P.N. Bryce Canyon
El
grupeto ‘del Nissan’ (amigos de
visita a los parques de Estados Unidos) se había alojado en Hatch, un
pequeño (?) rancho en la ribera del río Sevier. El río, en sí, era una
especie de riachuelo que dibujaba multitud de meandros por toda la extensión del
valle hasta donde llegaba la vista.
Para
llegar allí desde la anterior población de descanso, Page, el pequeño grupo de amigos
había circulado durante un trecho en paralelo al curso del Mystic River, sin saber
si la homónima película tendría algo que ver con él. Tal vez su autor se había
inspirado en su tortuoso cauce para entramar la retorcida historia. En todo
caso, unos ríos que alimentaban de vida aquellos parajes repletos de pinos, muchos
ponderosa u otras clases, que daban
aspecto agreste a todo aquel lugar. Pero ¿qué había en esta población? ¿qué
había en Hatch?. Nada, excepto el serpenteante río, la humedad de sus orillas y
la taberna ‘Bear in the beed’ donde, una
vez concluida la visita al parque nacional, cogieron fuerzas a base de carnaza
a la brasa y ‘Uinta Beer’. Simpática
taberna que recibía a los clientes con dos sendas figuras de vaqueros, tamaño
natural. Uno de ellos, pertrechado del sombrero mexicano al uso. Ah! En este poblado también había una decadente tienda de antigüedades, casi cacharrería y almacén
de inservibles; un lugar ideal para un desayuno copioso y batidos golosos, y
unos colonos allí establecidos difíciles de ver.
P.N. Bryce Canyon
Llegaron
de mañana a la entrada del Bryce Canyon (Cañón Bryce), nombre mentiroso. No era un cañón sino más bien un anfiteatro
de rocas esculpidas por el viento, la lluvia y la nieve. Por la naturaleza, sin
más. Extenso falso cañón, sí. Multitud de caminos, sendas, miradores ayudaban a
divisar los efectos de una naturaleza salvaje, tremenda, sin complejos, ruin,
en ocasiones. Maravillosa, las más.
Después
de pasar por caja, tomaron un bus que parecía la mejor manera de recorrer los
silvestres rincones del parque nacional. Comenzaron por unos de los miradores,
después vendrían los demás. Algunos, recorrieron andando, y divisando. Andando,
y fotografiando. Andando, y de risas. Estaba el Bryce Point, el Inspiration
Point, Sunset Point, el Sunrise Point o Rainbow Point.
Todo
era un conjunto de columnas veteadas, figuras, efigies picassianas, ventanas multiformes y chimeneas de hadas: los famosos
‘hoodoos’. El agua de lluvia se había
encargado de todo este desfile de formas o pináculos rocosos alargados, con una
gran combinación de colores, rojos, ocres y blancos. El agua se congelaba de
noche, se disolvía con el día y generaba, bajo fuertes presiones, grietas que
se convertían en irregulares formas. Todo un conglomerado de bellas figuras
naturales o crestas, conformaban aquel paisaje diferente.
Centenares,
miles de visitantes aparecían aquel día -seguro, que todos- por cualquier
recodo o recoveco por donde mirara el viajero
insatisfecho. A veces, en la lejanía, parecían termitas negras al lado de
su termitero. Era posible hacer senderismo, alejarse caminando por veredas
pisadas y repisadas por visitantes ansiosos. Estaba el conocido Navajo
Loop, afamado y en apariencia no muy difícil de sortear. No había mucho
tiempo. Quizás no hubo ganas. Pereza, más bien.
Un soleado día, por
momentos, amenazó lluvia.
Figuras y pináculos en el P.N. Bryce Canyon
La entrada al 'Bear in the beed'
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