudad de Man, dentro del área mayoritaria de la etnia de los ‘dan’, vecinos del pueblo ‘senufo’ (de donde venía), y le apetecía huir de aquel bullicio urbano para conocer algo de lo que ya tenía una pequeña referencia: los puentes colgantes.
Permaneció en Man un día más de lo previsto, por una sonora tos y fuerte dolor de garganta que le tenían atado al hotel y a la amoxicilina. No se atrevía a dar muchos pasos del lugar. Espero ese día y, al siguiente, decidió arriesgar para conocer los ‘puentes de los espíritus’ como algunos denominaban aquellos puentes colgantes de lianas. Para ello era necesario madrugar -la visita la quería hacer en una jornada- para alcanzar la población de Danané, hasta donde era fácil conseguir transporte local. Más allá, esperaba poder alquilar un precioso medio de locomoción: una moto-taxi.
Se apeó en la Terminal de aquel transporte (en ‘La gare’, que dicen en francés) solo, intrigado, despistado y con la intención de preguntar por los puentes. Nada difícil. Un blanco solitario en aquel alboroto de gente pasaba rápidamente a convertirse en centro de atenciones. Algunos le miraban como si no hubieran visto un personaje igual en su vida, otros se dirigían a él para interrogarle sobre sus intenciones. Pues, conocer los puentes colgantes. ¿Cómo ir?. Varios taxi-motos le rodearon para ofrecer sus servicios.
¡Qué fácil era moverse en África, si se arreglaba rascándose el bolsillo!
Una carretera asfaltada, pero repleta de baches, llevaba hasta un desvío hacia un camino de tierra. Éste, atravesaba una espesa vegetación silvestre y muchas plantaciones de café y de cacao. Si, sobretodo, de cacao. Unas plantaciones que se mezclaban con la silvestre maleza y con altos árboles selváticos. El cacao era el primer producto de Costa de Marfil y por toda aquella zona, y más al sur, se dejaba ver.
Había dos puentes colgantes famosos, el de Lieupleu y el de Vatouo. No muy lejos uno del otro.

Secaderos artesanos de cacao

Cuando ponían el pie en Lieupleu o, mejor, cuando rodaban por sus calles, se veían ante las cabañas muchos secaderos de cacao lo que denotaba la especial dedicación de las gentes a este producto. Pero la presencia del viajero insatisfecho allí era para comprobar la veracidad de aquellos puentes sagrados. Los puentes existían, sí, pero la leyenda contaba que eran construidos no por la intervención humana sino ‘por los entes sobrenaturales de los bosques’. Estos los confeccionaban para que sirvieran de comunicación para los hombres que vivían en el interior. Cientos de lianas, las tripas de la selva, eran entretejidas en la noche por los espíritus. No existían elementos ajenos a la naturaleza como clavos, cuerdas o tornillos tan solo lianas y troncos perfectamente combinados. Sagrados para los ‘dan’, porque eran construidos a base de estas lianas del bosque y todo lo que salía del bosque era sagrado. Por eso, con el máximo respeto, se descalzaban para cruzarles. Lo mismo que le impusieron a este visitante.
No duraban mucho estos puentes pues al estar construidos con lianas, estas perdían su elasticidad y era necesario destruirlos. El nuevo puente era fabricado en el más absoluto secreto -se decía- por los espíritus del bosque. Durante aquel periodo nadie del poblado podía acercarse por allí, bajo la amenaza de una intervención violenta de ellos. Los sonidos que procederían de aquella parte del río atemorizaban a los habitantes de Lieupleu. Sabían que los entes sobrenaturales del bosque estaban trabajando para ellos.
Se descalzó, siguiendo las instrucciones del jefe, para cruzar el río. Tanto este puente como el de Vatouo estaban levantados para salvar las aguas, en aquel momento limpias y cristalinas, del río Cavalli que surcaba las tierras de por allí para, luego, llegar a la frontera con Liberia y servir de divisoria entre ambos países hasta la desembocadura en el océano Atlántico.
El puente colgante de Vatouo

El trayecto para visitar el puente de Vatouo fue desandar parte del camino y luego desviarse por otra vereda de tierra hasta llegar al poblado. Similar puente, aunque tal vez más espectacular, y similar trenzado de lianas. Semejante también el río, aunque con aparente mayor caudal debido a la tranquilidad del curso de las aguas.


VÍDEO


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23 de abril de 2020

Godufu, una aldea con tradiciones

Cabañas circulares de Godufu

Tenía varias referencias de Godufu. La 'guía Bradt' incluía una foto de las danzas locales de este tradicional poblado, y en las páginas que hablaban de la región, un breve texto sobre lo que se movía alrededor de las gentes de esta pequeña población. No le costó mucho hacer una parada, cuando venía hacia Man desde el norte del país, en Touba, ciudad relativamente cercana a Godufu. Era una ciudad que tenía, al menos, un hotel decente para pernoctar una noche, asearse y emprender la aventura de la localización y, sobre todo, del cómo llegar al pequeño asentamiento local.
El poblado era un conjunto de chozas-casa al lado de un camino de tierra, en no muy mal estado. Nada más poner el pie, un joven se acercó para indagar sobre las intenciones. Visitar el pueblo, sin duda. Conocer algo de sus gentes. Nada más.
Aquel joven convocó al jefe, el más anciano del poblado, o mejor dicho le buscó hasta localizarlo, y una vez allí, el visitante expuso como pudo el calado de aquella corta visita. Fue necesario rebuscar en la cartera y hacerle entrega de unos cuantos CFA’s (moneda del país). En principio, no quedó muy satisfecho el anciano, pero, después de argumentarle que venía solo, aceptó el regalo. No habría ni danzas ni representaciones folclóricas. Nada.
Los jefes del poblado, los más ancianos
La soledad del viajero insatisfecho le impide a veces disfrutar, como en este caso, de las danzas locales que se organizaban cuando el dinero se mostraba visible en forma de ‘grupeto’ de turistas.
Así era África, también.
Estas típicas danzas comenzaban al atardecer cuando el laborioso día de trabajo llegaba a su fin. El espectáculo comenzaba con ‘la danza de la felicidad’ involucrándose en ella las mujeres recién casadas vestidas de blanco (pureza) o índigo (auto respeto). Moviéndose al ritmo de unos tambores cantaban sobre las pruebas y tribulaciones de su vida matrimonial, con la esperanza de hacer un buen trabajo para encantar a su esposo (Este párrafo, con información de ambiente para la crónica, esta sacado del libro-guía).
El visitante llegó con la intención de conocer un poco la realidad del poblado, no para ver unas danzas exóticas que serían, en todo caso, un poco ‘turistada’ o si no una representación falseada de los verdaderos bailes. Apreció a primera vista las diferentes coloraciones de las cabañas circulares que tenían mucho que ver con el género o la edad de quién las ocupaba (aquí dormía el marido; ahí dormía la mujer, y allí lo hacían sus hijos) y distinguió de trecho en trecho círculos de grandes asientos de piedras que no eran otra cosa que el lugar de reunión de los concejos familiares o del pueblo. Paseó entre las cabañas, sacó alguna foto, se paró ante un chamizo donde una mujer preparaba un pote de algo que tenía un color apetitoso y se sintió transportado en alma y espíritu a la vida cotidiana de Godufu.
Círculo de reuniones
No muy lejos, estaba ubicado Silakoro, el pueblo de los peces sagrados, en realidad, bagres. Se acercó a la aldea, y a la pequeña y sucia charca donde los bagres desarrollaban su 'místico y sagrado' mundo a base de coletazos y parsimonia en sus movimientos. La poza estaba a la sombra de unos grandes árboles que convertían aquello en un fresco lugar.
Un grupo de mujeres moliendo mijo sirvieron para que el mochilero retuviera en su retina los vivos colores de Silakoro.
También de Godufu.
Preparando su comida


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